Por Paz Azcárate

Si el lector nunca tomó la línea 88, acá va un resumen del recorrido: sale de Plaza Miserere, da unas vueltas por Capital, agarra autopista, en algún momento pasa por Ramos Mejía y sale del GBA. Después entra a Cañuelas -donde generalmente para unos cuantos minutos-, pasa por un pueblo ignoto llamado Uribelarrea y termina en una ciudad igual de ignota pero con más habitantes que se llama Lobos, donde viví hasta 2008. El día que esta remera fue comprada hubo que hacer el camino inverso, subirse en Lobos, pagarle algo así como $7 pesos al chofer (hoy son $23 con SUBE) y armarse de paciencia para llegar hasta Once.

El 88 es un colectivo incómodo, lento, que da muchas vueltas entre la provincia y el conurbano. Dice una web de transporte que cuando empezó a funcionar se la conocía como “La lobera” y que ahora tiene servicio de aire acondicionado. La distancia que separa a Lobos de Capital, en auto puede hacerse en una hora y media o dos, mientras que en este colectivo hay que viajar entre tres y cuatro horas si no hay imprevistos. El recorrido es aburridísimo. La mayoría de los usuarios de la línea se sube en una parada que está  junto a un camino o ruta alrededor del cual no hay mucho más que un techito o una estación de servicio. Sin embargo, es infinitamente más barato que tomar una combi y tiene algo más de encanto que el ambiente perfumado y acondicionado de Lobos bus.

La primera vez que subí a ese colectivo fue para ir a ver Boom Boom Kid, que tocaba en Niceto. Fui con unos amigos que la tenían mucho más clara que yo, entre otras cosas, en los viajes en el 88. Cuando llegamos a Cañuelas se subieron muchas personas, entre las que había un borracho que estuvo gede desde el minuto cero y que unos kilómetros más tarde se descompuso. Hubo que desviar el recorrido hasta un hospital que nunca había visto en mi vida y que nunca identifiqué dónde quedaba. Un corte llegando a Capital hizo su parte y le sumó otros treinta o cuarenta minutos más al viaje. Cuando alguien describe cómo es el infierno y no habla del 88, me genera desconfianza.

Llegamos muy tarde a Niceto. Como suele pasar con Nekro, una vez que arranca el show, es muy difícil que queden entradas, aunque muy probable que, si persistís, te dejen entrar sin pagar, al menos para escuchar algunas canciones, que fue lo que hicimos. Creo que no estuvimos más de media hora, pero entrar sin pagar me dió margen en mi modesto presupuesto para pasar por la feria de Carlos y hacerme de esta pequeña pieza de belleza textil (e incluso para comer pizza y pagar otro boleto en el 88).

No pasó las etapas que llevan a una remera desde “prenda para salir a la calle”, hasta “remera para dormir”, aunque sí pasó por todas las categorías que hay en el medio sin un orden específico: fue usada para ir a la escuela, a la playa, a ver bandas, fue usada de pijama y para ir a cursar. Un verano le amputé el cuello y las mangas y se convirtió en musculosa. La uso mucho.

Crecí con Internet así que los discos siempre estuvieron al alcance de la mano. Cuando empecé a buscar música por mi cuenta era cuestión de revisar Ares y Emule. Fácil. Ir a ver bandas en vivo costaba un poco más. Estaba lejos, no tenía mucha plata ni aval de mis padres para hacerlo. Para los que siempre apestamos haciendo deportes, nuestras remeras rockeras pueden ser pequeñas condecoraciones, como los trofeítos que las madres exhiben en los estantes de sus livings. La chapa de mi reconocimiento diría “capaz de viajar cinco horas por veinticinco minutos de música en vivo”. No solo era una capacidad, algo que se podía soportar, si no que en el fondo era divertido que tuviera complicaciones. Admito que hay algo de caprichoso y una cuota de imbecilidad en esa proeza, pero es lo más parecido a un trofeo que le puedo mostrar a las visitas.//z

Paz Azcárate (1991, Lobos) Vive en Buenos Aires desde 2009. Estudia Ciencias de la Comunicación en UBA. Hizo otras cosas que están en LinkedIn y no vienen al caso. En Twitter es @azkaratekid.