Una lectura crítica de la novela Alt-lit editada por Metalúcida que abre un debate respecto a esta indefinible tendencia literaria norteamericana.

Por Alan Ojeda

¿Qué es la Alt-lit? Es una pregunta que puede parecer bastante general. Parecería pretencioso analizar un fenómeno a través de unos pocos ejemplos pero ¿no bastan un par de cuentos de literatura fantástica o de terror o policiales para entender cómo funciona cada género? Quizá la Alt-lit no sea un género en sí mismo, pero no es ajeno a las formas de análisis de la literatura. Aquí la excusa para hablar de esto será Trabajá. Cuidá a tus hijos. Pagá tus cuentas. Acatá la ley. Consumí (Metalúcida, 2015) del escritor norteamericano Noah Cicero.

noah cicero

Hace un tiempo que el nombre de Tao Lin resuena en la literatura argentina. Quizá no sea un peso pesado pero, en todo caso, parece haberse transformado en algo peor: un autor “de culto” (con todo lo que ese título puede llegar a justificar) de la Alt-Lit. Hace un tiempo también se editó Alt-Lit Antología de literatura norteamericana actual (Interzona, 2014), libro que reúne relatos de autores como Blake Butler, Ofelia Hunt, Jordan Castro, Lily Down y quien nos convoca, Noah Cicero. Frente a esta presencia ya inevitable y a una lista cada vez más grande de jóvenes autores argentinos (sobre todo porteños) que adhieren a esta estética/filosofía, no es desubicada la(s) pregunta(s): ¿Qué es la Alt-Lit? ¿Una estética? ¿Un síntoma de la derrota de toda filosofía vitalista? ¿La narración de una experiencia humana nueva? ¿Una crítica explícita a un imperio económico en decadencia? ¿Un fenómeno editorial perfecto para un público cada vez más ajeno a cualquier reflexión o esfuerzo por miedo a parecer “intelectual”? ¿Una literatura ideal para quienes quieren considerarse rebeldes de la cultura escribiendo mal? Probablemente sea todo eso.

No suelo ser un tipo duro en las reseñas que he hecho, pero cuando algo no funciona, no funciona. Alguno no dudará en acusarme de académico por mis críticas; yo no dudaré en acusarlo de estúpido por pensar que eso es una determinación puramente negativa. Hace más de un año llegué por accidente a Hikikomori (2007), un experimento narrativo de Tao Lin y Ellen Kennedy. Un intercambio de mensajes breves que simulan ser mails donde cada uno de los personajes dice cosas como: “yesterday i hit my face with a stuffed animal for three hours until i was tired and took a nap and then woke and hit my face with a stuffed animal for four hours and went to sleep”. Tiempo después me entero que la editorial Triana lo publicó en castellano en el 2012 a un precio de $150 pesos. Entonces pienso en la época en la que vivo concluyo: “El rey está desnudo, literalmente desnudo, pero entonces llega uno que dice que no, que solo es una postura irónica, que el rey se muestra desnudo para mostrar que todos estamos desnudos y que en verdad no es un idiota sino un tipo inteligentísimo. O, por qué no, a convencernos de que se desnudez no es tal, que en verdad está vestido de una seda realmente invisible y finísima, tan fina que solo la sutil acidez de un snob es capaz de captar. Entonces nos venden la finísima ropa invisible a 150 pesos a cada uno y de pronto todos estamos en bolas y los otros tienen los billetes en las manos”. Esto es un prólogo extenso pero necesario.

