En diálogo con ArteZeta, el músico habló sobre su nuevo trabajo, El nene minado, su método de trabajo obsesivo, la lectura del clima dé época en sus canciones y la colaboración con Chano Moreno Charpentier.

Por Pablo Díaz Marenghi y Matías Roveta

Fotos por Jesica Giacobbe

Todo comenzó así: Nahuel Briones se presentó en la Bienal de Arte Joven 2017, organizada por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y resultó ganador. Unos meses antes había lanzado Guerrera/Soldado (2017), un disco conceptual que cosechó excelentes críticas y con el que sintió que había dado todo. A partir del premio, entonces, se vio obligado a componer y registrar un nuevo álbum en cuestión de meses y, sintiéndose inseguro sobre el resultado posible, decidió empezar de cero sin reciclar canciones pasadas. Varios factores se acumularon: una alta dosis de presión, auto exigencia elevada, una cuota de azar y un talento desmedido. El resultado: El nene minado (2018), su mejor disco hasta el momento. El músico, que recorre la escena emergente hace casi una década (la cual homenajeó en el nombre de su segundo disco, El cruce de los Unders, de 2015), superó todo tipo de obstáculos para construir un notable universo de canciones.

“Lo que en general a mí más me cuesta, cuando estoy haciendo un disco, es lograr que haya pocas cosas”, explica Briones en la tranquilidad de la cocina de su casa de Parque Patricios. “Me pasa inclusive produciendo cosas de otras personas, en donde de movida se me ocurren seis ideas a la vez”. La casa, que supo ser de su abuela, tiene una decoración estrambótica y kitsch que no perturba. Más bien, va en la línea de su ser. Nahuel Briones es así: frenético, desmesurado y dueño de una atracción magnética, digna de los grandes artistas.

En sus propias palabras, define el concepto de El nene minado: “Es un disco que habla mucho del futuro que no va a venir, habla de ese plan que tenías con una pareja que se terminó y el plan sigue estando en algún lado, pero ya no va más”. Las doce canciones combinan géneros y estilos que, a priori, pueden parecer disímiles, como la electrónica, el cuarteto, el hip hop o el pop. El cúmulo de influencias y sonoridades que es posible rastrear es vasto pero no deja de ser equilibrado: afrobeat (“Los nuevos monitores”), arreglos sofisticados de cuerdas y colaboraciones de lujo (Chano Moreno Carpentier en “Bases y condiciones”), reminiscencias a Depeche Mode (“Cualquier lugar del mundo”), canción desnuda/acústica (“Los deseos se cumplen, ojo”), electrónica fusionada con cuarteto y mucho acordeón (“Bailamos”, cuyo estribillo se volvió un mantra feminista: “Bailamos, como si hubiesen separado la Iglesia del Estado”), pop melódico tradicional con sonido hi fi (“Futurito”) y colchones de programaciones y teclados fusionados con estallidos de guitarras que remiten al Fito Páez de El amor después del amor (“¿Te acordás de mí?”). El ensamble que logró con sus músicos, partícipes del proceso compositivo, es demoledor. Se lucen Daiana Leonelli (acordeón, voces, guitarras), Sato Valiente (guitarras), Javier Mareco (bajo y sintetizadores), Pablo González (batería) y Federico Nicolao (producción artística, programación, samples y sintetizadores).

Sus letras dieron un salto de calidad respecto al rock argentino contemporáneo, consagrándose como uno de los compositores más destacados de la escena independiente. Su lírica remite a la de letristas como Adrián Dárgelos, por el uso de la ironía, la pureza lingüística y una búsqueda de la belleza que se aleja de los lugares comunes. Una muestra de su orientación al cambio artístico, la mutación, la experimentación y el deseo por escapar a los facilismos, es la letra de “¿Te acordás de mí?”, en donde dice: “¿Te acordás de mí? Soy el del disco anterior”. O, tal como le explicó a ArteZeta, en la antesala de la presentación oficial de su disco en La Tangente: “No quiero ser el que represente algo. No quiero que digan ‘ah, el que hace las canciones que dicen tal cosa’. No me interesa”.

AZ: Ganaste la Bienal de Arte Joven el año pasado y el premio fue la financiación de un nuevo disco, con la condición de que tenías una fecha de entrega. ¿Cómo fue la experiencia de tener que trabajar bajo presión?

