El fin de semana pasado se celebraron los primeros cinco años del Festipulenta con una edición especial en el Nuevo Matienzo. Relato de la segunda jornada según la mirada de un fundamentalista crónico del festival.

Por Claudio Kobelt

Fotos por Nadia Guzmán

Hernán El Poeta dice en uno de sus versos que “La memoria es un cine de uno solo”. Y algo de eso sucede cuando se menciona el FestiPulenta, suerte de  palabra clave que agita un puñado de recuerdos felices, de imágenes vividas que se proyectan a medida en nuestro teatro interior: Poli de Sr Tomate tirándose a cantar entre el público, Santi Amor en dupla con el Gato Sisti Ripoll anticipando lo que sería tiempo después el regreso de Perdedores Pop, Alejandro Medina llenando todo el Zaguán de blues, el arribo del mito neuquino de El Bicho Bolita, Carmen Sandiego en el 2011 rompiendo todo en Plasma, la magia eterna de 3Pecados, la celebración con El Mató en el Salón Irreal…y cuantos momentos más. Sin lugar a dudas el Festipulenta ha sido durante estos cinco años un espacio único que abrió su escenario a varios de los artistas más interesantes de la nueva escena independiente, y el festejo de este primer lustro de vida reunió a muchos de estos grupos y a una infinidad de amigos, a los de siempre y a los del futuro.

El festejo cambió la sede habitual, y a decir verdad se extraña un poco el Zaguán (clásico reducto pulenta en  la mayoría de sus ediciones) pero se entiende: El Nuevo Matienzo y su pulcra inmensidad funcionan como un salón de fiestas, un espacio destinado a la celebración y el cumpleaños feliz. Ya habrá tiempo de volver a casa, ahora nos debemos festejar. El Festipulenta Vol. 20 abre su segunda noche con un plan acústico y  la dulzura melancólica de Antolín. Su voz pequeña rebota en el techo de ladrillo volviéndose inmensa en el proceso, mientras que las pandillas entonan – tímidamente primero pero luego a los gritos-  esas baladas para veranos en extinción. La poesía de Antolín brilla en sus versos aparentemente simples pero delicadamente  profundos, plagados de referencias pop reconocibles, con las que es fácil identificarse y dejarse llevar hasta la emoción. “Los huesos sueldan / las chicas quedan” canta en “El Retador del Peligro”, en una clara cita a Lance Murdock, aquel temerario que apareció en un capítulo de Los Simpsons, así como las referencias a “Volver al Futuro” y varias más. Guiños a nuestro lado más inocente, más puro, más romántico, ese que cree y vive en las películas de los sábados, en el cine de los ochenta, en las canciones de amor. Antolín es la voz de una generación que mira al pasado desde un futuro sin hoy.

A continuación, en la pista mayor arrancan Los Totales, y un beat acelerado rompe la calma previa. Sobre el frenesí de una batería imparable y unas guitarras en ataque, su cantante se sacude poseído de una energía incontrolable, bailando sin límites ni formas ese rock furioso de influencias británicas innegables, en feroz mixtura con el punk. La personal voz de su líder, sus riffs altamente efectivos, y un beat 100% bailable hacen de esta una banda imperdible para el vivo y un gran comienzo para el escenario eléctrico del festival. Finalizado su show, volvemos a salir al patio, y es el turno de Pungatroids, proyecto solista del reconocido y prolífico Javi Punga, quien esta vez se presenta solo con su guitarra y algunos pedales, con los que crea un sonido especial/espacial, que sumado a su voz quebrada, lo convierten en una especie de trovador noise. Tocando solamente temas inéditos a la fecha, Punga se entrega entero en cada nota, en cada grito, en cada instante de ese folk sónico e indescifrable, de una belleza infinita, de esas que más que entender se sienten con la piel.

