A dos meses de la muerte del escritor peruano Oswaldo Reynoso repasamos su libro emblemático, Los inocentes, y las conexiones que se pueden tejer con otras obras que también describen ciudades monstruosas y adolescentes violentos. 

Por Daniel Rojas Pachas

Lima es “un gigante que crece zarandeado, martirizado, casi ciego” dice José María Arguedas. Se refiere a Los inocentes (1961), de Oswaldo Reynoso, un libro que a lo largo de los años ha sido admirado por escritores como Fabián Casas: “Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco o Los inocentes del peruano Oswaldo Reynoso. Libros que no se plantean representar a un país. Que lo representan más bien como una fatalidad. Que no están escritos con la antena en las modas. Y que crecen, al igual que la buena literatura, con la contingencia de las matas de pasto en los intersticios de las paredes viejas”; o el mexicano Martín Camps: “Podemos decir de Reynoso aquello que refirió Goytisolo sobre la obra de Fuentes: su obra es un océano, pero el de Reynoso es un mar calmo y profundo”.

Oswaldo Reynoso ciertamente logró el reconocimiento de pares de distintas generaciones y tiene el merecido título de ser el autor más leído por los jóvenes en el Perú. Año a año miles de estudiantes así como incipientes escritores descubren sus libros en las ediciones populares impresas por la editorial San Marcos. También está la bella edición de Los inocentes de la editorial Estruendomudo, que contiene un dossier con fotos y testimonios sobre el impacto de la obra de Reynoso en la voz de escritores contemporáneos de la narrativa peruana. Aun así, Reynoso no ha corrido la misma suerte que otros escritores de su época (Vargas Llosa, Bryce Echeñique) o posteriores (Cueto, Bayly, Roncagliolo).

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Los que tuvimos la suerte de conocerle, compartir y aprender a su lado —y más importante aún: leerlo— sabemos que Reynoso nunca fue parte de algún boom, ni procuró instalarse en alguna camarilla. Mucho menos tranzar influencias. Sólo se dedicó a escribir excelentes libros y no se autoimpuso modas o una voz artificial para adaptarse al mercado de ferias y grandes sellos. Conocidas son sus críticas al establishment de las transnacionales que cambian escritores como estrellas de fútbol: “Yo soy un escritor profesional, pero no soy un escritor ganapán. Éstos últimos son los que negocian con las editoriales para escribir una novela cada año. Yo soy creador.”

Sirva esto de introducción para aquellos que no conocen a Reynoso y puedan hacerse una idea del hombre detrás de los libros. Ahora hablemos de lo que nos llama: los textos.

Los inocentes abre de esta forma:

“Febrero, (un día cualquiera).
2 p.m.
Metió las manos en los bolsillos y fue más hombre que nunca.
«El semáforo es caramelo de menta: exquisitamente. Ahora, rojo: bola de billar suspendida en el aire».
El sol, violento y salvaje, se derrama, sobre el asfalto, en lluvia dorada de polvo.
«Así me gusta: bajo el sol, triste, y con las manos en los bolsillos. (Sólo los viciosos tienen esa costumbre).
¡Al diablo con la vieja! Con las manos en los bolsillos.
Porque quiero. Porque me da la gana».
Entró por Moquegua al Jirón de la Unión.”

¿Qué tiene en común esta novela con el film Los Olvidados (1950), de Luis Buñuel; con la novela Gazapo (1965), de Gustavo Sainz; con el libro Rumble Fish (1975), de Susan E. Hinton (adaptado al cine por Francis Ford Coppola); con la película Ciudad de Dios (2002), de Fernando Meirelles?

¿Qué es lo que conecta a estas obras literarias y fílmicas con Los inocentes? Ciudades monstruosas, grandes capitales y en su interior barrios miseria. Adolescentes violentos arrojados a un mundo abusivo y brutal al que responden con descaro, con una malicia que termina por arrastrarlos al crimen.

Para ingresar a esa realidad —México-Distrito Federal, Sao Paulo, Lima— hay que conocer el lenguaje vernacular, manejar la jerga de la calle, ser capaz de explorar con sensibilidad todo un universo de relaciones: no volver trivial la representación, no hacer una caricatura grotesca o un panfleto moralista sobre el abandono y el mundo de las pandillas.

Los inocentes guarda todos esos ingredientes en su pequeño cuerpo de no más de 60 páginas, y eso la hace una obra imprescindible dentro de la narrativa latinoamericana. Oswaldo se anticipa a Sainz, a Hinton, a Meirelles y seguro que a muchos más. Sólo Los Olvidados precede a la novela del peruano, y de hecho Reynoso declaró haber quedado impactado con la cinta e incluso confesó haber querido ir más allá explorando esa herida de nuestras grandes ciudades y sus extramuros.

