Tinder y Happn, válvulas de escape por elevación de una generación. Ashley Madison y las verdades incómodas de la piratería. El futuro joven de la media naranja. Zoom in para entender por qué irse a cazar por las afueras parece quedar menos out que nunca.

Por Darío Malerba

El amor moderno

“No sabés con quién estarás esta semana, este mes, este tiempo del año”, dijo Lou Reed en Modern Dance, probablemente adelantándose a la promiscuidad de la era en que vivimos. Deberíamos dejar de pensar el término promiscuidad de manera endemoniada, porque hoy es prácticamente habitual que una persona social y sexualmente activa esté con más de una o dos personas a la vez, o al menos cuente con una alternativa (virtual o real) con respecto a sus parejas. Y esto no es una novedad, solo que el progreso de la igualdad de géneros y el avance de las libertades individuales nos dio el coraje de aceptar nuestros deseos y llevarlos a cabo sin tabúes.

Con el surgimiento ya hace casi tres años de la plataforma Tinder nuestra forma de relacionarnos –esto es: de conseguir pareja para copular- ha cambiado de forma violenta. Si bien existen antecedentes como el viejo Badoo o los ya finados MSN y salones de chats, la posibilidad de tener una red tan simple y efectiva al alcance de nuestras manos es simplemente el fin de la bolichecracia.

Para los que viven en un tupper, es fácil: Tinder es una aplicación para el teléfono en la cual ponés en tu perfil tus preferencias sexuales, edad, rango geográfico en el que querés conocer hombres o mujeres y empiezan a aparecerte opciones. Fotos con una pequeña descripción, si te interesa le das like sino next y si ambos se gustan te da posibilidad de hablar con tu candidato/a. Happn funciona igual, con la salvedad de que tus opciones son personas que te cruzaste en la calle o están muy cerca de donde vivís, de manera tal que esa idea de Dolina que rezaba algo así como que cada mujer que no le hablamos en la calle es un amor que se pierde a la vuelta de la esquina, ya no tendría validez.

No tan solos

Lo interesante son algunos números que publicó Wired este mes: un 42 por ciento de las personas que tienen cuenta en esta red social están en pareja. Del resto de los usuarios, un 54 por ciento es soltero, un 3 por ciento es divorciado o viudo, y un 1 por ciento señaló tener otro estado civil. Se solía pensar que este tipo de levante era solo para feos y perdedores, pero los números arrojados por la revista Wired nos pone en un quilombo groso, ya que casi la mitad de los usuarios no están solitos. Acaso nos seduce tanto la posibilidad, la oportunidad de tener alguien más a nuestro alcance, quizás muchas de estas personas seguramente no se encontraron ni garcharon jamás con otros usuarios, pero sin embargo están dentro de ese mundo, como si fuera una especie de plan B o de búsqueda de reafirmación de la autoestima (¿casi olvidado por las parejas?).

Nos seduce la disponibilidad infinita de personas, como si un camión de naranjas cayera y nos lleváramos tantas naranjas como nos fuera posibles y que de seguro no vamos a comer. Pero por las dudas las llevamos, como pagar un tenedor libre (que ni siquiera nos gusta como cocinan) pero ahí están las bateas calientes llamándonos y diciendo “vení mezcla torrejas con fideos y papafritas”.

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Men, men, men

Otro dato copado: hay un 62 por ciento de usuarios masculinos, mientras que un 38 por ciento es femenino. En el ranking de edades, el primer puesto lo ocupa la franja de entre 25 y 34 años, con un 45 por ciento de los usuarios pertenecientes a ese grupo. En el segundo lugar están los que tienen entre 16 y 24 años, que representan a un 38 por ciento del total. En orden de popularidad, les siguen los rangos de 35 a 44, con un 13 por ciento; y de 45 a 54, con un 3 por ciento.

Como siempre el hombre por delante tratando de hacer patria, como arrojan los porcentajes, es el masculino quien domina esta red y se comenta que lo único que hacen es poner “like” a todo hasta que “algo pique”. Como siempre, el invento no se usa para lo que sirve, sino que el ser humano le da el uso social que cree más conveniente, en este caso la lluvia de corazones. La mujer sin embargo se atiene un poco más a las reglas y como sabe que tiene la posibilidad “real” de elegir, es mucho más analista a la hora de dar el sí. Podría decirse que se siguen las reglas de cualquier bar sociable.

Las chicas invisibles o el Catfish del año

El mes pasado el hackeo de la página de citas Ashley Madison puso foco en la seguridad y la veracidad de los usuarios de este tipo de aplicaciones. La plataforma Ashley (no tan frecuentada en nuestro país) prometía a los usuarios un affair con un hombre o una fémina. Lo curioso es que esta red apuntaba directamente a los casados/as, de hecho, su slogan era algo así como “la vida es corta. Tené una aventura”. Esta empresa se llenaba los bolsillos (porque era exclusivamente paga) con esta promesa, la cual era un poco una falacia. El hackeo de los servidores no solo develó datos privados de los usuarios, sino que arrojó que un 95% de los perfiles de mujeres eran falsos, hecho que provocó la indignación de algunos hombres potencialmente infieles que se sintieron traicionados por la red. Hoy Ashley Madison enfrenta demandas legales y reclamos de sus usuarios, pero sigue en línea.

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Los jóvenes de hoy en día

Pero la posta la tiene la juventud, porque la mayoría de los usuarios no vieron ni Volver al Futuro (con las veces que la pasaban en Telefé) y esto lo digo por experiencias de usuarios de la red. Son gente joven, con menos prejuicios, con otra forma de enfrentar al mundo y que sorprende. No tienen miedo de ir a la casa de un desconocido, no están persecutas con los casos de Crónica Tv, quieren conocerse, quieren darse y quizás enamorarse.

Estamos en una transición y eso nos da curiosidad, pero también mucho miedo, porque somos progresistas, pero a veces tememos perder ese amor burgués que nos vendió Hollywood, el de la chica y el chico en el bar, las peripecias previas al primer beso, el sexo y el vivieron felices por siempre. Nos duele perder el ritual y sentimos a este más banal, inauténtico a comparación del anterior. Pero, en fin, podemos matar al diariero, pero no vamos a cambiar las noticias, así que dejemos los prejuicios de lado y empecemos a prepararnos para cuando nos digan en un casamiento (que, dios quiera, dejen de ser por Iglesia) “nos conocimos por Tinder” como si nos dijeran “nos conocimos en Cemento”.//z