La banda platense habló, en diálogo con ArteZeta, de su nuevo trabajo, el amor por la música negra norteamericana, la libertad y militancia en la composición y la estética del rock como construcción de un mensaje.

Por Pablo Díaz Marenghi y Matías Roveta

Fotos y videos por Alejandro Míguez y Gabo Bianco

Con Vol. I (2015), su disco debut, Las Armas Bs. As. construyó un imaginario con anclaje rutero, presente desde la misma portada del álbum, que muestra caminos que atraviesan campos, hasta las letras de las canciones que incluyen referencias a las rutas provinciales, camiones, motores que se calientan, asados al costado de la ruta o paradas en pueblos lejanos. Pero, según reza el párrafo introductorio que presenta a El camino no elegido, su nuevo álbum, ahora “la ruta finalmente desemboca en la ciudad”. “Me parece que es un disco que detiene un poco la velocidad”, explica Ramiro García Morete, alías El Míster, desde la comodidad del living de su casa platense y acompañado por Lucas Gregorini, quien produjo la obra y además se sumó como cuarto integrante (el grupo se completa con Ezequiel Gómez en bajo y Joaquín Inza en batería) para reforzar el sonido de las guitarras. A diferencia de su primer disco, que según el Míster tenía una sensación de campo abierto, “ahora hay más concreto, más cemento, el golpe de la batería es más poderoso y hay cimientos más fuertes”.

El viaje desde los espacios abiertos a la ciudad también parece servir como metáfora perfecta del desarrollo del blues, la principal influencia que tiene esta banda: de los campos de algodón de la zona del Delta del Mississippi al invierno gris de la fabril Chicago. En ese sentido, El camino no elegido ofrece, a lo largo de su tracklist, un muestrario con la evolución del género en algunas de sus principales variantes: el sonido rural y acústico alla Robert Johnson en “Tonada azul para perros negros” y “El futuro es una mujer negra”, la electrificación de “Blues del gato” y sus guiños a Muddy Waters, y la potencia arroladora de “El blues de la Calchaquí”, que es cercana al modo en cómo las bandas inglesas de los ’70 interpretaron el blues de un modo mucho más pesado. Hay otros dos aspectos a partir de los cuales lo urbano también se cuela. Por un lado, en una letra urgente y directa que describe lo que parece ser una crónica policial de gatillo fácil y represión en una ciudad: “El hit del momento” es el punto más alto del disco, con su pulso denso y arrastrado, y un gran solo final de guitarras que incluye reminiscencias a Kiss (“No, no está escrita en base a un diario”, aclara El Míster cuando se lo consulta sobre si el caso de Santiago Maldonado pudo haber inspirado la letra). Por otro, en el hecho de que algunas escenas que presenta el álbum transcurren en espacios cerrados: “La habitación” es el mejor ejemplo, con su historia ambigua de amor y sexo y la influencia de Alex Turner. La gran performance vocal del cantante en esta canción también es deudora del soul, la otra gran pata de influencias para Las Armas Bs. As: “Si lo lleváramos a un nivel conceptual, o de lo que nos gusta, Las Armas Bs. As.es una banda negra”, deja en claro El Míster.

AZ: El concepto rutero es algo que está muy presente en la banda. ¿Qué los seduce de ese imaginario?

Míster: Por lo pronto, siempre tratamos de dejar en claro que los imaginarios sirven para abordar tópicos universales. Cada artista construye un universo servido de imágenes o símbolos para abordar temas como el amor, la muerte o la soledad. Por ende, creo que lo rutero no es lo esencial de lo que estamos hablando en general, más allá de que es verdad que es algo notorio. Por supuesto, también hay una cuestión de proximidad: pertenecemos a esos lugares, a la provincia de Buenos Aires, y supongo que nos seduce en tanto y cuanto forma parte de un universo cercano. Pero no tenemos -y esto es algo que nos interesa dejarlo claro- una mirada cotidiana o de celebración de lo cotidiano, sino más bien todo lo contrario. Creemos que esos espacios, esos lugares que parecen comunes, son justamente todo lo contrario: son maravillosos y explotan de sentido. No apuntamos jamás al costumbrismo, sino que nos servimos de imágenes reconocibles pero para llevarlas a un lugar – o creer que las estamos llevando a un lugar- en donde estallan de sentido y de significado.

