En el marco del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, repasamos dos películas de directores extranjeros que ponen nuestro país en el centro del objetivo.

Por Sebastián Rodríguez Mora

El futuro perfecto (Nele Wohlatz, Argentina, 2016)

«Para manejarnos en un idioma extranjero tenemos que actuar. Los libros de idiomas nos enseñan frases que no sirven para lo que deseamos decir. Son el texto de un rol que aún no conocemos, que es incómodo. Lo que le pasa a Xiaobin –la protagonista- me pasó a mí luego que me mudé a Argentina. También tuve que convencerme de mi nuevo rol. Pensaba que nunca iba a poder ser parte de esta sociedad, tal como Xiaobin, que una vez me dijo: “Cuando espero en la parada del colectivo quiero parecerme a los demás. Cuando tenga dinero, voy a operarme los ojos y los cachetes.” » Esto decía Nele Wohlatz (Alemania, 1982) sobre su primer largo, una mezcla de estudio antropológico con drama amoroso minúsculo. Xiaobin, de escasos 18 años, llega a Buenos Aires a vivir con sus padres y sus hermanos argentinos, los cuales nunca había conocido, para cumplir el mandato de todo inmigrante chino: trabajar, trabajar y trabajar y si queda tiempo, trabajar un poco más. ¿Qué hay detrás de esa fachada que vemos eternamente sentada en la caja registradora del supermercado del barrio? ¿Qué tragedias cotidianas esconden, por qué lloran? Xiaobin lucha con el castellano como lucha con el dictum familiar: trabajá con tus padres, casate pronto con un compatriota más rico que nosotros, tené hijos y seguí trabajando. Xiaobin sufre esas fantasías así como disfruta de otras: una tenue historia con Vijay, un indio al que le saca una cabeza de altura pero que, en un mundo tan ajeno y con su castellano mínimo, le ofrece palabras de amor. La desorientación y el malentendido constante, en contra de lo que expresan los inmigrantes asiáticos que conocemos, es un trance angustioso hasta el extremo; Xiaobin se aferrará a sus clases de castellano como el náufrago para no hundirse.

Los decentes (Lukas Valenta Rinner, Argentina 2016)

Dentro de la competencia argentina del Festival, el segundo largometraje de Lukas Valenta Rinner (Austria, 1985) presenta una alegoría social ingenua, en una extraña coproducción austríaca, argentina y coreana. Belén es una empleada doméstica que comienza a trabajar en una casa de country. Cortando la ligustrina que envuelve la reja perimetral, Belén otea al otro lado para descubrir –para que descubramos- un club de militantes del desnudismo. Como si toda la película partiera de El despertar de la criada de Eduardo Sívori, esta empleada perderá la vergüenza ante lo propio para poder convivir con lo ajeno: la cámara se centrará en un desfile de culos, tetas, pijas y conchas al sol, en una paradisíaca quinta tántrica de la provincia de Buenos Aires. Al otro lado de la reja, la paz diseñada por arquitectos no parece funcionar de la mejor manera. La jefa de Belén es una madre soltera y rica, que repite todos los clichés del rico, que tiene todos los (aparentes) problemas del rico: un hijo tenista que se hace pis en la cama y la odia, no puede dormir de noche, ve en Belén una Robotina sin piel, sin carne. Belén –destacadísimo papel de la actriz, bailarina y música Iride Mockert- convive bien a ambos lados de la peligrosa reja electrificada, como si desnudez y sumisión fueran fuerzas que la compensaran. Sin embargo, el film erra y se enrosca cuando el conflicto entre el country y el club alcanza la piel, se carnaliza fatalmente. Entonces la película resuelve por arriba, sale a través de lo fantástico, de la sangre y la revolución fallida. Y eso no siempre funciona tan bien.//∆z