Leo García re-presentó su disco Vital en el Museo de Arte Latinoamericano quince años después de su lanzamiento original.

Por Claudio Kobelt

Fotos de Candela Gallo

A fines de la década del noventa, cuando la movida alternativa sónica parecía haber perdido su potencia revolucionaria, una nueva escena de trovadores independientes, de nuevo folk confesional y experimental se abría paso en el under, mayormente gracias al trabajo del indispensable sello independiente Índice Virgen.  Nombres como el de Esteban Castell,  Adrián Paoletti, Esteban R Esteban y Francisco Bochatón eran solo algunos de los que mediante un sol de canciones intimistas dejaban su luz en una era de cambios y plena transición. Uno de los artistas de mayor proyección, y que comenzaría en aquel momento su carrera solista, fue Leo García. El mismo de “Reírme Más”, el fan de Gilda, el de “Morrisey” y tantos más, hizo, algunos años antes de dichos hits, un disco clave en las bases del nuevo pop argentino: su álbum debut Vital.

Musicalmente pleno de canciones delicadas, con mixturas de climas electrónicos y guitarra criolla, Vital es un disco que habla del amor desde un lugar esperanzado, vivo, justamente vital. Debo confesar, y sin ahondar demasiado en ello, que a nivel personal esta fue una placa fundamental en mi educación sentimental, por lo que la re-resentación de dicho álbum quince años después de su lanzamiento,  y con el imponente MALBA como escenario, era un evento al que no podía faltar, por el hecho cultural y emocional que este disco, este cantante y estas canciones significaron en esa época a nivel musical, en un aspecto más global, en mi costado más íntimo.

Con un auditorio a capacidad colmada, completamente a oscuras y el beat de un corazón latiendo, dos osos pandas vestidos de enfermeros ingresan a la sala con linternas en sus frentes, llevando una camilla con un cuerpo tapado que depositan en el escenario. Claro ese cuerpo es Leo García que, vestido completamente de blanco, se acomoda en su silla y su guitarra para arremeter con una bellísima versión de “Amor Vagabundo”.  En el costado izquierdo del escenario, Mate Yaya, el nuevo compañero musical de Leo y única persona presente durante todo el evento en escena, maneja y dispara sus sonidos desde su consola de nave espacial sonora. De allí en más, la presentación respetará tema tras tema el orden que el disco que hoy recordamos.  La voz de Leo suena dulce e inconmensurable, cruzando el espacio, atravesando el tiempo, flotando en ese colchón de sonidos electrónicos, llevándonos a una era brillante de canciones y amor.

Los pandas-enfermeros funcionan a modo de plomos, y acuden al escenario varias veces a retirar la silla, la guitarra, o para volverlas a colocar. Son protagonistas indiscutidas de la noche las proyecciones, de una calidad suprema y una búsqueda climática específica para cada canción y cada momento del show. Así, un rostro pixelado, como un mapa vectorial de la expresión humana, empieza a hacerse cada vez más claro mientras escuchamos “Buenos Instantes”, sin Leo en el escenario, pero con su voz como motor principal. Para una encantadora versión dream pop de “Rojo”, García reaparece y recorta su figura sobre unos pétalos color sangre mientras canta y recorre lentamente el espacio al compás de la canción.  En “Como un mantra”, diversos óvalos lumínicos naranjas y azules inundan el espacio mientras una bailarina realiza una performance tribal y salvaje de dicha versión.  Y en pleno espectáculo, con la sala a oscuras, solo se escuchan los pasos de alguien que pasa por los pasillos lanzando perfume, ida y vuelta varias veces. Entonces queda claro, esto es más que un recital, más que un disco, es un show integral, un espectáculo multisensorial que reproduce no solo las canciones de aquel álbum sino toda su magia y espíritu.  No por nada Leo no está presente todo el tiempo en escena, la estrella no es él, es aquel disco, es esa época, esas canciones, ese latido.

Pasan “Por favor”, “Campo cuántico”, “Ovni Can”  y “Clap”, todas en nuevas versiones y climas, pero respetando y elevando el alma de la melodía original. Una proyección del tren Sarmiento corriendo sobre las vías sirve de fondo para “Lo que me pasa”, y unos  típicos Leathers (esos hombres vestidos de cuero negro y bigote) se acercan a atar y dominar a García mientras este interpreta la emocionante “Gracias”. El cierre, como en el disco, llega con una intensa versión de “Libre del amor”, momento en el que cientos de globos rojos con la palabra amor adherida a ellos llueven copiosamente sobre el público, como múltiples electrones rebotando en los corazones, generando energía pura y palpable. Corazones inundados y plenos de todo lo que no pueden dejar de cantar.

Leo se despide del escenario junto a todo su staff, mientras el público lo ovaciona largamente de pie, y con justa razón. Es que hemos vivido un show único, musicalmente conmovedor, visualmente atrapante, y sensorialmente movilizador. De la misma manera que lo fue aquel disco, como lo sigue siendo hoy en día, y como lo será siempre una buena canción de amor: simplemente Vital.