Nahuel Briones: El resultado estuvo muy bueno, pero la experiencia no tanto. De hecho, lo cuento ahora y me angustio (risas). Soy muy exigente y obsesivo y, cada vez que hago un disco, necesito que sea mejor que el anterior. Por lo menos para mí, después si al resto no le parece que sea así, a mí no me importa para nada. Yo sentí que con Guerrera/Soldado había dejado todo, a diferencia de lo que pasó con El cruce de los Unders, en donde sentí que era todo lo bueno que podía dar en ese momento pero que podría haber sido mucho mejor; con Guerrera/Soldado eso no ocurrió: me dije a mí mismo ‘bueno, mejor que esto, yo no puedo’. El trabajo con El nene minado, en ese sentido, fue traumático porque venía de un proceso así y la situación era que ahora en tres meses tenía que tener terminado otro disco. Pero la presión de la entrega de la Bienal no era tan sarpada como la mía: gente alrededor mío me decía que estuviera tranquilo, que por ahí se iba a tratar de un disco más relajado y punto, pero yo pensaba que no, que no hay un disco más relajado en la carrera de King Crimson, Zappa o Charly. No se puede hacer eso (risas). Yo había estado mucho tiempo trabajando en lo que era el concepto de Guerrera/Soldado como para que de golpe ahora tuviera que pensar lo mismo en relación a otro disco. Fue demasiado rápido y, la verdad, es que no tenía nada de material nuevo.

AZ: ¿No reciclaste canciones?

NB: No, es algo que no me gusta. Tenía, sí, muchas canciones que habían quedado afuera de Guerrera/Soldado, pero en general no agarro nada de lo que quedó afuera de un álbum anterior. A lo sumo, puedo rescatar algún riff, pero una canción entera no, porque por algo se quedaron afuera antes. Entonces, mientras estaba haciendo este nuevo disco, la pasé realmente muy mal. Fue re loco que tuve todos los problemas físicos de la ansiedad y el estrés: no poder dormir durante días o poder conciliar el sueño recién a las ocho de la mañana cuando tenía que estar en el estudio a las once. Tuve tendinitis en las dos muñecas, una especie de contractura eterna y una sensación de angustia que no se iba con nada. Durante todo el proceso del disco fui sintiendo la sensación de ‘esto va a ser una mierda, esto va a ser un fracaso, a nadie le va a gustar, no hay material bueno’. Los fines de semana me ponía el despertador a las siete de la mañana para estar todo el día con el celular apagado grabando lo que fuera que sucediera, acá solo, en mi casa, haciendo maquetas. Llegué a hacer unas cuarenta y cinco o cincuenta canciones, varias obviamente malísimas o algunas que eran puro “la, la, la” y a lo sumo algún estribillo.

AZ: ¿Y cómo fue el trabajo en el estudio?

NB: Esta fue la primera vez que hice un disco en el estudio. Tuve la suerte de estar casi tres meses adentro del estudio de lunes a viernes y siento que fue una especie de sueño tener todo a disposición así, pero también sentí que no lo quería tener en ese momento; quería hacerlo en otra situación, en otro contexto tal vez un poco más relajado. Lo que estuvo bueno es que trabajé con un equipo excelente: Federico Nicolao de productor (que fue coproductor del disco anterior) y con la banda que formé para presentar Guerrera/Soldado en vivo, que es Daiana Leonelli en voces, Javier Mareco en bajo, Sato Valiente en guitarras y Pablo González en batería.

AZ: Las voces femeninas son un rasgo clave de El nene minado.

NB: Es una banda muy buena, entre otras cosas, porque todos cantan. Y sí, ella (Daiana) canta un montón, pero Mareco y Sato también; tal vez no tanto en el disco, pero sí en vivo. Hubo mucho de trabajar con las personas que estaban y de pensar arreglos para ellos. También se generó algo que, si bien fue muy estresante, también muy útil: ellos me decían todo el tiempo lo que opinaban sobre todo lo que presentaba. Entonces me pasó, por ejemplo, con la primera canción que llevé y que terminó quedando afuera: ‘Che, no está bueno esto, eh’, me dijeron, y yo estaba un poco en plan ‘chicos, me estoy muriendo, no tengo una idea más, se me ocurrió esto’ (risas). En otros casos, llegaba con unos arreglos de vientos para alguna canción y me decían ‘sí, ok, pero la melodía de vientos no está muy buena’. ‘¡Por favor, ayúdenme!’. A veces le sugería a Daiana grabar las voces de algún tema y ella me decía que sí, pero que lo hiciéramos cuando la letra estuviera buena y obviamente nunca con mala onda. En ese sentido, el poco tiempo que tuvimos para hacer el disco terminó siendo positivo: las letras son mucho más directas y no hay tanta vuelta. ‘Quiero decir esto, entra en la melodía, listo’. No hay una metáfora para explicar algo que se puede decir directamente. Eso estuvo bueno. Creo que mejoré un montón en la comunicación.