Volvemos a la pista eléctrica para otro momento imperdible: el debut de Bestia Bebé en los avatares Pulenta. Una tras otra, las canciones de la Bestia galopan salvajes, nos atraviesan,  nos modifican, y nada las detiene. “Estamos Bien”, “Sabés!” , y “El Uruguayo” suenan para el arranque, y el pogo estalla feroz, incontrolable, y cuando pensamos que no se puede cantar más fuerte o saltar más alto, llega “Wagen del pueblo”, y el festejo se vuelve un hermoso caos. Hijos directos del mejor punk rock argento, Bestia Bebé agrega su propia sensibilidad e historia a ese ritmo febril. “La mentira del verano” llega en el momento justo y relaja, distiende, lleva el ritmo y la energía a otro lugar. Pero solo bajamos para volver a subir: “Omar”, “Fiesta en el barrio” y “Lo quiero mucho a ese muchacho” terminan de detonar un Matienzo colmado de principio a fin. El broche de oro llega con “Patrullas del Terror”, con Ronnie Crispo como invitado en la voz, certificando tener en Bestia Bebé uno de los mejores jugadores para toda la cancha en el partido del nuevo rock.

Ahora es el turno de Perdedores Pop, la legendaria agrupación de culto de mediados de los noventa que hace algún tiempo decidió volver a los escenarios para contadas presentaciones. Con un set integrado en su mayoría por temas nuevos, los Perdedores demuestran no perder su encanto habitual y su fórmula registrada: Una melancolía gruesa, espesa, que  inunda esas canciones de puro espíritu alternativo con partes iguales de luz y oscuridad. Ver a Santi Amor y a Esteban Rial juntos de nuevo sobre el escenario es un deleite para los melómanos y noventistas de ley, que no pueden completar su felicidad por un sonido que no acompaña en cuanto a las voces, y por las pocas canciones conocidas que son interpretadas (las cuales son cantadas fuerte, como pasa en “Grandes Estrellas” y “Planes”). Una rareza más en la historia de una banda nada normal.  El show termina, hay un breve intervalo, y un calor sucio y garagero se dispara irremediable desde el minuto cero del siguiente show en la grilla: La crudeza implacable de El Perrodiablo. Sangre y sudor, cuero e incorrección para una de las propuestas más shockeantes y salvajes del rock local. El Perrodiablo no presenta alternativa, no te da chances, tiran a matar, hiriendo todo lo que queda sano con ese rockabilly post nuclear, como la banda sonora para las pandillas de Mad Max. Su cantante, Doma, es sin duda uno de esos líderes convertidos en performers, un intérprete que pone su cuerpo como esclavo de la canción. Dueño absoluto no solo del escenario sino de todo el lugar, y de todo aquel que allí se atreva a estar, Doma grita, escupe, se retuerce, salta hacia el público, y baila en las llamas de ese agite violento, en esa energía podrida y en plena ebullición, zarpada de calor.

Entre banda y banda en el primer piso se lleva a cabo la feria y la lectura de poesía por parte de varios escritores, entre ellos el mencionado Hernán, quien en cierto momento lee eso que dice que “de a poco, nuestro nombre se va volviendo nosotros”, y justo lo dice en el Festipulenta, y cuando termina El Perrodiablo. Queda claro: Esos nombres, se vuelven ellos.

Volvemos al escenario principal y es momento de Valle de Muñecas. Su pop/rock/canción es sumamente prolijo, sutil, y aun así intensamente poderoso. Sus melodías crecen desde el mismo momento que toman vuelo, y anidan en las voces agradecidas de un público fiel que sabe y celebra cada tonada de principio a fin. Cada canción es un hit, poseedora de una esencia propia, parte de una ceremonia probada, y de un impacto eficaz por donde se lo mire. Los hermanos Esain conocen como pocos eso de la canción perfecta, y ejecutan cada melodía con la firme precisión de los que saben lo que hacen. Dueños de una fuerza que empuja, los VDM dejan al escenario del Matienzo ante cientos de aplausos con “La Soledad no es una herida” y la bellísima “Vamos al cine”.