AZ: Es un imaginario que de hecho continúa muy presente en El camino no elegido, el nuevo disco que editaron.

M: Claro. Respecto a las rutas y demás, es como que de algún modo se trata de la gran alegoría de la existencia: el camino. Basta con pensar en “es mi destino, piedra y camino”, como decía Atahualpa, en todas las canciones del folk o en cualquier canción de la vida. Esta no es una banda que esquiva los grandes asuntos, no tiene pretensión de originalidad, sino de autenticidad. Se trata simplemente de cuestiones que a nosotros nos preocupan o nos inquietan, que nos atraviesan. Por eso es que Las Armas Bs. As.se ha servido de ese imaginario, pero el imaginario no es el fin.

AZ: Mencionaste que se trata de cuestiones que también forman parte de sus vidas. Ustedes no son originalmente de la ciudad de Las Armas, como indica el nombre.

M: No. Él (señala a Lucas Gregorini) es de Ringelet, Longa (Ezequiel Gómez, bajista) es de Gonet, Joaquín (Inza, baterista) es de Tandil y yo nací en el barrio de la terminal de la ciudad de La Plata. Volvemos de nuevo a lo mismo: lo bonaerense no es un estado geográfico, sino más bien emocional y simbólico. También hay un gesto y creo que está clara la visión que tenemos con respecto a La Plata, a la cual pertenecemos. Nosotros en ningún momento la separamos: si no, sería como esa mirada cipaya de que Argentina no es latinoamericana. Nosotros formamos parte de Buenos Aires, yo soy bonaerense. ‘¿Pero no naciste en La Plata? Claro, la capital de la Provincia de Buenos Aires’. También creemos que el rock and roll es en esencia algo periférico y que, cuando es central, suele perder sentido. Entonces, es lógico que el nombre de la banda remita a varios sentidos: a un lugar que no sea central, y sobre todo a algo que es parte de los recursos del género, en el sentido de perseguir la idea de que una banda lleve por nombre una ciudad o un pueblo. Es un clásico, en el rock and roll y en el blues se da mucho eso. Y, como alguna vez lo dijo el señor Pepe Fenton, un gran personaje de esta ciudad, la ciudad de Las Armas es como nuestro crossroads, la encrucijada de la Provincia de Buenos Aires: es un lugar por el que todo el mundo alguna vez pasa o lo tiene de referencia. No entiendo por qué debiéramos ser de Las Armas por el hecho de que la banda se llama así (risas). Bowie supongo que no nació en Marte y, sin embargo, se sirvió de ese imaginario para hablar de otras cosas: de la tragedia, de los dioses o los héroes

AZ: En el párrafo introductorio que presenta al nuevo disco sostienen que ahora “la ruta finalmente desemboca en la ciudad”. ¿En qué aspectos sienten que El camino no elegido es más urbano?

M: Me parece que es un disco que detiene un poco la velocidad. En el primero hay como una sensación de que es un campo que por ahí está más cerca de Girondo que de Larralde, porque es muy onírico y psicodélico. Ahora, en cambio, me parece que hay más concreto, más cemento, y hay también imágenes poderosas: está por ejemplo la Calchaquí o espacios cerrados como una habitación.

AZ: Hay algo marcadamente de ciudad en “El hit del momento”, que tiene una letra que puede leerse casi como una suerte de crónica policial con historias de represión y gatillo fácil. Ya la venían tocando desde el año pasado: ¿El contexto social y el caso, por ejemplo, de Santiago Maldonado, pudo haber funcionado como inspiración?

M: Creo que cuando la tocamos por primera vez, si mal no recuerdo en Pura Vida, había ocurrido hacía poco un caso de femicidio. Y la canción funcionaba emocionalmente, inclusive siendo la letra quizá menos polisémica o con menos variedades de sentido dentro del repertorio de la banda, porque es bastante llana en ese sentido. Pero no, no está escrita en base a un diario. Es cierto que hay como un hincapié en el relato lírico en los discos de Las Armas Bs. As., pero me parece que en este caso el relato es esencialmente sonoro: a mí me emociona particularmente el pulso del sonido, esa tensión que se maneja musicalmente, esa cosa densa y pesada. Es una canción que me emociona mucho tocarla y, cuando llegamos a la parte del solo de guitarra del final, creo que estamos diciendo mucho más que con las palabras, porque la letra me parece que ya está bastante clara. Por supuesto que esos hechos como los que describe la letra ocurren todos los días, pero yo lo único que puedo decir a nivel lírico sobre ese tema es que es un texto que está escrito en tiempo presente. “Hay un chico muerto”, dice la letra. Ahí el protagonista no es ni el chico ni la chica, sino que el tiempo presente cambia la óptica de la canción: los protagonistas somos nosotros, porque es algo que está ahí. No es “murió” o “lo mataron”, sino que es algo que está ahí: entonces, ¿qué hacemos nosotros con eso?