AZ: Y una vez terminado el disco, ¿cuáles fueron las sensaciones?

NB: Cuando lo terminamos estuve varios meses sin escucharlo y sintiendo que no había sido lo mejor. Ahora, en cambio, lo escucho y me parece que sí, que está buenísimo. Pero en el momento no. Me sigue pasando que escucho los temas y recuerdo momentos de estrés y de angustia.

AZ: Lo tortuoso que fue llegar a ese resultado.

NB: Claro. Dentro de, por ejemplo, ese proceso de insomnio, a veces llegaba a grabar y no tenía voz; entonces, recuerdo esas canciones que tuve que grabar por partes y cuando llegaba al estribillo ya no tenía voz y encima al otro día tenía que seguir grabando. Pero, más allá de todo eso, el disco quedó buenísimo. Me acuerdo que fue una locura cuando, dos semanas antes de la mezcla, empezamos a abrir los canales y había quince teclados, doce guitarras por cada canción; habíamos tirado toda la data que se nos había ocurrido y no tenía ningún sentido. Fueron tres semanas de editar todo, de sustracción, y eso es en verdad lo que yo más disfruto: ese momento en el que soy medio DJ de mis discos.

AZ: ¿Sería como trabajar de ingeniero de tus propios discos?

NB: Sí, totalmente, esa parte me gusta mucho. Lo que en general a mí más me cuesta, cuando estoy haciendo un disco, es lograr que haya pocas cosas. Es todo un tema, porque estás haciendo una maqueta y decís ‘bueno, acá van unas cuerdas, acá van unos vientos y acá va esto otro’. En El cruce de los Unders, que es un disco que a mí me encanta, lo que pasó es como que metí toda la data y, aún así, hay temas como “Perseguido”, en donde sacamos toda una fila de vientos.

AZ: ¿Y cuáles fueron las ideas que intentaste desarrollar en El nene minado?

NB: Hay algunas cosas que me parecen divertidas. Por ejemplo, es un disco que habla mucho del futuro, de la idea de ‘tenemos futuro pero hace tiempo pasó’. Yo soy muy pesimista con la Argentina y pienso que todo va a estar mal siempre e incluso peor.

AZ: “Los nuevos monitores” parece ir un poco por esa línea, ¿no?

NB: Sí, claro: ‘Probablemente no veamos un mundo mejor’ (risas). Cuando estábamos haciendo el diseño del disco con los chicos de (Colectivo) TRImarchi, ellos me propusieron que estuviera mi cara en la tapa porque ningún disco mío tenía ese estilo. A mí me gustó la idea de eso, que parece medio un álbum de rock sinfónico, en donde el personaje se parece a una especie de Rick Wakeman o algo así; me puse a pensar mucho sobre esta foto, en el sentido de que yo ahora ya soy más viejo que en esta imagen y que en unos años voy a ser incluso más viejo y así infinitamente. En ese sentido, esta tapa es también un poco la idea de un futuro que no es: como que no hay nada más pasado que poner tu foto en la tapa de un álbum. Me gusta también que la tapa tiene, al mismo tiempo, algo medio serio pero también algo medio glam, porque invita a pensar sobre por qué ese personaje, quién es. Es algo que me divierte.

AZ: ¿Ese concepto estético lo trabajaste conjuntamente con ellos?

NB: Sí, por supuesto. Y me dijeron que nunca les había pasado que alguien les mandara instrucciones del tipo ‘hay que correr medio milímetro tal palabra’ (risas). Digamos que, con la misma obsesión con la que hice las canciones, también trabajé con eso.

AZ: Ese rasgo tuyo, que tiene que ver con la obsesión, ¿es algo que estuvo siempre o en realidad en este disco se profundizó aún más?

NB: No, incluso diría que hasta se relajó (risas). El cruce de los Unders llevó cinco años, demandó todo ese tiempo: terminé Pera reflexiva (2010), empecé a hacer El cruce de los Unders y salió cinco años después. Es un disco que se grabó casi dos veces entero: ya estaba casi listo, se ensayó con otros músicos y se volvió a grabar. Es medio cualquiera (risas).

AZ: Y ahora, a diferencia de eso, dos discos en menos de un año.

