Un análisis detallado de la quinta temporada de Orange is the new black. La más confesional de todas. 

Por Celso Lunghi

“A mí no me importa morir:
abrime la celda que me quiero ir.”
Damas Gratis

La violencia de arriba genera la violencia de abajo. Esa fue la premisa de Orange is the new black (Netflix, 2013) en su cuarta temporada y se reafirmó en la quinta. Progresivamente todo en la serie fue apuntando hacia la rebelión que se desencadenó al final de la temporada anterior y fue el eje de la que se estrenó este año. En consonancia con el libro de Piper Kerman que dio origen al argumento (a pesar de que se alejó de él hace ya bastante tiempo), Orange enfatiza la idea de que el verdadero foco de conflicto no son las rivalidades entre las propias reclusas (si bien las diferencias entre las blancas, las negras, las latinas y los otros guetos continúan en el centro del debate y son motivo constante de discusión) sino entre ellas y los guardias, que son los que realmente ostentan el poder. Al final de la tercera, la cárcel se privatizó y el ingreso de nuevas presidiaras significó además la llegada de nuevos guardias, con un perfil completamente distinto al de los que trabajaban en Litchfield. Ellos, en términos estrictamente narrativos, dejaron de ser el elemento que introducía la comedia y se convirtieron en el elemento que introduce el drama y, en algunos casos, el suspenso y la tensión. El corrimiento del Estado en cuanto a la administración financiera de la prisión implicó la reafirmación de su costado más cruel y represivo. La quinta gira en torno a un arma que consiguen las presas gracias a uno de los guardias -el peor de ellos: la peor cara del Estado- que la infiltró en la cárcel. La serie creada por Jenji Leslie Kohan diferencia permanentemente un ellos de un nosotros, postula el temor de que los límites se crucen y se repliquen acciones que se cuestionan.

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Esta temporada es la más confesional de las cinco. Si en las anteriores abundaban las escenas grupales ahora esos grupos se disgregan, se reducen a dos  y cuando ingresa un tercero es para problemas. Lorna y Nicky se hacen cargo de la farmacia, Red y Blanca encabezan una campaña contra Piscatella, Alex y Piper se instalan en el exterior como una forma de manifestar su rechazo al motín. Las relaciones funcionan de a pares y eso da lugar a que los personajes se abran, se expresen y cobren otra relevancia los flashbacks que nos llevan a las historias fuera de la cárcel. Ya no se trata de a qué gueto pertenece cada una sino de los vínculos que pueda llegar a entablar y lo que se pueda conseguir a través de ellos.

Un detalle importante, se acentúa un hecho que se hizo evidente a partir de la tercera: Piper Chapman dejó hace rato de ser la protagonista. En la primera su historia fue el eje alrededor del cual se movía el resto. A partir de la segunda su papel se fue desplazando hacia un costado, a tal punto que ahora ni siquiera es móvil de ninguna acción ni tiene un papel importante en los acontecimientos. Interviene solo para hacer alguna acotación y hacia el final se retoma su historia de amor con Alex.

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Cada temporada de Orange is the new black se desarrolla alrededor de un tema muy específico y en la quinta el tema es la justicia. Un pedido de justicia es el que desencadenó el motín que transcurre a lo largo de los trece capítulos y va a ser justamente lo que determine su fracaso. Como se menciono más arriba la serie se preocupa por diferenciar un ellos de un nosotros y, con respecto a este tema, esa diferenciación alcanza una dimensión clara. Las presas ahora tienen el poder, se convirtieron en ellos: los guardias. Pero al mismo tiempo buscan diferenciarse. Hay muchas escenas en las que tienen que impartir justicia y el miedo es que no se convierta en venganza. Pennsatucky es juzgada por haber dejado escapar a uno de los rehenes (el guardia con el que ella tiene una relación) y lo que decide el tribunal es darle una oportunidad para rehabilitarse. En lugar de mandarla a máxima seguridad (en el motín son los baños químicos), que es lo que hubiera hecho el Estado, le ofrecen la posibilidad de reinsertarse, que es lo que ellas reclaman. En esa escena queda cifrada la temporada en su conjunto. Nosotros no somos como ellos, parece ser la idea. Si no nos medimos, nos podemos convertir.

Capítulo a capítulo, algún personaje le recuerda al espectador que Litchfield es una cárcel de mínima seguridad y que las presas que están ahí fueron condenadas por delitos menores. Eso vuelve mucho más perversas las acciones de los guardias que desembocaron en el motín. La base de esta temporada es la necesidad que tienen ellas de construir un colectivo y las dificultades que eso significa. Las voces deben ser unificadas y convertirse en una sola. Cada personaje será la historia que tenga para contar pero también los reclamos que tenga para hacer y esos reclamos borran las diferencias. “Tenemos que hablar como un grupo unido”, expresa al comienzo una de las reclusas y ese es el verdadero motor de la narración.//∆z

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