El último domingo del verano fue la excusa perfecta para celebrar el Festival Hermoso, donde se lucieron algunos de los grupos más interesantes del indie porteño.

Por Luján Gambina

Fotos por Nadia Guzmán

El sol de domingo disimula el frío anticipado de marzo, y bajo sus débiles rayos nos acomodamos los que llegamos temprano. Cada uno trae su pequeño mundo, su imagen, su presencia y su esencia para que acá se mezclen y formen un nuevo cosmos, esta vez circundado por stands de discos y espacios con exhibición y pintura en vivo. ¿De eso se tratará el indie, acaso?

Cubierto por un cielo celeste de nubes granuladas, Shaman y los Pilares de la Creación son los primeros en subirse al escenario del Konex e iniciar el ciclo de conciertos del Festival Hermoso. Su presencia casi intimidante y la severidad de su voz, acompañada por la intensidad de sus canciones que crujen al ritmo de su folk vibrante, se encargan de construir el puente entre la vida dominical ordinaria y la magia que están gestando en este lugar.

Lucy Patané & Marina Fages son las que siguen en la lista, dos artistas brillantes que se dan el lujo de dejarse acompañar por Nacho Czornogas en su primera presentación en público como dúo. La voz de Marina es un sumergirse en el mar, y las cuerdas de Lucy son, como siempre, absolutamente impecables. Nadar en las profundidades de su sonoridad experimental, dejarse hamacar por el vaivén de sus ritmos lo-fi. Chapuzón refrescante en las aguas de movimiento y color profundo. Los ojos cerrados para “Líneas Doradas”, y flotar en la superficie del mar comandado por estas dos sirenas. Breves e intensas, nos regalaron un paseo por sus canciones de luz y color.

No habría nada mejor que diez metros de bosque pintados en un mural para acompañar a la Pequeña Orquesta de Trovadores, este sexteto de energía en estado puro, pero debidamente equilibrada para derramar un repertorio de canciones que incitan. Se sirven de “Los seis amigos del revolver” para arrancar. Podrán imaginarse entonces cómo siguió la cosa. Apuesto a que si este frío despiadado no se hubiera adelantado, los cuerpos que ahora descansan sentados en el suelo estarían a pleno bailongo, porque los temas nuevos que están presentando no dejan otra alternativa. Canciones que cuentan pequeñas historias, frescas, de amor y cotidianeidad, cuentos con sonoridad, el plan perfecto para el último domingo del verano.

Custodiados por la luna que se alza radiante sobre las cabezas, llega el turno de Los Hermanos McKenzie. “Acérquense, párense, que hace frío. No sean tímidos. Cerca, cerca, cerca, cerca”, invita Cecilia antes de que los acordes empiecen a destilar esa experimentación y psicodelia con la que transforman al patio del Konex en el País de las Maravillas. La noche está por todos lados, y algo de su oscuridad se cuela en el sonido de estos hermanitos, haciéndose patente en los vientos de Marina Pérez. Su despedida es un puñado de estrellas viajando en el cielo negro, el sonido de la nueva era despertando los sentidos.

Al lado del escenario terminaron de pintar un volcán en erupción, y algo de eso pasa cuando Julio & Agosto sube a tocar. Para poner al público en clima, proyectan unas animaciones en la pared mientras se acomodan para cerrar el festival. Se largan de lleno con su ritmo mixturado y arrancan risas con su humor fresco y espontáneo. El bichito julioagostero pica, y la gente se mueve suavecito al compás. Cada canción es un pequeño mundo que se despliega a todo color y deforma el espacio, como un sistema solar orbitando a nuestro alrededor. Sus canciones van tramando un recorrido musical de parajes intensos, y el festival es ahora fiesta. Para la despedida advierten sorpresa, y ahí nomás dejan los cables de lado, piden ronda y bajan del escenario para reunirse con los artistas hermosos y todos juntos tocan una versión de “It’s in her kiss” que contagia de hermandad y cubre la noche con un halo de camaradería y júbilo.

Un festival interdisciplinario hecho por amigos, para amigos, donde la premisa fue divertirse y que todo sea realmente hermoso por un rato.