Lucas Gregorini: Una cosa que no me parece menor es que la canción tiene más o menos tres años. El tema se escribió y justo después ocurrieron muchos hechos sociales: por ahí eso es también lo que pasó, mucha gente linkeó esa letra con situaciones que habían ocurrido. Pero me acuerdo de la primera vez que él (señala al Míster) me la mostró con la acústica y eso fue hace más o menos tres años.

AZ: Más allá de esta aclaración, ¿creen que el rock o los artistas deben tomar partido ante contextos desfavorables?

LG: Creo que uno siempre está tomando postura. En el disco está muy presente la cuestión de lo que uno no quiere ser: “Vos sos un gato, yo soy un perro”. La frase “el camino no elegido” también implica no tomar otro camino. Me parece que eso, de alguna manera, deja en claro bastante de qué lado nos situamos.

M: Hay que tener mucho cuidado, porque creo que las canciones no tienen por qué tener moral o ética. Las canciones no tienen que dar respuestas, tienen que hacer preguntas. La banda pone en práctica su ética cuando baja del escenario, que es en donde estamos más tranquilos. En nuestra música hay mucho lugar para la pregunta, para el cuestionamiento y la construcción ficcional, un lugar en donde uno no puede ser políticamente correcto. Pero también trabajamos con las palabras y con los sonidos, y entonces sabemos exactamente hasta dónde hay un contrato tácito de qué sería una ficción, qué sería un narrador y qué canción podría ser un elogio o no de tal o cual cosa. Eso es parte de escribir bien y saber pronunciar bien algunas cuestiones. Pero la idea del “artista comprometido” es bastante discutible, más allá de que yo también comparto eso que decía Atahualpa de “lo primero el hombre, lo segundo el poeta”: yo también considero que es más importante alguien que salva una vida que alguien que toca una guitarra, alguien que trabaja -como un carpintero, que hace cosas útiles- o alguien que ayuda, educa o da de comer, en vez de alguien que hace canciones. Pero, en ese terreno, en ese espacio llamado canción o llamado música, yo no puedo poner por delante el pensamiento, la postura ideológica o políticamente correcta, sino que tengo que poner por delante la belleza.

AZ: Tenés varios discos de Dylan. ¿Es una influencia en ese sentido?

M: En general con cualquier artista, creo que inclusive las canciones políticas más trascendentales no eran literales y no se acotaban a una anécdota. Si vos escuchás a Dylan o leés a (Walt) Whitman, no eran tipos que estaban leyendo el diario. Dylan era libre y hacía lo que quería. No estoy hablando de la idea de un músico descomprometido, porque el compromiso ya lo tenés desde el hecho de subirte a un escenario: ya hay una declamación política en plantarte en un escenario, algo que juega a favor y también en contra, porque no tenés por ahí el coraje de agarrar un fusil. No sé qué significa eso, no sé si está bien o está mal, pero la militancia nunca puede estar por encima de un montón de elementos por los que trabaja el arte. Después, podés hacer las dos cosas, podés ser por ejemplo Rodolfo Walsh, o podés en cambio ser un gran militante pero un compositor mediocre. A la larga, el tiempo determina dónde cae cada uno. Pero creo que no es incompatible la idea de tener una conciencia política clara con ser artista: sabés dónde tocás, sabés qué cosas decís, sabés cómo te comportás abajo del escenario y sabés cómo, una vez abajo del escenario, podés solventar eso que cantaste o dejar en claro que no era algo que compartías. Pero siempre, dentro del terreno de la canción, tiene que haber un espacio de libertad y fantasía: si eso no ocurre, es como dice la letra, “la policía emocional está requisando mis versos”. Y no, no queremos eso: “La vida consiste en arder en preguntas”, de eso trata la primera canción del disco (“La policía emocional”). Y eso no significa que uno no se está haciendo cargo, no hablo del artista subido a una cúpula viendo todo desde arriba. Solo digo que la música es un espacio de libertad y fantasía. También hay muchos que te exigen ese compromiso y nunca en su vida hicieron cosas o estuvieron en los lugares donde estuvo uno. Todos esos que le revisaban la basura a Dylan después no sé qué hicieron de sus vidas: por ahí terminaron siendo newagers o administradores de empresas, y el viejo evidentemente era mucho más libre que ellos porque todavía hoy sigue tocando la guitarra.

