Por Gabriela Clara Pignataro

Para construir el aura afectiva, manchas, agujeros y desteñidas en mi musculosa gris de los Ramones que aún se mantiene vivita y punkeando; es preciso llevarlos atrás en el tiempo. 16 años, para ser más exactos.

Año 1998, barrio de Floresta, domingo a la mañana. 8 am tal vez. Primavera, quizás.

Imaginemos una casa familiar, al fondo de un pasillo, planta baja y primer piso. Muchacha preadolescente, se levanta temprano en camisón con estampa de perro adorable en el pecho, deja su habitación sigilosamente. Todos duermen.

Baja las escaleras en puntas de pie: es menester no hacer ruido. Atraviesa el comedor, corre la puerta persiana del living. Se lava los ojos lagañosos en el baño, pasa a la cocina. Cierra la puerta. Prende la tele, recorre los canales de cable arriba-abajo (los pocos canales de cable disponibles para esa época) mientras se prepara un café con leche torpemente vuelca un poco. Deja el control para limpiar el enchastre que su cuerpo sin control motriz provoca; el canal se clava azarosamente en los números altos. Mientras espera que se caliente su desayuno, abre un chocolate, lo come. Luego de su acción glucosa-criminal se propone cerrar el paquete perfectamente y volver a dejarlo en su lugar, cuando desde la pantalla unos graves estallan y la hacen girar.

Cuatro tipos en un barco de cartón cantan la oda a Nunca Jamás. La chica, hija de clase trabajadora papá obrero puede arreglarlo todo y mamá tan alta puede bajar la luna se larga a llorar. Casi con la misma intensidad cuando Mufasa muere y se revela el mundo cruel y despiadado, la hermosa ironía de la vida.

La canción termina, anota con lápiz y a mucha velocidad en un papel del supermercado: Attaque 77.En la emoción del momento olvida la taza en el microondas, el chocolate abierto (esto dejará al descubierto sus misiones águila amargo, pero eso es cacao de otro costal), va hacia los discos de sus hermanos. Busca, busca, busca. Nada. Se guarda el papel en el bolsillo y vuelve a dormir.

Semanas cantando el estribillo en los recreos, año 98’ 7mo grado medianera al secundario, no ser popular, llevar el jumper largo, muy largo.

No quiero crecer más sería, paradójicamente el salto iniciático al mundo hermoso de los discos y cintos de tachas. Para eso, falta un poco aún. Paciencia.

Para esos días Internet llegaba a las casas en forma de Ciudad Internet, Aol, FullZero y cuanta empresa chupasangre digital anduviere por allí.

Después de mucho insistir, logré que acondicionaran una vieja PC ¡Y pantalla a color! El futuro había llegado a un cuartito del otro lado del pasillo, punto más equidistante de la casa donde experimenté por primera vez la hermosa íntima soledad de estar sólo yo respirando el aire de un espacio vacío de humanos y lleno de objetos con polvo.

El dial up me ponía en una espera bicentenaria, quien hubiera dicho ahí estábamos yo, la pantalla y el sistema binario fundiéndose a negro.

Y de pronto: el sistema está conectado. Saqué el papel del cuaderno, comencé a tipear Attaque 77, “Crecer”,wallpapers, Ciro Pertusi, escudos.

Copié la letra a mano línea a línea. Hasta llegar al final. Autor: The Ramones.

Resulta que mis héroes eran unos tipos con chaquetas, flequillos y estrellas, muchas estrellas en sus parches. Se cayó la conexión. Maldije a mi adn y todo el sauce llorón genealógico.

Desde ahí volví día tras día en la hora y media que se me permitía y bajaba lentamente, entelequicamente Rocket to RussiaIt’s alive. Me encerraba en el cuarto y bailaba los temas que sonaban como lata en los pequeños parlantes hasta transpirar el uniforme de gimnasia del colegio.

Descubrí el ICQ y los foros. Me llamé Judy77, Sheena77, Arwen77, Luthien from Habana (nunca llegué a apodarme La Maga, aunque sí Circe77). Me hice amigos ramoneros y attaqueros, gente que nunca conocí pero sabíamos nuestras vidas y tristezas adolescentes.

Los años subsiguieron entre discos pasados a casette y walkman girado a lapicera.

Mi primer recital llegó con el último de los Redondos, me llevaron mis hermanos. Ahí comprendí, si bien no devocioné al Indio en el cielo con diamantes, que lo único que quería y deseaba profundamente era ir a un recital otra vez.

¿Pero cómo hacerlo?

No me gustaba mucho ir a bailar, aunque todas mis congéneres iban. CityHall, Nazca y Mosconi. Tuve una idea. Ahorré la plata que me daban para tomar una coca adentro del boliche durante mucho tiempo. Junté monedas y vueltos de la verdulería durante meses.

Hasta que un glorioso día, un viernes piadoso para esta alma el S! publicó: Attaque 77, viernes XX en Hangar, Liniers.25$.Conté mi fortuna 5, 10, 20,30…35.

Sin dudar adjudiqué una noche de salida con las pibas, tomé el colectivo hacia Rivadavia, llegué. Temblando compré la entrada en puerta. Ingresé al mundo del mosh y la cerveza caliente como el César. Me metí entre la gente, llegué hasta el límite con el escenario y ahí me quedé.

Llorando, transpirando, cantando yo quiero bailar bajo la la luna nene no dejes de abrazarme nunca entre espadas y serpientes, lo que viene es perfección.

Esa noche me marcó, figurada y literalmente: me llevé bajo la línea del corpiño la marca de la valla. No fui la misma, desde ahí cada oportunidad de mentir mi paradero era libertad. ¿Para qué ir a bailar si puedo saltar y ser grande y chico a la vez?