Además, a diferencia de la película de Buñuel Los inocentes está libre de todo tono maniqueísta. La cinta del español desde su inicio nos plantea el problema de la marginalidad como un asunto sociológico, su película quiere ser una historia verídica que apela a las fuerzas progresivas de la sociedad e invita a todos los ciudadanos a reflexionar y actuar en pos del bien de la comunidad.

En la obra de Reynoso no hay semejantes tentativas de solución. No hay fórmulas. La situación de la pandilla compuesta por Colorete, El príncipe, Cara de Ángel, Carambola y los demás es relatada con naturalidad, libre de maquillajes, sin la tentativa de buscar culpables y apuntar con un dedo. El lenguaje de los diálogos es representativo de las calles de esa época y se amalgama con bellas descripciones poéticas que estimulan de forma sinestésica tanto la ambientación de una ciudad abismal como el deseo y las frustraciones de los adolescentes. No hay un sesgo que oriente al lector a tomar una postura, no hay una tesis explícita de por medio. Sólo hay sutileza y una estética desbocada que narra:

“estoy sudando y me gusta el olor de mi cuerpo el olor de las muchachas de mi barrio me arrecha sobre todo en verano tienen olor a pescado a fierro en invierno no se lavan y apestan rico las manos de Gilda olían a marisco a mar las piernas de Gilda buenas buenas buenas esta noche voy a México y no tendré miedo y el viejo si insiste un poco más casi me lleva da asco con viejo pero la camisa roja bonita Colorete es cochino con Yoni tal vez quince días que no me lo toco y parece que revienta con el sol las bolas hacen carambola jardinera dados gigantes que chocan contra el mar siempre siete siete cuando se pide los senos de Gilda con leche tibia y dulce playa mar ruido olas música azul con verde miel helada en la lengua aguadulce retumba en ola en roca el mar roca en agua y ola tumbo en tumbo en roca amor en roca Gilda en roca cara sol Yoni mar en cine fruna en mar roca roca en tumbo cara roca mar”.

En Los inocentes ingresamos a las mentes de esos adolescentes, entramos con profundidad en su psiquis, en las obsesiones y miedos que los acosan; y para eso Reynoso recurre con pericia a distintas formas de narrar: fluir de la consciencia, voces que se superponen en una maraña de diálogos, recortes de prensa, breves flashbacks.

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Quizá aquí esté la relación de Los inocentes con Gazapo, de Oswaldo Reynoso con Gustavo Sainz; porque son escritores que no sólo desentrañan lo urbano y se atreven a ingresar a la contracultura: sobre todo son experimentadores del lenguaje, observadores de la realidad y reintérpretes de su propia voz, multifacéticos y exploradores. Ambas obras —una en México, la otra en Perú— desencadenan a la narrativa del folclore y el indigenismo, nos sacan del mundo rural y el mundonovismo. Gazapo nos introduce al DF de la onda, un under juvenil plagado de sexo, rock y contracultura. ¿Qué hay de Los inocentes? No por nada el alter ego de Los inocentes es Lima en Rock. Y aunque el escándalo mayúsculo que generó en la hipócrita ciudad de los reyes se debió en parte a su léxico desenfadado, fue en realidad principalmente por el homoerotismo latente: un aspecto innovador y arriesgado que lleva a la novela de Reynoso más allá que la de Sainz a la hora de explorar el temprano conocimiento del placer, el cuerpo, el desamor y las motivaciones sexuales detrás de la violencia en estos jóvenes.

Una escena: Colorete, el más cruel de la pandilla, obliga a Cara de Ángel, el apostador del grupo y el más bello (al punto que lo apodan la María Félix o la María Bonita) a masturbarse frente a todos tras una pelea donde se trenzan en una lucha cuerpo a cuerpo en la cual sudan y se olfatean como animales. En medio de la escaramuza los pensamientos de ambos fluyen en torno a recuerdos en los cuales se entrevé la lucha por el liderazgo, los resentimientos, el deseo de aceptación y piedad de los demás; pero también sentidos momentos en que la indefensión los ha alcanzado y han compartido un mendrugo de pan o han querido impresionar al otro mostrándose mejores ante las chicas del barrio o procurado ocultar sus debilidades en cosas triviales como unos calcetines raídos o los pies sucios. Toda la situación entraña un inusitado contraste de furor y ternura. La cita de Jean Genet que abre el libro no es casual:

Yo tenía dieciséis años…
en el corazón pero no tenía
ni un solo lugar donde colocar
el sentimiento de mi inocencia