AZ: En ese párrafo introductorio del disco también mencionan que El camino no elegido gira en torno a la idea del “2”. ¿Tiene un poco que ver con generar respuestas en el oyente y con el hecho de que un disco se completa con lo que reciben e interpretan los que lo escuchan?

M: Puede ser con eso también. En realidad, habla de varias cosas, habla del camino elegido y del camino no elegido, a veces con felicidad y otras no tanto. Porque el poema original de (Robert) Frost (“Dos caminos se bifurcan en un bosque y yo, yo tomé el menos transitado, y eso hizo toda la diferencia”, se lee en los textos que acompañan al disco) no es en el sentido de “nosotros tomamos el camino más difícil y los otros no son válidos”. Hay momentos en los que vos estás orgulloso de haber tomado un camino y hay veces que te arrepentís.

LG: En “El blues de la Calchaquí”, por ejemplo.

M: Claro, en ese tema es un tipo que no está muy contento con el camino que tomó. Pero en “El blues del gato” sí, está convencido. Está esa cuestión de la ambigüedad todo el tiempo. Pienso que el número 2 también puede englobar al que escucha, pero eso me parece que es algo que está siempre, porque por algo hacés música. En este caso me parece que gira más en torno a estas cosas como las dicotomías, las ambigüedades y las contradicciones. Tampoco es que estaba todo premeditado, sino que gran parte de eso es una interpretación posterior.

AZ: ¿Ese texto surgió después del disco?

M: Sí, pero evidentemente había algo ahí que tenía que ver con eso. Porque todo el tiempo, por ejemplo, nos hablaban del Vol. II, y nosotros decíamos: “No va a haber Vol. II, siempre es un Vol. I (risas)”. Vol. I tenía una cosa más existencial y mística y, si esto es dialéctica, en el segundo disco no hay tanta presencia mística y el álbum viene como a romper con algunas estructuras. Aunque no del todo: por eso decimos que quizá la respuesta esté en el III, que no sabemos por dónde puede terminar.

AZ: Más allá de esas diferencias, hay una continuidad sonora entre los dos discos que editaron y tiene que ver con el blues, que también está muy presente en otras bandas de la escena como Los Espíritus o Las Diferencias y que en El camino no elegido parece haberse acentuado como influencia. ¿Qué los seduce de ese género?

M: Nosotros siempre dejamos en claro que todo lo que hacemos ya lo hicieron antes otros y que no nos interesa sonar como Robert Johnson o como Muddy Waters. Está claro que nos gusta el blues, pero siempre tuvimos claro que no íbamos a hacer ni el blues del Mississippi ni tampoco el blues tradicional y bien tocado argentino de los ’90, tipo La Mississippi con un sonido hi-fi. La verdad es que tampoco nos saldría eso aunque los intentáramos porque, más allá del caso de él (señala a Lucas), que toca la guitarra como los dioses, yo no soy un tipo virtuoso que va a hacer el gran solo de blues. A nosotros dos nos gusta mucho el rock and roll, así qué el blues está ahí presente con naturalidad. La música negra es la más importante del siglo pasado, o por lo menos es la que a mí más me emociona. Además, es algo que escucho desde chico.

AZ: Y cuando eras chico, ¿empezaste con esos artistas como Robert Johnson o Muddy Waters?

