La palabra justa: a 40 años de la desaparición de Rodolfo Walsh

Rodolfo Walsh es el arquetípo del periodista militante. Tanto para sectores revolucionarios de izquierda, peronistas o conservadores, resume los principios básicos del buen periodismo: aquel servidor social que devela la oscuridad del poder aún en tiempos difíciles. A 40 años de su desaparición lo recordamos.

Por Pablo Díaz Marenghi

Idolatrado por muchos, odiado por otros, pero respetado por una amplia mayoría, Rodolfo Jorge Walsh murió por “dar testimonio en tiempos difíciles” -como escribió en su Carta Abierta a la Junta Militar– un 25 de marzo de 1977. Un grupo de tareas del Centro Clandestino de Detención Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) lo fusiló en la esquina de San Juan y Entre Ríos. Desde aquel entonces se encuentra desaparecido. Fue periodista, escritor, lavacopas, limpiador de ventanas, comerciante de antigüedades, criptógrafo en Cuba y, sobre todo, fue un militante político. Era uno de los peces gordos en las listas negras de la Dictadura que se proponía aniquilar a la llamada “subversión”. Es decir, destruir la consciencia política, a las organizaciones armadas y a cualquier tendencia revolucionaria en sus diferentes intensidades: desde un libro de texto, una pancarta o una asamblea estudiantil. Los militares que usurparon las instituciones democráticas de la Argentina un 24 de marzo de 1976 pudieron silenciar su cuerpo pero no su obra y su legado.

Walsh y la literatura

Rodolfo Walsh aspiraba a convertirse en escritor – y lo sería hasta su muerte ya que así se define al firmar su célebre “Carta Abierta”- . Comenzó sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras pero los abandonó y comenzó a trabajar como corrector de pruebas y traductor en la editorial Hachette. En aquel entonces Walsh escribe sus primeros textos, en principio del género policial. Su antología de tres cuentos Variaciones en rojo, le valdría el Premio Municipal de Literatura en 1953. Sin embargo, pasaría a ocupar el lugar de las “plumas malditas de la literatura argentina” – al igual que el gran Roberto Arlt– para luego volcarse hacia el periodismo. Sus primeros relatos poseen una impronta borgeana. Se enmarcan dentro del género policial, bastardeado por los cánones literarios. Allí aparece un personaje recurrente en sus relatos, Daniel Hernández, su alter ego. Un corrector de pruebas de galera que se dedica a colaborar con la policía en la resolución de crímenes. También aparecerán dos comisarios muy particulares que colaboraran en la resolución del caso: el brillante comisario Laurenzi y el –un poco más tosco– comisario Jimenez. El resto de sus cuentos aparecería en Los oficios terrestres (1965), Un kilo de oro (1967) y Un oscuro día de justicia (1973), cuyo cuento homónimo es una metáfora formidable acerca del compromiso militante de la época: “el pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza”. Otro de sus cuentos más interesantes es “Nota al pie” , en donde una nota, en principio subsidiaria del texto principal, se va comiendo hasta darle voz un invisibilizado. En este caso, a un corrector literario que bien podría representar a las clases oprimidas de la Argentina. Sin dudas, uno de sus cuentos más formidables, elegido por Alfaguara como el mejor cuento argentino del siglo XX, es “Esa mujer”. Elegido por la Encuesta Alfaguara de 1999 como el mejor cuento argentino, narra la entrevista entre un escritor que busca un cadaver un militar que lo resguarda con recelo. Su comienzo es célebre: “El coronel elogia mi puntualidad” y uno ya se sumerge en una habitación oscura, un dialogo tenso y va comprendiendo que este relato gira en torno a la desaparición del cadaver de Eva Perón y expone no solo la maestría de Walsh a la hora de forjar un clima y de afinar la tensión de un relato, sino que desnuda su absoluta adhesión al peronismo. Para Walsh, la literatura era, entre otras cosas, “ un avance laborioso a través de la propia estupidez”.

Walsh y el periodismo

El ajedrez era otra de sus más grandes pasiones. Era habitual verlo en los bares de la ciudad de La Plata -donde vivió diez años- jugando interminables partidas contra cualquier adversario que se le cruzase. Fue durante una de aquellas tertulias donde Rodolfo oyó la frase que invertiría por completo el eje de su vida: “Hay un fusilado que vive”. Semejante contradicción fue un estallido en la mente de Walsh. Allí nacía su obra más célebre en el periodismo y la literatura: Operación Masacre (1957) – donde narra la historia de los fusilamientos de trece civiles ocurridos en los basurales de José León Suarez durante la dictadura de Aramburu en 1956- y un camino de ida hacia una militancia por la justicia sin temor a las consecuencias. Dijo Walsh que “Operación Masacre cambió mi vida. Haciéndola, comprendí que además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior”.