NB: Sí, a me parece una locura eso. A nivel comunicacional, me parece rarísimo. También siento que yo tenía justo la idea, pero muy de casualidad, de que hubiera un personaje que continuara la historia. Pero para mí el plan era hacerlo dos años después.

AZ: En una nota con la revista Billboard, vos definiste a El nene minado como una especie de hijo de esa pareja enferma que retratás en Guerrera/Soldado.

NB: Sí, pero también pienso esto que pasa a veces: no creo que justo el hijo de la pareja enferma sea enfermo también, sino más bien todo lo contrario. Es como esos padres que dicen ‘yo le voy a dar amor a mi hijo o a mi hija porque mis padres fueron una mierda’. Guerrera/Soldado es como todo el proceso de un duelo, obviamente un poco exagerado y teatralizado, pero todo eso del te odio, te odio, te odio, te extraño, te extraño, te extraño, y con la conclusión de ‘bueno, fui un boludo’: es medio lo que va pasando a lo largo del disco y termina con un ‘che, es verdad, era cierto, tenía que irme de ahí’. Pienso que el nene minado -que también puede ser un amigo de la pareja o de uno de los dos- es un poco el que dice ‘che, todo el flash ese del dolor está de más’.

AZ: Con respecto a esto que decís sobre que ese hijo de esa pareja disfuncional no necesariamente repite ese patrón enfermo, quizá puedan interpretarse algunas letras en el sentido de que las historias de desamor o ruptura que narra este disco suelen terminar con una mirada optimista: un ejemplo sería “Futurito”, que parece buscar romper con la idea de extrañar a alguien desde una mirada posesiva. ¿Coincidís con este análisis?

NB: Sí, es cierto. Lo que pasa es que, cuando hacés un disco y llegás a las once de la mañana al estudio y te vas a las doce de la noche para volver a tu casa a seguir componiendo mientras tenés insomnio, te posicionás muy lejos de poder relacionarte con alguien de modo sexual o afectivo (risas). Fueron como tres meses en donde yo estuve metido acá y sentí la soledad más profunda y pura. Solía volver al estudio caminando y me encerraba en casa a releer letras y pensar cosas nuevas, con la idea de que no tenía ningún talento para hacer eso.

Cuando terminé el disco, siento que entendí que hay ahí algo de lo que habla que tiene que ver con esa idea de ‘no te persigue el drama, vos creás el puto drama’. Este disco no es para nada autorreferencial. Siento que es mucha ficción, pero esa frase me parece que sí es referencial. Suelo tener tendencia al bajón y me pasa que, cuando estoy bien en la situación que sea, pienso que algo va a salir mal: si salen muchas fechas, surge que me voy a quedar sin voz; si me enamoro de alguien, pienso que eso se va a terminar rápido. Entonces, un poco siento que el disco es el consuelo a todo eso y me parece que hay una parte optimista del álbum que gira en torno a la idea de que siempre se puede estar peor: es la idea de ‘relajate, pasala bien ahora’. El mundo está virando a la peor derecha posible, pero tranca, disfrutá del presente. Es una idea que me parece que incluso funciona a modo de consejo, en el sentido de ‘che, no sabés qué va a pasar y, justo ahora que tenés un poco de alegría, conservala’.

AZ: Esa lectura que hacés del presente surge en algunas de tus letras: el año pasado hubo varios episodios de represión y vos escribiste “Sailor Moon”, que plantea ‘sé lo que quieras menos policía’, y ahora en pleno debate por la legalización del aborto cantás ‘bailamos como si hubiesen separado la Iglesia del Estado’.

NB: Si bien obvio que no soy un boludo alegre que no ve lo que pasa, la verdad creo que ninguna de las dos cosas surgieron por eso. Lo de ‘menos policía’ lo escribí en París (risas). Yo tenía una imagen de París que era la de mucha gente con bigotitos finitos, gente de todos los géneros, tomando cafecito y, en realidad, es una ciudad muy violenta: es una ciudad enorme y están todas las esquinas militarizadas. En ese viaje me puse a pensar qué cosas podría perdonar y qué cosas no; me di cuenta que, básicamente con el tiempo, a la larga uno termina perdonando todo. Por más que duela, uno puede perdonar la traición de un amigo o que alguien te robe plata. Pero que alguien sea policía no, ahí ya no puedo porque es imposible interactuar. Puse eso en la letra y la verdad que no tiene nada de chiste, lo dije en serio.