M: No, en realidad con música negra. Me refiero a música negra en general, por ejemplo también el jazz. Cuando era chico, a los siete u ocho años, me gustaba mucho obviamente Clapton, que fue el primer rockero que me cautivó. Pero en realidad yo tenía un enamoramiento profundo por la raza negra, un afecto muy grande por ejemplo por Louis Armstrong o por lo que era el blues jazz. Cuando me compré el primer grabador, que es el instrumento más importante de mi vida después de mi guitarra porque con eso podías además grabar, me acuerdo que era chico y  un verano encontré unas radios que pasaban canciones de Bessie Smith o Sarah Vaughan: ese sonido me fascinó siempre. Lo que ocurre es que mi visión del blues no es la de La Mississippi o Memphis La Blusera, sino que para mí blues es Bessie Smith, Robert Johnson también, pero además el blues jazz. Toda la música negra norteamericana me vuelve loco.

AZ: En El camino no elegido está de algún modo incluso retratada la evolución del género: “Tonada azul para perros negros” y “El futuro es una mujer negra” tienen un sonido más rural propio del blues del Delta del Mississippi, “Blues del gato” por ahí es más cercana al blues eléctrico de Chicago y a Muddy Waters, y “El blues de la Calchaquí” ya es mucho más pesada y similar al modo en cómo las bandas inglesas de los ’70 interpretaron el blues de un modo mucho más potente.

LG: Sí, claro, esa canción es más Zeppelin. Lo que tiene el blues, a diferencia de otros géneros, es que cuenta por ahí más la expresividad que la técnica. La cosa pasa por otro lugar, no por el virtuosismo. Los grandes bluseros siempre han sido tipos que con pocos acordes y con pocos recursos han sabido decir un montón de cosas y de un modo que lograba emocionarte. Creo que nosotros estamos coqueteando un poco con esa idea. La cosa no pasa tanto por el lugar del blues más técnico o que tenga que ver más con la precisión, que incluso la tiene Clapton, a quien amamos.

M: Claro, incluso Clapton se puede dar el lujo no hacer un gran solo y conmover desde otro lado. Recién se mencionó a Los Espíritus y para mí es una de esas bandas que entiende el blues como lo entendemos nosotros, más allá de que el sonido de ellos no tiene tanto que ver con el nuestro sino con una cosa mucho más latinoamericana. Pero para mí Maxi (Prietto) es uno de los pocos tipos que lo entiende a Dylan. El blues es música de libertad y es la más poderosa que conocemos.

AZ: Mencionaron a la música negra y justamente otra de las grandes influencias de Las Armas Bs. As.es el soul, que ustedes describieron en su primer disco como “soul bonaerense”.

M: Hay menos soul en este disco, en el primero había mucho más de eso. También es cierto que hay menos temas en este álbum, si hubiéramos hecho tantos como en el anterior quizá hubiera entrado alguno. Pero sí, volvemos un poco a lo anterior: la música negra es la esencia de lo que tiene que ser el rock and roll, ¡que es cosa de negros, viejo! (risas). Es cosa de negros, de laburantes. Nosotros no somos los cancheros, los que tienen guita, los que nos sobra la plata (risas). Si lo lleváramos a un nivel conceptual o de lo que nos gusta, Las Armas Bs. As.es una banda negra. Cuando empezamos a flashear con Pedro (Bedascarrasbure), que fue el productor del disco anterior, estaba muy claro qué es lo que el álbum no iba a ser, y todo lo que sí queríamos que fuera tenía que ver con algo sanguíneo: desde el hard rock hasta poder mezclar a Curtis Mayfield con Motorhead. Hicimos que entrara. Me acuerdo que un día vimos a Charles Bradley haciendo “Changes” de Black Sabbath y dijimos “ah, claro, se podía mezclar soul con hard rock”. Obviamente no nos sale como a él.

LG: Gary Clark Jr. es otro ejemplo que se viene a la cabeza.

M: Exacto. Lo que estaba claro es que no iba a ser una banda blanca. Blanca en el sentido de pulcra y de una cosa ligera, lo cual tampoco es algo que está mal porque a veces necesitás comer y beber liviano. Pero esta música no es ligera, es todo denso, es blues y también hip hop. El hip hop está claro en nosotros y, aunque no se note tanto en el sonido, hay sin embargo una esencia hiphopera en nuestra música: a mí me formaron más los Beastie Boys que algunas bandas que supuestamente tocan blues. El hip hop y el blues, en ese sentido, son lo mismo: “No tengo nada y lo voy a hacer igual”. Esos tipos que tocan 95 millones de yeites sobre la base de la primera, cuarta y quinta, o esas bandas de funk que tocan con muchos arreglos de cuerdas, a mí no me identifican para nada. Una cosa es tocar funk y otra cosa es ser funky. Tiene que ver con una cosa mucho más sexual, que parte del hambre y de la necesidad y, si no lo sentís, no tiene mucho sentido. Es pura cáscara.