Comencé a traficar TDK`s pedir discos prestados, pasarlos a casette para poder llevar conmigo a todos lados a Joey y los pibes locales.

Podrán pasar 5 años, verás muchos sueños caer pero mis ansias de punk no las van a detener.

Año 2003 comienzo a trabajar en un local de ropa en Avellaneda, jornadas interminables, paquetes de Marlboro, chatura emocional de los días. Hasta que una vendedora buena onda, un poco más grande que yo me pregunta que estaba escuchando en mis auriculares

-Eh, Los Ramones, It’s Alive.

-¿Te gustan los Ramones? Esta noche vamos con unas amigas a una fiesta trashera con Los Peyotes, vení va estar piola.

Me anota la dirección en un ticket del posnet. Nunca había ido a  una fiesta así del palo, ¿como ir vestida? (recordemos que era adolecente recién salida del horno con dudas existenciales) ¿En mis jeans rotos, topper y remera de flores?

En un respiro de la horda de compras mayoristas, escapé hacia el Locuras.

Precio de la remera de los Ramones: impagable para mi magro, expropiado sueldo. Volvía al local apagando el último pucho cuando en un local chino entre buzos de frisa de Donald, hallo my preciousmy treasure: una musculosa gris, corte camiseta estampada con un hermoso escudo de estrellas con purpurina. Chicanee que era vendedora de local amigo, la china se copó.

Las horas que restaron imaginé la noche por venir, yo enfundada en traje Ramonero, gente desconocida, cerveza.

La fiesta era en  Temperley y nada de eso pasó. Creo que fui a bailar a Cityhall con mi remera nueva. Semibatalla ganada.

Luego me quedé sin trabajo, hoy acá, mañana allá, los discos me estaban enseñando mucho más de lo aparente.

La música se me vuelve hilo conductor, mi memoria es aleatoria dije una vez, se ordena por tracks.

Luego de pasar las primeras depresiones laborales que se diluyeron desquitándome cantando I don’t care, I don’t careentré a trabajar en un call center.

La maroma de identidades sombra, enlutados al ritmo de las llamadas, la liberación en los tiempos de break.

Eramos tantos y tan solos. ¿Cómo conocer gente, hacer amigos si tu nombre es un Agent number?

La música salva, y eso es una verdad. Desde el automatismo de los boxes, sólo podes mirar a los otros mientras asentís robóticamente a Sir y Mrs furiosos. Desde mi recova podía ver al chico del cubículo 13ª. Pibe guapo, con lentes, antisocial: el outsider.

Nunca podía hablarle hasta que una remera de Dylan me dió el pie. Nos hicimos amigos, y en los breaks nos pasábamos discos de Ray Charles, Lennon y Portishead.

En esos días de CallhellCenter despedí a mi vieja. En mis oídos sonó más que nunca I wanna be well, casi como un rezo para mí. Durante semanas no me saqué la musculosa, era mi amuleto textil de  resistencia. La lavaba, claro.

Llegando el verano, recostada en mí box con Marky estallándome en el pecho llegó el Conurbano Affair: mi supervisor me invitó a escuchar discos a su casa.

Salimos un tiempo, conocí un amor breve y con pantalones anchos. Después cortamos, renuncié, vinieron tiempos Deftones y oficinas en microcentro.

Camisa al cuello, pantalón, zapatos de taco. Y debajo bien cerca de la piel, mi musculosa gris.

No te vas a convertir en otro monitor, Sheena came on’. Resistiré, resistiré hasta el fin.

En las horas de almuerzo, asaltaba el Musimundo de Florida, comprando promociones. Me abastecí de gran cantidad de discos a buen precio. Mi pequeño propio reinado musical.

Del centro recuerdo eso, luego renuncié por mi ideal de no trabajar en una multinacional: la primera actitud punk, pero adulta. Sin patear ninguna silla ni revolear un cuaderno tan sólo I don’t wanna walk around with you por la calle Reconquista y perder en esas cuadras mi espíritu entre el humo aturdido.

Los años venideros la profecía maldita se comenzaba a cumplir: crecer, y paradójicamente eso estaba bastante bueno. Nuevos discos, estudiar, romperse el corazón un par de veces, amar, hacerle pogo a la vida. Comenzar a escribir con furia y acabar leyendo con placer.

Muchos recitales épicos, pero nunca otra remera.

Este trozo de algodón made in China es mi talismán, mi pata de conejo: en ella se ve el paso del tiempo, se rompió y perdió color, pero como yo intenta, se sostiene en una sola pieza donde caben una mujer y una nena que todavía llora con navíos de cartón y se inventa nombres para multiplicarse.

Durante muchos años mi mantra fue Today your love, Tomorrow the world. Hoy subo la apuesta, invierto los factores, modifico el resultado: Hoy el mundo lo voy a conquistar para mí, extenderé mi reinado proletario sobre las páginas y barrios. Hoy el mundo lo voy a conquistar para mí, para después dártelo a vos, mi amor, quien quiera que seas.//z

Gabriela Clara Pignataro (Floresta, Buenos Aires, 1985) escribe, es actriz y fotógrafa por corazón.En 2013 estrenó su opera prima de experimentación teatral biodramática en CCMAtienzo. Publicó La última oleada se llevó todo menos esto(Editorial Subpoesía 2013), Eso que no se parte es una  respuesta (Difusión Alterna 2014). Se encuentra trabajando en Proyecto 4/4 de investigación fotográfica analógica. Escribe reseñas, poesía y ensayos en lasalvajelucidez.tumblr.com y sobre todo observa y respira.

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