Luego, la fiesta sigue pero cambia de color, de tono, de calor. Con la –casi- instrumental “Nenes de Mamá”, los 107 Faunos comienzan su show como precalentando motores, los mismos que instantes después rugen al máximo con “El Imán de lo nuevo” y “La Plata”. Lo que pasa en los recitales Faunos es algo difícil de explicar, que no se entiende, más bien “se enciende”, ya que nuestros cuerpos son bombas detonando de emoción ante cada tonada, como si nuestro corazón fuera una mina activada por una canción. Los pibes saltan, las chicas vuelan, y la música invade cada rincón de nuestras soledades compartidas. Las almas vibran en sintonía, unidas por esa energía mística, caliente, pura, sucia. El público canta, grita, se desvive en cada verso junto a sus amigos del mal. Esas canciones, volviendo a citar a Hernán, son “un tobogán por donde bajan con ganas las gargantas”. Los 107 se despiden pero los asistentes se niegan a irse así nomás, y comienzan a cantar “Pretemporada”, pedido que el grupo atiende y ejecuta sin hacerse rogar. Una vez terminada dicha canción sí se despiden, y como ya es costumbre, el público se queda solo cantando “Incertidumbre”, mientras la banda desarma y se va, sabiéndose hacedora de otra noche irrepetible, de magia inusual.

Después de 107 Faunos, y antes del show final, la grilla anunciaba una banda sorpresa. Los rumores corrían, la lista de candidatos aumentaba, y la ansiedad crecía, hasta que finalmente la duda se despejó: sobre el escenario se acomoda Prietto viaja al Cosmos con Mariano, para un nuevo regreso con gloria. Para aquellos que ya habíamos visto a PVACCM en vivo en alguna oportunidad, sabíamos lo que nos esperaba y no defraudó: Esa psicodelia cósmica, esas canciones mutantes y salvajemente libres lanzadas al espacio por un grupo de dos que, aun hoy, siguen sonando como doscientos. Canciones tan etéreas como palpables, que juegan con los recuerdos desatando los olvidos y agitando el amor de ayer. La guitarra de Maxi Prietto parece tener su lenguaje propio, uno que nuestro cuerpo traduce, mientras que Mariano late fuerte en su batería áspera y sincera, palpitando con todo el sentir de lo que queda por sufrir. “Verano Fatal”, “Niños”, “Vestido de Verano” y “Avenida Corrientes” son solo algunos de los momentos que Prietto y Mariano dispararon hacia nosotros, dando en el blanco de nuestra sensibilidad expuesta. El bis, pedido a gritos por el público, llega con la flamígera “El Bombero”, agitando una marea de cuerpos extasiados, rendidos ante al poder del blues galáctico, ese que no debería volver a irse jamás.

Es muy tarde ya. Todos están exhaustos, y algunos se comienzan a retirar, pero aún falta, queda más por disfrutar. Mujercitas Terror es la banda elegida para cerrar esta edición aniversario del festival. En la marcha frenética de su post punk noctambulo y oscuro, los MT tajean el aire con su dominio pleno de la escena y sus canciones como cuchillos. Con muchos temas nuevos y varios clásicos como “Excavaciones”, “Actriz” y “Días de guerra”, los Mujercitas brindan un show furtivo y urgente, opacado por algunos problemas de sonido que no les hace justicia a su habitual calidad. Hacia al final, molestos por los inconvenientes técnicos, amagan a irse pero todo parece arreglarse a ultimo momento, y con suma velocidad y casi ramoneramente hacen una última canción, dejando claro su hálito de misterio y oscuridad.

Hay una potencia en los hechos que ninguna ficción puede igualar” dice otro poema de Hernán. Y hay una potencia en cada Festipulenta que no se puede comparar, un espíritu vivo y salvaje de búsqueda, de libertad, de festejo, de amistad, de puro corazón. Sumo esta noche a mi pila de recuerdos y sonrío como brindando, como chocando la copa de mi memoria con todos aquellos que bailan, que tocan, que exponen. Sonrío por cada uno que apoya, que canta, que difunde, que organiza, que va. Brindo por cada corazón que vibra, que ama, y que  late, sobre todo, bien pulenta.