Con respecto a “Bailamos”, por ahí sí hay algo más de chiste y al mismo tiempo también quería que no fuera una canción que hablara de política. Es como una canción de amor en donde en un momento hay como un festejo, como si se festejara un aniversario; podría haber sido ‘bailemos como si se aboliera la herencia o la propiedad privada’. Lo escribí así y no pensé de ningún modo que iba a estar en la agenda de algo o que se iba a resignificar por el contexto de ese modo. Eso sí me pareció muy loco, sobre todo por esta idea que planteo en el disco de que ‘probablemente no veamos un mundo mejor’: Y bueno, tal vez sí lo veamos y el aborto sea legal.

AZ: Un artista que siempre supo leer muy bien el clima de época es el Indio Solari. En “Los nuevos monitores” hablás de proteger al estado de ánimo ‘como a un pichón’ y es imposible no pensar en “Ya nadie va a escuchar tu remera”. ¿Funcionó como influencia?

NB: Cada vez que salía uno de sus discos, yo iba y lo compraba en el día. Me acuerdo cuando salió Momo Sampler (2000), que mi hermana me retiró de la primaria (risas). En esa letra no hubo una referencia exacta o consciente, pero claro que después lo pensé. Lo escribí primero y después, cuando lo leí, dije “claro, viene de ahí”. En realidad, ya ni recuerdo exactamente bien de qué habla “Ya nadie va a escuchar tu remera”, pero sí recuerdo al Indio diciendo cosas como que la gente cuidara el estado de ánimo cuando podía encontrarse con la cana. En realidad, lo que pasó es que “Los nuevos monitores” la hice después de la marcha por la reforma previsional, esa misma noche; estaba ahí en la manifestación y pensé por un momento que había esperanza, que no iba a salir, pero después nos cagaron a tiros y nos tuvimos que ir. Cuando estaba volviendo por la calle, entendí eso de ‘y por las carreteras valladas escuchás caer tus lágrimas’: treinta años después entendí esa letra de “Nuestro amo juega al esclavo”. Si bien al principio no lo relacioné directamente con Los Redondos, me pasó eso con el estado de ánimo y pensé ‘no me va afectar, no me va a afectar, no me va a afectar’: pero no pude salir de la cama por tres días después de eso. Cuando están embargando o empeñando tu futuro, es muy difícil que no te afecte, porque parece no haber salida por ningún lado y simplemente estamos dejando que nos maten. Entonces, siento que puedo incentivar a otros a que no se depriman tanto como yo, por eso es que esa canción es una de las que tiene el ritmo bailable más marcado. Es un poco la idea de cuidar algunas cosas, que no nos saquen los momentos de reunión o los puntos de encuentro, porque la gente que nos quiere cagar va a seguir estando siempre y está hace siglos.

AZ: También en tus letras solés cuestionar ciertos estereotipos y se podría señalar de nuevo la letra de “Sailor Moon”, en donde justamente parecés hablarle a un potencial público para decirle que se anime a ser libre. ¿Coincidís con esta mirada?

NB: A veces eso lo noto un poco en mi público. No tengo un público enorme pero, a donde sea que vaya a tocar, la gente es igual. Me genera un amor terrible porque son como yo cuando era  adolescente: algo de ‘no me entiende nadie’, ‘bueno, vengan, súbanse al escenario’ (risas). Siento que, si bien no me siento representante de nada, ni del mundo queer ni mucho menos, sí siempre me sentí muy incómodo con ciertas cuestiones. Recién ahora en terapia, por ejemplo, empiezo a trabajar y a entender por qué odio tanto a los varones, por qué me molestan tanto y por qué me molesta salir con alguien a quien le gustan los varones. Recién ahora empiezo a entender un montón de cosas con las que no me sentí parte por la razón que fuera. Hace un tiempo fuimos a tocar a Mendoza y cuando se prendió la luz el público era de todos colores: por ahí viene alguien, se compra un disco y se acerca temblando para decirte que tal canción le cambió la vida; y yo la verdad me derrito, no lo puedo creer. Entonces pienso que, no sé si estoy haciendo las cosas bien, pero por lo menos me estoy comunicando con las personas con las que me quiero comunicar. También siento, quizá sea estúpido decir esto, que mi público me conoce y me entiende: me escriben y me dicen ‘cuando leí tal letra, me pasó tal cosa’; o por ahí me escriben para agradecerme porque, gracias a Guerrera/Soldado, se pudieron separar. Para mí eso es increíble.

AZ: Antes mencionaste a Charly y justamente Rock and Roll Yo (2003) fue uno de los discos que ustedes usaron como referencia durante la grabación: los otros son Clandestino (1998) de Manu Chao y Remain in Light (1980) de los Talking Heads. ¿Qué sentís que se filtró de cada uno en El nene minado?

