Por Flor Codagnone

No es que no haya tenido remeras de rock: usé mucho el primer diseño de la de Catupecu Machu, una hermosísima remera negra con visos blancos en los hombros y los tres monitos sabios ilustrados por Quique Ibarra. A ésa la recuerdo por dos cosas: una vez, antes de que me gustara del modo en que me gustó la banda y de que iniciara una relación con ella, me lo crucé a Fer Ruiz Díaz por Avenida Santa Fe. Llevaba la remera de su propio grupo y aquello me sorprendió siempre (iba, lo que se dice, con la camiseta bien puesta). La recuerdo también porque la elegí especialmente el día en que tenía que hacerme las fotos para la credencial y la libreta universitaria. Era 1999. Mis compañeros de la secundaria estaban de viaje de egresados. Yo me había quedado en Capital y aproveché para ir al cine, escribir, anotarme en la universidad, todo, con la remera de Catupecu. Ese gesto me acompañó durante toda la carrera y, tal vez, aún sigue vivo.

También tuve una musculosa negra de Estelares de la época de Ardimos. Me la compré el día de su primer ND. Por aquella época, mi novio y yo les dábamos una mano con la prensa y la difusión. De ésa también tengo un recuerdo fotográfico. Una serie de fotos en el living de la casa en la que vivimos, cuando todavía estaba despoblada de muebles y de libros. Yo en el piso. Yo recostada sobre el hombro de él…

Y, es cierto, tengo ahora una musculosa de Massacre que conmemora el primer Gran Rex de la banda y a su disco Ringo. Fue un regalo y la amo –sí, algo del amor se juega en ella–, sobre todo porque es larga y está hecha de un algodón fiel, de esos que no se dañan con los lavados ni con el paso del tiempo. Suave y fiel, con un macabro payaso que mira hacia el frente.

Sin embargo, no me suelen gustar las remeras con leyendas, con palabras, con nombres o bandas y jamás iría a un recital con una de ellas. Cuanto más cercano el grupo, peor. Es como si no soportara la presión de llevar aquello sobre mi piel y que el otro sepa que llevo aquello sobre mí. Basta un vistazo a mi cajón: todas mis remeras, lisas, de colores, algunas rayas, ni una sola frase, ni un solo nombre. Es raro: Si hago de la palabra carne y verbo todo el tiempo, y, más, si tanto me nutre la cultura del rock, sus letras, su decir ¿por qué me molesta tanto llevarla en el pecho?

Más raro aun: desde hace un tiempo, se me ha hecho costumbre regalarles a mis afectos remeras rockeras o literarias: Saer, Pavese, Spinetta, Cortázar. Mi hada madrina en este asunto es Jazmín, de Halo Lunar. A ella le consulto y se las encargo. Con ella, charlamos y decidimos y le sacamos sonrisas a todos los que, a diferencia de mí, no tienen problema en llevar sobre el pecho aquello que llevan.

Cuando me pidieron que escribiera sobre mi remera rockera favorita recordé que, desde hace tiempo, vengo fantaseando con una. Quiero decir: mi remera rockera favorita no está entre las que amo y sólo existe en mi cabeza. Refiere a una canción de Estelares, del disco Amantes suicidas, mi preferido,  y a una inquietud. ¿Cómo puede ser que nadie se le haya ocurrido hacer esa remera?

Porque es, también, una especie de broma. Manuel Moretti canta «”El horizonte es mío” o algo así “ llevas estampado en tu camiseta» y yo siempre quise volver reales esos versos. Podrían haber sido otros: la poética de Manuel es riquísima y me interpela y me habla y dice de mí constantemente. Pero son esas líneas las que quiero en mi remera; esas palabras, sobre en mi pecho. Que me curen las mañas. Que sean horizonte o rock (que es parecido). Tendré que llamar a Jazmín y pedirle un deseo.//∆z

Foto de Valentina Bruno

Flor Codagnone nació en Buenos Aires en 1982. Es licenciada en Periodismo. Realiza trabajos de edición, traducción y corrección. Brinda talleres y clínicas literarias. Creó la cátedra Rock y Comunicación en la Universidad del Salvador. Participó de la antología Rock del país (Universidad Nacional de Jujuy, 2010) y de Hablemos de angustias (Letra Viva, 2013). Escribió con Nicolás Cerruti Literatura ∞ Psicoanálisis: El signo de lo irrepetible (Letra Viva, 2013). Tradujo Los Beatles y Lacan: Un réquiem para la Edad Moderna (Galerna, 2013) y Antes de decirnos adiós (Galerna, 2014). Publicó los poemarios Mudas (Pánico el Pánico, 2013) y Celo (Pánico el Pánico, 2014).