Por Juan Alberto Crasci

Mi afición por las remeras rockeras comenzó de pequeño. En esos tiempos la industria de la ropa no infantil destinada a niños estaba muy poco desarrollada. Su explotación vendría años después y llegaría a límites insospechados. Los CD’s “Beethoven para niños” o “Metallica para niños” serían la prueba irrefutable de ello.

Bueno, la cuestión es que tenía 9 o 10 años y era fanático de Iron Maiden… las posibilidades de conseguir una remera de la banda que se ajustara a mi diminuta contextura física eran nulas en los primeros años noventa. ¿Cómo solucionar ese problema? ¿Acaso un niño no tenía derecho a exhibir sus gustos en público? ¿Un niño no podía pertenecer a la honorable secta de los metaleros? La solución que encontré –en aquellos años todo era alegría– fue pintarlas yo mismo con pintura para tela marca Polydor y dos o tres indicaciones escuchadas en las clases de Educación Plástica del colegio primario. Mis copias de las ilustraciones de Derek Riggs eran bastante limitadas. Mi imaginación volaba pero mis manos no. Cinco tarritos de pintura para telas y dos pinceles no podían lograr nada demasiado desarrollado, pero yo insistía y llegué a pintar tres o cuatro remeras en un par de semanas. Y las lucía orgullosamente. La que más recuerdo es la que trataba de emular la portada de Iron Maiden, el primer disco de la banda. Las remeras, a esa edad y en ese nivel, funcionaban: eran llamativas, originales… y claro, un tanto torpes.

Al poco tiempo, luego de insistir en mil rockerías –la cadena Locura’s estaba en pleno auge, aunque la sucursal de Liniers hacía oídos sordos a mis reclamos y pedidos–, mis viejos dan con un local en San Justo en el que llevando la remera lisa estampaban tu ilustración preferida. Elegí la tapa del simple Can I play with madness de Iron Maiden –tenía la tapa del LP colgada en mi cuarto–, sobre una remera blanca. Esperé casi un mes para tenerla. Era raro; una remera blanca de Iron Maiden… ¡blanca! Y era poco usual ver a un metalerito de 10 años suelto en el colegio primario. Con mi amigo Mauro pasábamos los recreos sentados en el patio del colegio, con los walkmans puestos, escuchando Iron Maiden, Megadeth, AC/DC…

Luego crecimos, tanto la industria como yo, y las remeras fluyeron a borbotones. Pasaron las de AC/DC, muchas más de Iron Maiden; con la adolescencia llegó el power metal, el metal progresivo y de mis visitas a las galerías de la calle Cabildo siempre volví con alguna remera de Helloween, de Stratovarius, de Dream Theater… Me quedó pendiente comprar alguna más escandalosa con la llegada a mi vida de los géneros más extremos del metal: recuerdo ver una y mil veces la remera de una monja desnuda crucificada sobre una cruz invertida –oh, por favor, cuánta maldad–.

Pero sin dudas, dos de las remeras que más utilicé y más quise lucían portadas de discos de rock progresivo. Una me fue obsequiada por compañeros de la facultad. Era beige, impresa en el frente y en la espalda con la tapa y la contratapa del LP Stand Up, de Jethro Tull. Aún la tengo, al borde de la destrucción total. Y la otra es un poco más actual. La compré hace unos años y tiene en el frente la ilustración de Larks’ Tongues in Aspic de King Crimson. Es una remera un tanto especial, no abundan las remeras de Crimson –aunque vi un par de este modelo–, y no abundan los rockeros remerófilos (sic) interesados en lucir semejantes antigüedades en su pecho.

Remera rockera Crimson Tull- Crasci

De a poco mi pasión por verme uniformado se fue apagando y ya no siento la necesidad de comprar este tipo de remeras. Sigo usando la de Crimson y tengo algunas de bandas under –Altar, Mono, etc– que solían tocar Casa (sic), el espacio cultural que manejé hasta hace poco. Poco a poco voy asistiendo a la desaparición de este tipo de ropa de mi vida… Aunque, como bonus track, podría decir que soy el feliz poseedor de una remera blanca que en el pecho lleva impresa la fantástica y mítica patada que Krupoviesa le propinó al Rolfi Montenegro en un superclásico. Todo muy hermoso. Es un momento clave de la historia del deporte en Argentina. Y una remera demasiado rockera para este mundo.//z

Juan Alberto Crasci (Buenos Aires, 1982). Músico. Escritor. Editor. Gestor cultural. Cofundó Editorial CILC, con la que trabajó entre los años 2006 y 2010. Manejó el espacio cultural Casa (sic) entre 2010 y 2014. Desde 2012 lleva adelante el proyecto editorial añosluz editora, junto a Sebastián Realini y Florencia Piluso. Mantuvo la columna literaria Zona de Libros del programa radial Zona Liberada entre el 2012 y 2013. Ideó y coordina el Mundial de Poesía, evento poético con la modalidad competencia. Produce, junto a Augusto Coronel Díaz, el Ciclo Despierta!, orientado a la difusión de bandas de rock independiente. Con Sebastián Realini y Walter Godoy produce el ciclo literario Libro Completo. Ideó, compiló y editó para añosluz editora la antología poética mundialista Himnos Nacionales, en la que 25 poetas escriben sobre los jugadores de la selección argentina participantes en Brasil 2014. Publicó las plaquetas de poesía Hendidura (2008), El achique de Dios (2008), Siesta, (2009), todos por Editorial CILC. Textos suyos aparecen en Revista Canícula N°2, Ñuspéiper #3, Dolce Stil Criollo 1, y en diversos blogs. Fue traducido al francés por Mathias De Breyne, compilador de la antología bilingüe de literatura argentina contemporánea Cross a la mandíbula (2011).

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