NB: Creo que no hicimos nada con esos discos, solo los dejamos ahí para momentos en los que no se nos ocurriera nada (risas). Creo que no pasó nunca, pero igual estaban ahí y los recordaba. Lo que sucedió es que no quería que el disco sonara prolijo; quería hacer de todo y, si no hay una cumbia en un disco mío, es porque todavía no he hecho una que me parezca buena; si no hay un reggae, tiene que ver con lo mismo. A mí no me interesa nada todo lo que tenga que ver con “el estilo”. En ese sentido, “Futurito”, por ejemplo, es medio rara: es una canción que suena “bien”, como suena la música en la radio. Es una canción que ya tiene gente que la odia: hay personas que me dicen que les encantó y otras que, si bien les gusta el disco, esa canción no la pueden escuchar (risas). Me parece que es algo que está bien. Sentí que necesitaba meter una canción de ese estilo, pero al mismo tiempo que fuera sólo la excepción y que todo el resto del disco sí fuera como un viaje. Me acuerdo que, antes de empezar a grabar el disco, escuchamos “Dileando con un alma (Que no puedo entender)”, la primera canción de Rock and Roll Yo, y pensamos ‘sí, está re bueno, es cualquiera, pero vayamos por este lado todo lo que podamos’. Pero nunca en el sentido de copiar o imitar ese sonido, sino en el sentido de no parar.

AZ: Como entregarse a la creación del disco sin importar todo lo demás.

NB: Yo padezco mucho las sesiones de grabación: tengo un problema serio con, por ejemplo, parar a comer cuando estamos en el estudio, me genera un mal humor tremendo. Siento que todo lo que me haga verme humano me pone de mal humor (risas). Quiero hacer eso de empezar el tema y, hasta que no se termina, no me voy del estudio. Escucho ese tema de ese disco de Charly y no tengo idea cómo lo hizo, pero escucho como que no se fue a dormir. Quizá nada que ver y él reabrió la sesión otro día, pero escucho que eso no pasó. Me gusta eso que pasa en relación a que no me puedo relajar nunca del todo en el estudio, porque la gente come, duerme o va al baño; y yo, mientras estoy haciendo música, no puedo. Cuando estás en un ensayo, por ejemplo, y a alguien se le ocurre una idea, para mí ese ensayo ya no tiene horario de finalización porque, ¿cómo hacemos para retomar esa intensidad y energía después? Eso no suele pasar, queda como una idea que se descarta. Más allá de que creo que debe haber un talento del compositor que tiene que tener la posibilidad de retomar esa energía en cualquier momento (y yo un poco creo que lo tengo), sigue siendo algo que no me gusta: no me seduce agarrar un tema de hace un año para buscar darle una vuelta. Siento que es algo que ya pasó.

AZ: En ese sentido, ¿cómo es la convivencia con los músicos que te acompañan?

NB: No puedo poner mis necesidades personales por encima de la música. Me peleo con la gente que hace eso y no puedo hacer música así. Me pasó de estar ensayando y que hiciera frío y que alguien parara para ponerse un abrigo; inmediatamente esa persona es mi enemigo: terminamos el tema y te ponés el buzo, pero durante el tema no, ahora estamos haciendo magia (risas). Igual, es algo que me pasa desde muy chico esto. Ahora siento que llegué al nivel en el que puedo exigirle a otras personas lo mismo, que me relaciono con gente re manija y me siento acompañado. Pero de chico me pasaba que, cuando empecé a descubrir los cassettes, fue todo un problema en mi casa que no durmiera. Los problemas graves de salud que tuve en mi vida fueron, básicamente, por no comer durante mucho tiempo o por no levantarme de una silla mientras estaba tocando. Solía estar encerrado con llave tocando la guitarra, no iba a comer con mi familia (risas).

AZ: Antes decías que si algún día tuvieras un buen reggae, o una buena cumbia, la incluirías. En este disco hay funk, ritmos latinos, cuarteto, electrónica, pop y hasta un tema que remite a Depeche Mode: ¿Te definís en algún punto como un artista inquieto?

