El cuarto disco de St. Vincent ya se presenta como candidato a disco del año con una fórmula de campaña envidiable: un álbum ruidoso y exuberante que celebra la personalidad de una creadora muy especial a todo volumen.

Por Santiago Farrell

En menos de una década como solista, St. Vincent (seudónimo artístico de la multi instrumentalista estadounidense Annie Clark) adquirió un bien muy preciado para cualquier músico: un estilo propio bien definido, que reúne diversos géneros (rock, electrónica, punk, jazz, dance) en un todo coherente y particularmente expresivo. Es así como sus tres discos han sido éxitos de crítica y público y ella llegó a grabar con David Byrne. En St. Vincent, su cuarto álbum solista, salido hace un par de meses, Clark no se duerme en los laureles, confirma su status ascendente y ofrece una maravilla que la anota en la carrera a disco del año.

St. Vincent puede verse como una condensación de los elementos y temáticas que Clark viene trabajando desde Marry Me (2007): la interacción entre lo electrónico y lo eléctrico, la heterodoxia de estructuras y dinámicas y la línea de tensión entre felicidad y locura, omnipresente en su voz y sus letras. Desde esta perspectiva, aquí se ofrece el conjunto de canciones más sólido de su carrera. La fiesta arranca con “Rattlesnake”, donde Clark ostenta su libido con dejos de Björk en medio de un remolino de distorsión, beats asmáticos y raptos de Atari. De ahí en adelante, salvo contadas excepciones, St. Vincent es una aplanadora sónica imparable, uno de esos discos con la rara virtud de rockear fuerte sin necesariamente ser rock, y no para ni aún habiéndote roto la cabeza.

En parte, esto se debe al notable talento del productor John Engleton y de Clark para usar la distorsión digital, haciéndola sonar tan crasa como elaborada. Así lo prueban el riff yunque de “Regret” y “Birth in Reverse”, versión retorcida del típico blues sobre la vida cotidiana (“Ay, qué día común/sacar la basura, masturbarse”) que de repente se tilda en una coda de robot rock. Este elemento y la energía visceral de las composiciones le dan un impulso animal al disco, a veces en demasía, como en el final de “Huey Newton”, donde la tensión de las estrofas muta en un riff monstruoso, pero el overdrive se pasa un poco de rosca.

Esa pista es también un buen ejemplo de otro acierto del álbum, ya que pasa de recrear al primer Portishead a un intermezzo digno de Magical Mystery Tour y finalmente al apocalipsis. Clark logra que todo luzca natural en la gran mayoría de los temas, por más disparatada que suene cada propuesta en un principio. Así sucede con “Bring Me Your Loves”, que maneja dinámicas bipolares, oscilando entre un candombe alocado, segmentos a capella y hasta un par de riffs rockeros. Lo mismo ocurre con “Psychopath”, cuyo staccato deriva en un estribillo astutamente confiscado a “Monday Morning” de Pulp. El éxito de esta amalgama uno de los aspectos más brillantes de St. Vincent.

Pero lo más importante es el cambio de actitud. No es casualidad que Clark haya dicho que St. Vincent es un disco “muy extrovertido”, “un álbum de fiesta que se puede poner en un funeral”. De suceder eso, puede que revivan los muertos en “Digital Witness”, deliciosa reinterpretación de Parliament con vientos y toques de sintetizadores dance. El hilo conductor que ordena el caos es la voz, que explora varias facetas al mismo tiempo. Clark suena alocada, emotiva, traviesa y hasta agresiva echando mano a un arsenal de líneas vocales memorables y pisando quinta a fondo para impugnar la melancolía de Strange Mercy (2011). Es el modus operandi de “Regret”, que toma una vulnerabilidad curiosa (“Le tengo miedo al cielo porque no me banco las alturas”) y la sienta sobre una topadora sonora.

Clark programa dos pausas para apelar a la emoción: “I Prefer Your Love”, dedicado a su madre, y la siniestra “Severed Crossed Fingers”, que aporta un tenor dramático otrora oculto en el disco. Son más que bienvenidas; de hecho, lo único por lo que parece pecar St. Vincent es ir al palo siempre. Es un torrente interminable de energía que por momentos agota pese a estar milimétricamente secuenciado, especialmente sobre el final. De cualquier forma, no pierde méritos por eso, y este disco homónimo está entre lo mejor que se escuchó en lo que va de un año con su cuota de discos interesantes. Hagan sus apuestas.

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