Trabajá. Cuidá a tus hijos. Pagá tus cuentas. Acatá la ley. Consumí (Metalúcida 2015) es una novela dividida en dos partes. La primera trata de un joven llamado Mike que pese a sus estudios en Ciencias Políticas no es capaz de conseguir un trabajo. Por descarte termina en NEOTAP, una agencia de reeducación para delincuentes en la que deberá desempeñarse en el escalafón más bajo cobrando poco más de 11 dólares la hora. En los primeros capítulos podemos imaginar una novela distópica como Un mundo feliz o 1984. Ajeno a todo artificio Noah Cicero expone las ideas de su novela como en un panfleto político. Con una prosa árida cada personaje expresa sus ideas de forma tal que podrían ser eliminados dejando solo su discurso. Ni los personajes de un policial clásico (que suelen ser poco más que una función narrativa) han sido alguna vez tan chatos. La segunda parte, protagonizada por otra empleada de la organización y novia de Mike, Mónica, es una odisea pseudo militar hacia la liberación de los oprimidos por el sistema en algo similar a un campo de concentración para aquellos que hacían sonar la simpsoniana “alarma de pensamiento independiente”. Desde el título la novela nos anuncia de qué hablará. En eso sí que no decepciona. Pero, ¿qué puede decirnos un escritor norteamericano de la ya estereotipada superficialidad de los EEUU? ¿No consumimos las producciones de su industria-cultural día a día? ¿No vemos como sus empresas día a día asumen nuevas estructuras perversas? ¿No sabemos qué es el panóptico casi desde que terminamos la secundaria y empezamos el CBC?

Muchos podrán decir que la Alt-Lit es una nueva sensibilidad, una fotografía de la experiencia superficial, angustiante y evanescente del mundo. No lo niego. Puede que así sea. No quita también que no colaboren con esa insoportable levedad con sus libros leves, con sus vidas leves, con su intelecto leve. Un último soplo de vida (leve) de una generación que no para de mostrar con orgullo que ha sido derrotada. Entonces llego a una conclusión, la misma a la que han llegado los genios de Capusotto y Saborido en su sketch El humor nos identifica. El consumo de esta literatura no es más que una actitud derrotista, narcisista y consolatoria de quienes quieren encontrar en algún renglón de un libro o verso de un poema justificada su leve existencia, transformada ahora en libro. Así quizá puedan abandonar la nostalgia de un pasado mejor para abrazar con ternura la mediocridad que ahora llaman “arte”. Así quizá puedan también vivir más tranquilos, sintiendo la caricia distante y digital de algún escritor lejano que los consuele en la soledad de su habitación, cuando se encuentran frente a la pantalla para postear en su blog ese poema masturbatorio o pequeña narración sobre la ausencia de rolls capresse en el Deli Market de su barrio o la sorpresiva aparición de una zanahoria “orgánica” con forma humanoide de verduras de la huerta que hizo en su balcón.

Pocos podrían estar en desacuerdo con las premisas de Trabajá. Cuidá a tus hijos. Pagá tus cuestas. Acatá la ley. Consumí: el capitalismo es malo; las empresas nos explotan; el sistema desarrolla formas cada vez más fuertes para que el capitalismo alcance la categoría de religión de la misma forma que la viven los extremistas islámicos; el sistema genera delincuentes y luego les echa la culpa. Es hora de crecer. Quien haya atravesado los pasillos de la universidad (al menos de las universidades públicas de nuestro país) habrá oído hasta el cansancio sobre la crisis terminal del capitalismo. El que no ya habrá visto a Altamira en TV. Con eso es suficiente. Entonces ¿Qué puede aportarle este libro a un asiduo lector argentino? Posiblemente nada. Quizá su público se encuentre ya en esos jóvenes de 15 o 16 años que luchas por amasar un espíritu rebelde.

Narrar siempre ha sido una forma de crear sentido, de ordenar cosas en el caos. También ha sido una forma de poner en cuestión los dogmas y filosofías a través del conocimiento de las propiedades del leguaje: la literatura como herejía frente a la cultura dominante. No podemos ser relativistas, no nos va a llevar a ningún lado. Hay quienes logran hacerlo con más gracia y habilidad, capaces de contar el destino de todo ser viviente en el universo en 300 páginas (Olaf Stapledon). Otros pueden narrar una civilización imaginaria en 30 (Borges) o una teogonía (Lovecraft). Algunos necesitan 200 páginas para narrar el mediocre destino de un estudiante desempleado.

Evitemos, por necesidad de un consuelo metafísico, imbuir de valor aquello que no lo tiene. Si la mediocridad es inevitable, al menos que se limite a ser breve.//z