NB: Me gustaría hacerlo mucho más. Siento que si hay algo me genera admiración de otros músicos, no es que puedan tocar, cantar o componer mejor, sino que escuchen más música. Hay un montón de bandas que mucha gente me dice que son increíbles, pero que no les cazo el flash y me siento mal por eso. Por ejemplo, Massive Attack. Tengo amigos que me dicen que escuche Mezzanine: lo escuché diez veces seguidas y dije ‘no me llega nada, soy un discapacitado para escuchar esa música’ (risas). O me pasa con (Gustavo) Cerati. De Cerati no me llega nada, todo me parece insuficiente para mí, para lo que estoy buscando de la música. Pienso: ‘Estoy hablando de que un artista con el que la gente ha flasheado, no simplemente que gustó’. A veces siento eso, que Cerati seguramente tenga un montón para darme que yo no estoy viendo y no estoy disfrutando, y por eso no lo estoy tomando; como que eso sí me da un poco de pena, digo ‘bueno, qué cagada que me pase esto’.

Me pasa con gran parte de la obra de (Luis Alberto) Spinetta, por ejemplo, donde hay cosas que me parecen increíbles y flasheo, pero con la mayoría no. Siento que son acordes lindos y no me llama la atención. Me gustaría también flashearla con eso. Tengo amigos que escuchan música africana, o música de la India, por ejemplo, que tienen una afinación re distinta; lo escucho pero hay un momento en donde siento que no estoy ahí adentro y que no puedo entrar. A veces pienso: ‘Esta sonoridad me encanta, la re quiero poner en algo, pero no me está llegando tanto como para que lo entienda y lo asimile y no sea solo como una interpretación de eso’. Por ejemplo, no escucho mucho afrobeat, me gusta Fela Kuti pero no soy super fan, y “Los nuevos monitores” tiene un aire de afrobeat, pero no lo es del todo. Es todo lo afrobeat que yo puedo ser disfrutando del afrobeat. Punto.

AZ: Las percusiones, ¿no?

NB: Si, hay algo así. Investigamos un poco los ritmos.

AZ: ¿Ahí estaría el vínculo con los Talking Heads y Remain in Light?

NB: Sí, de una. Remain in Light es un disco al que le puse play y me atravesó. Rock and Roll Yo también. Otro disco que estuvo entre los que estaban ahí, pero los sacamos al toque, fue Fabulosos Calavera (1997) de Los Cadillacs, que también fue una referencia.

AZ: ¿Cómo fue el proceso de trabajar con tantas influencias distintas a la hora de la grabación? ¿Cómo fue hacer convivir cosas tan diversas?

NB: Creo que en verdad pasó porque no hubo tiempo de pensar demasiado. En general, armaba una maqueta de algo, empezábamos a grabar y decíamos ‘esto va para acá’. Por ejemplo, el tema que por ahí se puede entender como similar a Depeche Mode seguramente sea “Cualquier lugar del mundo”, que se compuso y grabó en dos días. Nos sedujo llevarlo por un lado medio electrónico y no había posibilidad de hacer otra versión, era ésa. Entonces, había que hacerlo bien, jugársela por eso y entrar en ese mambo. También tiene un poco que ver con que el año pasado viajé a Berlín y sentí que entendí el techno: no es lo mismo escuchar techno en Niceto que escucharlo en un boliche en Berlín. Hubo algo de entender el Sub Low, de ver cómo estaba armado todo, de entender un poco el flash de por qué la droga en ese contexto.

Por otro lado, no es casualidad que los músicos con los que hice el disco escuchan mucha música y no están cerrados a nada. Me acuerdo cuando me junté una vez en la casa del batero, Pablo González, antes de que tocara en la presentación de El Cruce de los Unders, y nos quedamos escuchando música y me di cuenta que no había puesto ni un tema que tuviera batería; y pensé, “este es mi batero, un baterista que disfruta la música que no tiene batería es un capo”. Siento ahí un aliado en lo creativo. Cuando tocamos esa parte de cuarteto (en “Bailamos”) le dije: ‘Acá tenés que pensar que estás tocando con la Mona Jiménez, el bombo al palo’. También influyó que (Javier) Mareco es el arreglador de la banda de Lito Vitale, tiene mucha experiencia y además tiene su big band. Disfruta de toda la música y siempre tiene una referencia de algo que te hace preguntarte de dónde lo sacó: es como una especie de Wikipedia en eso y está buenísimo. Sato (Valiente) también, que tiene una manera de tocar la guitarra medio orquestal. Y Daiana se copa siempre con el flash del personaje de cada tema. Además, su acordeón suma mucho.

AZ: Otro elemento que llama la atención del disco es la colaboración con Chano en “Bases y condiciones”. ¿Cómo fue el cruce? ¿Tuviste que insistirle?

