Editada por NoTanPuän, Weiwei es un conjunto de historias unidas por un deseo: observar lo que está fuera del alcance de la distancia focal en escenas cotidianas disfuncionales donde los miedos mutan.

Por Denis Fernández

La primera imagen que me aparece cuando termino de leer Weiwei es la de un ecosistema lleno de grumos: la pasta del flan está cubierta de burbujas que explotan y largan partículas radioactivas. Un ecosistema intenso, oscuro y seductor, como si uno pudiera meterse en esa vida, en el misterio erotizante que genera la narradora, y no solamente en la historia que reproduce el libro. Este es el enigma que se genera en el lector ante novelas que podrían ser autobiográficas: no saber cuánto es parte de la realidad de quien escribe y cuánto es parte de la invención exagerada de los pequeños acontecimientos que transcurren durante su crecimiento. ¿Cómo se manifiesta el crecimiento en Weiwei? En la intención de la narradora por dejar de ser una niña ante la mirada de los personajes de su entorno. Esta novela narra el desmembramiento de un espacio oscurecido que mantiene a la personaje viéndose a sí misma, recopilando la información de su vida. Y hay una necesidad en la literatura, desde lo autobiográfico, de retratar la salvaje metamorfosis que genera ese crecimiento.

“Hay un mundo que se despliega en los costados”, dice Agostina Luz López. Un pantano que se va masificando hacia distintos ángulos. Las piezas conforman recuerdos que no están cicatrizados. La escritura prematura como marca de la formación de un relato, que se va contaminando con todo lo que pasa alrededor mientras se está escribiendo. La mirada de la autora asimila todo ese pasado y lo reinterpreta. Luz López se interpela a sí misma, narra como si lo hiciera frente a un espejo manchado al que debe pasarle desengrasante. Lo contaminado es lo que se limpia. Lo que debe dejar de traumar. Leemos: “¿Existe una escritura prematura? Una escritura que nace de manera imprevisible, que no puede contar nada porque le falta madurar; una escritura que necesita una incubadora, que necesita entender el mensaje antes de transmitirlo, que necesita encontrar el lenguaje, un tiempo secreto, sin que nadie la vea, que existe pero todavía no puede publicarse, que existe para nunca publicarse”.

weiwei

Se manifiestan de esta manera -los miedos y las abstracciones- en el momento de fabricar enunciados. Una idea previa como punto de partida, que se desvanece y se vuelve a cargar de sentido. Así, el relato brota y crece como crecen los árboles: desperdigando ramas deformadas, geométricamente dispares, para seguir haciendo crecer otras ramas. Así está armada Weiwei: cada capítulo funciona como un cuento, una re-significación del relato uniforme (pero segmentado) de la novela. Segmentos de recuerdos movilizadores que explican los estados del presente. La anarquía de las formas puesta en escena. La descomposición de la imagen completa, el límite de la visión: el dos por ciento de la luz espectral que podemos distinguir del espacio óptico de nuestro universo, más allá de nuestra corta vista.

Lo que queda de una estadía

Me llama la atención la partición de la trama principal, que es la estadía de María en un castillo francés, invitada junto a otras artistas, de diversos géneros artísticos, con el objetivo de concretar su proyecto literario. Ocurre que Weiwei, la escritora asiática de la que María parece enamorarse, o que al menos idealiza, sólo aparece en el primero y en el último capítulo. En el medio pasan todas las abreviaciones de su pasado: la historia de su amiga violada, la relación con su pareja, escenas cotidianas disfuncionales donde se desarrollan sus miedos.

López habla del castillo y de Weiwei solamente al principio y al final de la novela, como si esas dos partes fuesen la fantasía entre toda la realidad palpable. Acá es cuando la idea de escritura prematura se nutre con el resto de las historias, y se reformula para poner un pie en la tierra y reinterpretarla, pero a la inversa. Además de estar desparramada, además de estar generándose mientras se lee, esta historia tiene una idea previa que la cuida, que evita que se vaya por las ramas y se pierda. Eso es el principio y el final de esta novela: la descomposición de la forma narrativa en pos de un experimento que termina solidificándose.

La novela se detiene ahí porque para ese momento ya está contado todo lo que la autora necesitaba contar. Entonces aparece otra vez Weiwei y el libro vuelve a hacerse mágico, en ese escenario de puentes que dividen campiñas, arañas inmensas luminosas que cuelgan de techos altos y húmedos, caminatas por el bosque, el sonido que no es de la ciudad y que acobija a una autora un poco miedosa que se lanza a escribir una novela.

Weiwei habla sobre el amor, sobre el desengaño, sobre la apertura de las relaciones a formas monstruosas, sobre la aceptación de la familia como núcleo irreversible, sobre ir aceptando que todas las cosas que pasan se pueden modificar, que uno las reinterpreta y escribe sobre ellas, o que las pinta, o que las agrede. El amor no sólo como una síntesis del intercambio de energía, sino también como un bosque donde uno puede perderse y no volver a encontrarse hasta hallar el puente que lo lleve hasta algún castillo. Y qué mejor que llegar a un castillo donde haya una chica asiática de la que cualquiera podría enamorarse.

Hay, además, una estrecha relación entre el relato de esta novela y de la obra de teatro Los milagros, escrita y dirigida también por Agostina Luz López: el desmembramiento del estado psíquico individual hacia un estado espiritual fragmentado y disperso, donde las experiencias individuales se retroalimentan con lo que sucede afuera, como si dos personas, o más, se fusionaran. Weiwei (esa figura femenina) como abstracción hacia otro espacio, tal vez menos opresivo. Weiwei interpelando a la narradora, y a María, volviéndolas una sola cosa. Tal como le ocurre a Martina (personaje de Los milagros) con su amiga, con su madre, con su abuela. Todas esas mujeres juntas siendo una masa uniforme. Igual que María y Weiwei. Tal como le ocurre a los relatos que componen esta novela.