En What a Terrible World, What a Beautiful World, la banda de Colin Meloy sigue regalando canciones folk-pop, y retoma en pequeñas dosis la ornamentación barroca que los hizo poner en boca del mundillo indie.

Por Emmanuel Patrone

Luego de cometer regicidio en The King Is Dead, a los Decemberists -y, en especial a su líder, Colin Meloy- se los acusó de, como dicen los gringos, playing it safe. Jugarla seguro. Hacer un disco pop hecho y derecho, sin esas intenciones de explayarse en grandilocuentes asaltos sonoros híper edulcorados repletos de instrumentos de cámara. Algunos vieron -quizás con acierto en ese momento- que fue una apenas una respuesta al anterior trabajo, la ópera-rock The Hazards of Love, que fue bienvenido como una muestra del predominio del lado literario de la banda sobre su lado ganchero. Un disco simpaticón el del rey muerto, en suma, que encima les ganó su primer número uno en listas de ventas y unas cuantas comparaciones con R.E.M (hagan Ctrl más F en las reseñas del disco y regocíjense con la aparición sistemática del nombre de la banda del pelado Stipe).

Otros vieron el signo de una palabrita que se usa bastante en la crítica de rock para decir que una banda se está estancando de a poco y ya no tienen ganas de sorprender. Esa palabrita es “madurez”. The King Is Dead es su disco más “maduro” o -y aquí otra palabrita- “sólido”. Si antes Colin Meloy era el muchachito risueño que se pasaba las tardes subrayando con lápiz el Ulises de James Joyce y sorprendía con sus maravillosas ideas, ahora era un tipo grande de casi cuarenta que pasa más tiempo mirando La doctora de juguetes con su nene y componiendo canciones para que sus amiguitos del jardín bailen. O algo así.

Está bien: Colin no es Keith Richards ni un conductor de la tarde de Metro. Madurar, en su caso, no tendría que significar una traición a los valores rockeros. Nadie espera que vaya gritándole a un contingente de jubilados “Las frutas nada más maduran”. Y el nuevo disco de The Decemberists, What a Terrible World, What a Beautiful World, lo encuentra con cuarenta años recién cumpliditos reflexionando sobre la dicotomía esencial de la existencia en este planeta: la Tierra es un planeta injusto, hostil, despreciable para pasar nuestras miserables vidas pero oh, qué momentos preciosos se disfruta en él.

Y lo hace como siempre lo hizo. Desplegando unas cuantas canciones pop enfolkizadas que en algunos casos retoman la rimbombancia de sus primeros discos, pero en dosis menores. “Cavalry Captain” es un ejemplo claro, con un estribillo pegadizo en el que se suben unos cuantos vientos para honrar a ese capitán de caballería que se pronuncia en el título. En otros instantes se ponen bucólicos y pastorales, desempolvan la armónica y se ponen reflexivos, como en “12/17/12”. Pero aquí la mejor canción es “The Wrong Year”, que lo tiene a Meloy sacando a brillar su voz nasal como paciente recién salido de una rinoplastía mientras lo acompañan acordeones y violines en una canción tan cálida como clásica de los Decemberists.

No hay sorpresas en este nuevo disco, es cierto. Esto ya lo escuchamos en Picaresque, allá hace una década y mejor. En este caso, habrá que seguir leyendo sobre la madurez, la solidez y la mar en coche. También es cierto que es un disco que intenta retomar cierta senda más densa musicalmente. Lamentablemente, eso finalmente termina jugándole un poco en contra, ya que el álbum termina haciéndose largo, con un par de canciones que podrían haber quedado en la mesa de edición. What a Terrible World, What a Beautiful World no le ganará nuevos adeptos a los Decemberists como sí lo hizo su antecesor pero es un agregado digno a la discografía de una banda que, si hablamos de folk rock para chicos sensibles, todavía pelea tranquilamente en el podio de las más interesantes y regulares.//z

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