A mi parecer es esa profundidad con que se exponen las personalidades del grupo, su interacción y motivos, las que hacen de estos personajes inmortales y entrañables y cada momento en la obra juega un papel fundamental. Nada se encuentra expuesto al azar, a diferencia de lo que podemos encontrar en Ciudad de Dios, donde el verdadero personaje es la ciudad. En la película de Meirelles en muchos casos los sujetos actúan con brutalidad porque la ciudad los ha hecho así; no alcanzamos a entrever algún sustrato, sólo una suma de historias que entran y salen de nuestro foco de atención y que en la yuxtaposición generan el ambiente. El caso más emblemático es el de Zé Pequeño, un psicópata de quien a lo largo de toda su historia sabemos apenas lo mínimo. ¿Qué lo mueve? ¿El ansia de poder? ¿El deseo de apoderarse de la Ciudad de Dios? ¿El querer revertir su sentimiento de inferioridad por haber sido la mascota del Trío Ternura? Todo eso queda en mera especulación y al final hace del personaje unidimensional y por momentos un tanto caricaturesco.

Quizá la única forma de entender al personaje es a la luz de su amigo Bené y su aspiración a salir del infierno de la favela a través de la ropa, la novia sexy y las fiestas con niños bien. En Los inocentes aún no entramos en la atmósfera sórdida de la Lima plagada de pasta base y niños que aspiran pegamento en bolsas, toda una generación abortada de pequeños que fueron apodados pirañitas —por moverse en bandadas y atacar a los transeúntes. La historia de Reynoso se hace cargo de su tiempo, pero también anticipa esa Lima que vendrá:

“Si en algo has fallado ha sido por tu familia, pobre y destruida; por tu Quinta, bulliciosa y perdida; por tu barrio, que es todo un infierno; y por tu Lima. Porque en todo Lima está la tentación que te devora: billares, cine, carreras, cantinas. Y el dinero. Sobre todo el dinero, que hay que conseguirlo como sea.”

Ese devenir trágico no se construye de modo etéreo. Los personajes presentan matices y hondura. Reynoso no sólo nos traduce la situación de sus personajes sino que va edificando toda una atmósfera que nos envuelve y da cuenta del fracaso y las pequeñas aspiraciones que están en juego: las compensaciones que se buscan entre tanta miseria. Y al final nos damos cuenta de que son sólo niños sometidos al rigor y la humillación.

Si pensamos ahora en la obra de Susan E. Hinton y su adaptación cinematográfica, tanto Rumble Fish como The Outsiders nos presentan la lucha entre los greasers y los socs en un mundo donde los adultos sobran. Casi como si estuviéramos en El señor de las moscas, los jóvenes se desenvuelven en un mundo donde las reglas las ponen ellos y lo que se prioriza son las relaciones de fraternidad, la lealtad que pervive en el grupo de amigos como una respuesta al abandono de los adultos, a su corrupción.

La niñez y la juventud son tesoros en riesgo, por eso la máxima Stay gold Ponyboy. De cualquier modo la obra tiene una mirada romántica de las pandillas y tiende a sobrestetizar el drama y las pugnas de poder; por momentos pierde tensión dramática para dar paso a una glamorización de los devaneos que sufren los adolescentes. Lo mismo ocurre en la versión fílmica, que por momentos parece transformarse en un videoclip. No podemos negar que las escenas de pelea en los subterráneos —cuando Rusty James se enfrenta al intoxicado líder de la banda rival— por bien filmadas que estén y por mucho que se genere una atmósfera, hacen sentir de a ratos que estamos en algo a medio camino entre West Side Story y “Beat It”, de Michael Jackson.

En la obra de Reynoso el mundo de los adolescentes también guarda esa connotación de espacio de refugio frente a los adultos, es claro que tienen sus códigos y los mayores sobran. Sin embargo, así como no hay panfleto tampoco existe ese ánimo de pretender enaltecer el mundo juvenil y la rebeldía y exponerlo como algo totalmente antagónico a la adultez. De hecho, todo es una prolongación del mismo mundo, un nudo gordiano que los ata a todos y los condena de algún modo a transitar los mismos pasos y contaminarse entre sí.

Este repaso de algunas obras emblemáticas que han pretendido abordar la situación de los jóvenes y la violencia que los rodea ha tenido sólo una intención: mostrar que Reynoso no es encasillable y que su libro Los inocentes, pese a ser un texto que tiene más de cincuenta años, sigue vigente y en muchos aspectos anticipa situaciones que las otras novelas y films en algunos casos pasaron por alto o no tuvieron la sensibilidad para tratar sin retóricas exageradas o discursos en que lo testimonial se traga lo literario.

En esa medida epítetos como el best-seller clandestino o el secreto mejor guardado de la narrativa peruana debieran sobre todo en un mundo como en el que vivimos, interconectado y sin fronteras, al menos en lo virtual, quedar atrás y aunque el autor ya no está con nosotros, saber que su obra tiene un corazón a la altura de su genio.//∆z

Guanajuato, México 2016