Samanta Schweblin sigue afianzándose como una de las mejores escritoras de la nueva narrativa argentina. Distancia de Rescate, su último libro, hace zoom en una patología recurrente; la sobreprotección y los descuidos que trae esta obsesión.

Por Joel Vargas

Macabra palidez 

Samanta Schweblin es la mejor cuentista de su generación, la mejor del país sin distinción de género. Ella diseña un universo realista lleno de grietas fantásticas, placas tectónicas que se van moviendo bajo la superficie, sus movimientos contaminan las historias. En algún punto de los relatos el volcán dormido erupciona y trae un magma fantástico que cubre al realismo imperante.

Su tercer libro, Distancia de Rescate, es un cuento largo. No es una novela. No presenta ninguna de las características que se necesitan para considerarla como tal, ya sea una novela clásica, vanguardista o postmoderna, porque no existe una profundidad en el desarrollo de los personajes ni de la historia. Es solo la apreciación de un momento, un zoom in detallado. Se va construyendo de a poco en un dialogo por momentos vertiginoso, y por otros extrañamente tenso. Este entramado recuerda la construcción de los personajes que hacía Puig en Maldición Eterna a quien lea estas páginas (1980). Dos personajes dialogando, uno preguntándole cosas sin parar, desquiciado, pidiéndole que recuerde un momento exacto; el otro hosco e intimidado, preguntándose si eso sirve de algo y por qué están haciéndolo. En Distancia de Rescate, David, un enfant terrible lleva adelante el interrogatorio. Ya en “Cabezas contra el asfalto” y “Pájaros en la boca”, cuentos pertenecientes a su segundo libro, aparecen esta clase de niños perturbados y  catalizadores.

La distancia de rescate es una obsesión que domina a las madres sobreprotectoras, que calculan y traman artilugios para “resguardar” a las criaturas de las zonas picantes, los escenarios pérfidos y los peligros que acechan si no están al lado de ellas. La protagonista de la historia es un fiel exponente de esta tipificación, una madre amorosa que sobreprotege a su hija, aunque descuida muchos detalles y pasa por alto el verdadero riesgo. Schweblin logra que esta obsesión sea la dueña del andamiaje del relato sin caer en lugares comunes.

“Son como gusanos”, dice David. Esa línea de dialogo con la que da comienzo el libro esconde el por qué, la idea es descubrir el qué, el cómo, el dónde y el cuándo. ¿Un posible envenenamiento por culpa del cultivo de soja transgénica? ¿Una curandera? ¿Una madre desesperada? ¿Una comunidad enferma? Una atmosfera de incertidumbre. Destellos de un instante pregnante de macabra palidez.//z