AZ: Como para dejar en claro tu sentido de pertenencia con la música negra, en tu cuenta de Facebook decís que sos de Memphis, una ciudad que fue cuna del blues y del soul. Pero que también fue sede de Elvis, una leyenda del rock and roll blanco.

M: Claramente Las Armas Bs. As. tiene una cosa de fascinación con la música norteamericana, ya sea blanca o negra. Es también la música norteamericana en relación con la inglesa, que nos encanta, como los Stones o los Beatles. Nuestra música tiene más que nada que ver con la potencia, con poder tocar tres acordes y la pura verdad. Básicamente es eso, que es además lo más difícil y complejo: ser potente, que no tiene que ver con tocar fuerte.

LG: Y sintético. La síntesis bien entendida, poder hacer algo que emocione con la menor cantidad de recursos posible.

M: Y hay un riesgo enorme en eso. Sería un poco buscar la profundidad antes que intentar acaparar todo torpemente y ambiciosamente. Si yo puedo lograr hacer una canción con cuatro palabras y que diga todo, ya está.

AZ: Dentro de esa síntesis que logran en su sonido, está el modo en cómo mezclan esas influencias clásicas con una mirada más moderna y actual, bien al estilo de cómo lo hacen bandas como los Black Keys o los Arctic Monkeys. 

M: Es que creo que así se toca el blues ahora. Por ejemplo, ya que mencionamos a Gary Clark Jr., es uno de los mejores guitarristas de blues actuales y convive con Childish Gambino o con Kendrick Lamar. Creo que es lo que hubiera hecho Howlin’ Wolf si tocara hoy: intentar convivir con el sonido de la época. Es decir, no tenemos una militancia obcecada: si en “Tonada azul para perros negros” hay sonando un diddley bow (Ndr: un arcaico instrumento de cuerda utilizado en el blues, y cercano al slide) hecho con una lata, es porque era el mejor recurso para lograr ese sonido. Pero, si tenemos que usar mil efectos para hacer sonar una canción, no tenemos ningún problema. Supongo que los Black Keys graban con cosas súper modernas.

AZ: ¿Sienten una afinidad con esos grupos?

M: Sí, claro, hay una relación con esas bandas. Me parece que están muy buenas y nos gustan, más allá de que por suerte no nos sale sonar así. Tenemos una influencia de ellos, pero también lo que creo que ocurre es que por ahí la influencia es también con cosas que escucharon ellos. Yo soy fanático por ejemplo de los Stones, pero es algo que ya estaba. Con los Arctic Monkeys lo que a mí me pasa que es la banda con la que yo fui creciendo y los fui acompañando, los vi en vivo en el Luna Park (el show de octubre de 2007). Ahora todo el mundo dice que cambiaron mucho con Tranquility Base Hotel + Casino, pero para mí ya en el primer disco (Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not, de 2006) se sabía lo que iba a pasar. Tal vez no se sabía exactamente, pero no creo que sea para sorprenderse que ahora él (Alex Turner) sea un showman o se peine, sobre todo cuando escuchás las armonías de los primeros discos y te das cuenta de que están llenas de cosas de la música de los ’50. Era obvio que a ese chabón le gustaba eso. Y a mí también: yo tengo un peine navaja y no es porque a mí me gusta Alex Turner, sino que porque me gusta Elvis y me gusta el rockabilly (risas). Y lo mismo pasa con los Black Keys: me encantan, pero yo escuché a Son House o a Howlin’ Wolf.

AZ: La influencia de los Arctic Monkeys parece estar presente en “La habitación”.

M: Más que a los Monkeys, terminó sonando medio a The Last Shadow Puppets. Ésta es una banda que no le teme a la cuestión crooner, a mí me encanta Elvis y también me gusta Sandro. Si hablamos de rock bonaerense, mi héroe mayor tiene que ser Roberto Sánchez (risas). El cantante de rock and roll tiene que ser un poco escénicamente arrogante y presencial, y tiene que mantener el dramatismo con buen gusto, por supuesto. Y esa canción tiene como una cosa interpretativa exultante en todos los niveles: lírica, vocalmente y teatral. También es cinematográfica. Los Arctic Monkeys o los Last Shadow Puppets eso lo saben hacer muy bien y hay, por supuesto, elementos presentes. Entonces, vos decís: “¿Uy, esto me sirve?”. Y sí, claro. ¿Por qué no? Igual la canción la hicimos nosotros (risas).