NB: La verdad es que no le insistí tanto. Lo llamé y hablé con un chabón re copado. A mí no me gusta hablar por teléfono, no me gusta ser pesado, o por lo menos no en un caso así. De pronto, tenía el teléfono y pensé: ‘¿Voy a llamarlo a Chano, que no me conoce, para que cante un tema? Siento que esto puede ser re molesto’. Lo llamé y al principio me atendió con mucha desconfianza, como pensado quién es esta persona que tiene mi teléfono. Le conté cómo lo había conseguido, con dudas. Apenas me atendió, me aclaró que él no usa WhatsApp y que el resto de la comunicación tenía que ser por mensajes de texto. Le dije que tenía una canción y que me gustaba la idea de que la cantara él. Él en ningún momento se puso en plan soberbio. Me dijo ‘de una, buenísimo, me encanta’. No había escuchado nada mío, pero me conocía. Me dijo que el hermano (Bambi) le había hablado bien de mí.

https://www.youtube.com/watch?v=0u5g5obMJic

AZ: ¿Vos le mandaste una versión tuya del tema?

NB: Sí, le mandé una versión del tema que tenía las cuerdas sintetizadas; la verdad, era horrible lo que estaba mandando. Él me dijo: ‘Mirá, yo te tengo que decir una cosa, a mí me gusta tanto la música como la sinceridad’, que me parece una frase increíble. Me dijo que le gustaba la música y la sinceridad, y yo le dije que le iba a mandar la canción por mail. Se lo mandé, pasaron los días y no me respondió nada; después vi que estaba con giras y eso, y entonces esperé. Lo llamé de nuevo y el chabón no me atendió, entonces le mandé un mensaje: ‘¿Te puedo llamar’, y él me respondió que no. Me terminó mandando un mail en el que me pedía que le mandara el tema de nuevo; se lo mandé y me respondió cinco minutos después (el tema dura cuatro minutos, es como que puso play ahí nomás): ‘Está buenísimo, ¿cuándo grabamos?’. Le pregunté si podía al día siguiente, me llamó y hablamos una hora por teléfono de la canción. Me comentó que le gustaba mucho y yo le dije que ya estaban las cuerdas grabadas.

AZ: ¿Cómo fue la grabación?

NB: Vino al estudio en plan cero estrella. Es eso que conté en la entrevista con Billboard, que trabajé con gente del under y que fue muy difícil, mientras que con Chano, que es una estrella, nada que ver. Fue hermoso, grabamos por pedazos. Primero hicimos una toma y le pregunté si podíamos hacer otra; me dijo obviamente que sí. Terminamos de hacer esa segunda toma y nos preguntó qué nos parecía, a lo que yo respondí que me parecía que estaba bien, pero que podíamos hacer más. Le dije: ¿Hagamos una cosa, hagamos tantas tomas hasta que vos estés contento’. ‘Mirá que van a ser muchas hasta que yo esté contento’, me respondió, y yo le dije ‘perfecto’ (risas). Recuerdo como veinticinco tomas de la primera estrofa, como doce de la otra. Íbamos probando.

AZ: Junto a los arreglos de cuerdas, en esa canción hay estrofas como rapeadas, que encajan con su estilo particular de cantar, algo muy de él.  

NB: Sentí que tenía que hacer una unión entre cómo era la melodía y hasta que punto él podía liberarse. Entonces yo le decía que primero cantara la canción como era; hacíamos tres o cuatro tomas hasta que saliera bien eso. Y después le decía ‘bueno, ahora flasheala con lo que quieras’. Era tan bueno lo que tiraba que terminamos haciendo como veinte pasadas y después definimos qué editar. Lo que estuvo bueno, que para mí fue posta lo más increíble de haber laburado con él, fue que, cuando terminamos de hacer la canción, Chano se puso la campera y nos preguntó si podíamos escuchar para ver cómo había quedado; obviamente le dije que sí y le expliqué que no estaba editado: ‘No importa, es solo para ver bien cómo es la última toma de cada cosa’. Él escuchó atentamente, se sacó la campera y dijo: ‘Bueno, vamos de nuevo’ (risas). Chano tenía al chofer esperándolo abajo, llamó por teléfono y avisó que se iba a quedar una hora más. El chabón no cobró nada, no hubo ningún acuerdo, no hablamos nunca con un mánager, hablamos directamente con él. Vino porque tenía ganas de hacerlo y medio que la única condición tácita, si bien no puso ninguna condición, era que quedara algo bueno. Me parece que está buenísimo eso. //∆z

Nahuel Briones presenta El nene minado este miércoles 5 de septiembre en La Tangente (Honduras 5329, CABA). Entradas agotadas.