Con un disco homónimo, Slowdive resurge de entre sus cenizas con un sonido que resiste el paso del tiempo.

Por Juan Martín Nacinovich

Rachel Goswell tiene la mirada perdida en el horizonte. Es su cumpleaños aunque no se nota. En el extremo derecho del escenario, Neil Halstead hace su gracia mientras no levanta la vista del piso. Durante algunos momentos incluso desafinan, pero la alquimia está intacta. Hay una energía reverberante que toma forma ahí arriba y baja precipitadamente como una onda de choque. El debut de la banda de Reading en Buenos Aires el pasado 16 de mayo comienza con una nueva canción, “Slomo”, que reza “We’re younger than clouds, younger than clouds”. Dejemos las cosas claras: Slowdive renació después de 22 años con un álbum redondísimo bajo el brazo. No es un dato menor. Nunca fueron famosos, no gozaron de éxito comercial. Eran un secreto, una rara avis. Su regreso pasa por otro lado: todavía tienen algo para decir. Si en los albores de los ’90 crecieron a la sombra de otros popes del shoegaze como My Bloody Valentine y Ride, en la actualidad, mediante regreso incluido, son la base piramidal de un movimiento que nunca se apagó, a pesar de sus altibajos.

El cuarto disco de Slowdive, titulado de forma homónima al igual que aquel primer EP en 1990, recrea el sonido que los caracterizó y suma un agregado pop contemporáneo que ofrece frescura y, a su vez, evolución. La repetición sigue siendo la clave de su sonido, solo que ahora apelan a esas mismas atmósferas en sintonía con los tiempos que corren. En esa dirección, las letras siguen atravesando los mismos dolores amorosos, el tiempo perdido, el fuego del amor, la oscuridad, el cielo y las estrellas. Y es que Goswell y Halstead, luego de la separación de la banda en 1995 tras el lanzamiento de Pygmalion, su obra más experimental y minimalista, continuaron emparentados a través de Mojave 3, una agrupación con otro corte musical, centrado en el folk y el country.

La ya mencionada “Slomo” hace las veces de apertura, generando un clímax volátil pero ganchero. Enseguida aparece “Star Roving”, el primer corte difusión y bosquejo de lo que vendría tras más de dos décadas de hiato, que no solo enaltece el sonido shoegaze, sino que lo mejora; un track que podría desprenderse de la obra maestra Souvlaki (1993). “Don’t Know Why” despierta la vena dreampop de los británicos donde Goswell canta rota, desalentada: “I don’t want to see you now / Put it in a picture (bury all the magic) / Hide it in a story (bury all the treasure) / I don’t wanna know about”. “Sugar for the Pill” mantiene una estructura similar a la de “No Longer Making Time”, dos puntos altísimos del álbum en clave hits donde aparecen esos entramados complejos de las tres guitarras, Halstead/Goswell/Savill, desplegándose en armonía y caos simultáneamente. Entre medio se encuentra “Everyone Knows”, que si bien es un tema menor, saca a relucir distintas texturas. En “Go Get It” coquetean con el post-rock. Halstead canta dos letras a la par, como teniendo una suerte de conversación consigo mismo. Ocho minutos finísimos culminan con “Falling Ashes”, que repite incesante como mantra: “Thinking about love”.

Luego de 22 años, la música de Slowdive sigue sonando fresca, atemporal. Sonaba bien en sus años jóvenes, continuó gravitando con el nuevo siglo a cuestas en pos de una influencia a decenas de bandas (DIIV; Beach House; Deerhunter; A Place To Bury Strangers, entre otras) y con este regreso, finalmente, terminan por elevarse del mito a la leyenda.