La historia periodística de Walsh es monumental. En 1959 parte a Cuba entusiasmado por la Revolución Cubana. Allí conoce a Fidel Castro y a Ernesto “Che” Guevara y funda la Agencia de Noticias Prensa Latina junto a célebres periodistas como Gabriel García Marquez, Jorge Masetti, y Rogelio García Lupo; se propone difundir noticias desde la perspectiva revolucionaria del gobierno cubano. Luego de Operación Masacre, continúa sus investigaciones –¿Quién mató a Rosendo? (1969) y El caso Satanowzky  (1973) son las más destacadas- y muchas son publicadas en el semanario de la “CGT de los Argentinos”, organización sindical peronista-clasista al mando de Raymundo Ongaro. Su militancia se profundizaría al integrarse, a mediados de los setenta, al movimiento guerrillero peronista Montoneros.

Walsh y la política

En Montoneros– donde se lo conocía con el nombre de guerra “Esteban” o “Profesor Neurus”- fue jefe de inteligencia y director de la sección policiales del diario Noticias– periódico oficial de la organización que contaba con plumas destacadas como Miguel Bonasso, Horacio Verbitsky, Paco Urondo, Juan Gelman, Miguel Bonasso y un jovencísimo Martín Caparrós. En 1973 se aleja del movimiento por diferencias con “la cúpula” y se recluye en diferentes islas del Tigre de manera clandestina. Algunos invitados de lujo – como Horacio Verbitsky o David Viñas– compartieron tardes de pesca con el periodista exiliado por obligación dentro de su propio país. Fue durante la clandestinidad donde Walsh emprendió otro de sus proyectos más trascendentales y reveladores de su militancia: la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA) encargada de difundir fusilamientos, desapariciones y torturas llevadas adelante por la dictadura militar de 1976. El trabajo, llevado adelante por una decena de periodistas y militantes, era de sumo riesgo ya que obtenían información y pactaban entrevistas en situación de persecución absoluta e inminente riesgo de captura por parte de las Fuerzas Armadas. El libro ANCLA : una experiencia de comunicación clandestina de la licenciada en Ciencias de la Comunicación y periodista Natalia Vinelli documenta y analiza con creces el trabajo llevado adelante por Walsh y continuado hasta septiembre de 1977 por Verbitsky.

El 25 de marzo de 1977, cumplido un año de gobierno de la Junta Militar presidida por el Teniente General Jorge Rafael Videla, Rodolfo Walsh partió hacia su última misión. Se despidió de su compañera Lilia Ferreira en la estación Constitución con la promesa de reencontrarse al día siguiente. Nunca más regresaría. Mientras entregaba en redacciones de diarios, radios y casas de periodistas su “Carta Abierta a la Junta Militar” donde repasa de manera exhaustiva y precisa las atrocidades emprendidas por el gobierno de facto es cercado por un grupo de tares de la ESMA. Terco hasta el último suspiro, decidió no rendirse y desenfundar su pequeño revolver que siempre llevaba por precaución escondido en el tobillo. Se defendió hasta donde pudo. Una descarga de metralla acabó con su vida y su cuerpo fue trasladado a la ESMA como trofeo de guerra. Sus restos nunca se encontraron.

Es discutible si Walsh se autoinmoló o no. Muchos creyeron que al quedarse en el país estaba condenado – Bayer, por ejemplo se lo ha dicho de manera explícita antes de partir al exilio-. Es probable que haya sido su intención desde el principio, como reza el final de su “Carta Abierta”: “sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.”

Antes de morir Walsh ya estaba medio muerto. Había perdido a su hija Vicky – militante de Montoneros- en combate contra las Fuerzas Armadas, y a su amigo y colega Paco Urondo. El poeta y periodista se suicidó con una pastilla de cianuro cuando se vio acorralado por las fuerzas militares. Es célebre su frase: “Empuñé un arma porque busco la palabra justa.” Rodolfo Walsh siguió el mandato de su amigo hasta las últimas consecuencias. Jamás renunció a la palabra justa.//∆z