AZ: La letra de la canción parece presentar una escena ambigua: un chico adentro de una habitación, que no termina de quedar claro si está con una o varias chicas, y al mismo tiempo entra alguien de afuera. Un poco eso lo habían trabajado en “Malasia”, que parece contar la historia de una chica que deja a un chico por otra chica. ¿Se trata de eso mismo que ustedes plantean en ese párrafo introductorio, lo de romper con el obsoleto sistema sexual binario?

M: Es verdad que “La habitación” y “Malasia” son canciones que están en la misma paleta de colores, como quizá también ocurre en otro grupo con “Jesús” y “El dandy bonaerense”, por ejemplo. A veces es como los pintores, que hacen varios cuadros en una misma gama a nivel construcción narrativa. No sé si esas letras hablan de eso, pero si nosotros tenemos que empezar, bienvenido. Mientras sea consensuado y con cariño, todo vale y entre todos y de a muchos. Con consenso y con cariño, celebramos todo eso.

AZ: Mencionaron a Elvis y cierta atracción por la actitud y parte de la épica rockera: el cuidado por la estética, el vestuario y el estilo. ¿Siempre los atrajo eso?

LG: Es tan importante como la música. Creo que las grandes bandas siempre han tenido un concepto por sobre todas las cosas y han laburado en pos de eso. Creo que la música es uno de los elementos, pero después tiene mucha importancia la presencia o la actitud en el escenario. Y la imagen también, cuenta mucho. Todas las bandas que nos gustan han sabido tener un discurso desde lo musical e incluso también desde la imagen: para que sean potentes tienen que ir un poco de la mano y se da naturalmente. Si querés transmitir tal o cual cosa, vas a buscar la vestimenta que mejor cuente eso que se está queriendo decir.

M: Con respecto a la imagen, que es algo que también forma parte de una banda como construcción estética, nunca lo vi a (Alfredo) Zitarrosa cantar mal vestido y no por eso sus letras no tenían una postura política. Vestirse bien es, hasta incluso, una cuestión de respeto. No te hace más auténtico descuidar la imagen, es mentira. Incluso, sos un irrespetuoso si lo hacés. Estás trabajando de esto, es tu fiesta, te está viendo un montón de gente, ¿y vas a salir vestido así nomás? Yo me voy a poner mi mejor camisa y mis mejores zapatos. Además, pensar en la estética es parte de lo otro, porque escribimos con imágenes. El rock and roll es música que se hizo para que la gente fuera libre. No voy a permitir que se malinterprete el rock and roll y el estrellato: el estrellato no en términos de diva, sino en términos de brillar. Se hizo para brillar. Bienvenido sea que Bowie se pintaba todo y vino a romper estructuras, o Little Richard, que era negro y gay en Atlanta, o Prince. Bienvenidos sean esos tipos. Un artista, porque salga vestido de obrero (aclaro: me gusta Bruce Springsteen), ¿es más auténtico o es más cercano que Little Richard o que Prince? No. Cada uno es libre. A Bruce Springsteen le creo lo de camionero, pero no por eso es más auténtico. Arriba del escenario sé la más puta o el más divo, hacé todo lo que tengas ganas. Lo siento por aquellos que niegan la fantasía del rock porque no tienen la capacidad de soñarla. Bienvenido el rock and roll. David Bowie creó a Ziggy Stardust basándose en las estrellas de rock que ya habían existido y le metió extraterrestres: genial. ¿Vos pretendés que el sábado a la noche me vista como laburo el resto del día? (risas). No. Arriba del escenario voy a ser una puta estrella, después abajo obviamente no. Aguanten las estrellas de rock. Las estrellas, la gente que brilla.

AZ: El camino no elegido parece marcar una evolución desde el cuidado por el sonido, presente por ejemplo en eso que mencionaban antes en cuanto al golpe más poderoso de la batería. ¿Cómo trabajaron en la producción del disco?

LG: Una particularidad que tuvo este disco es la maqueta. Estaban las canciones y entonces las maqueteamos. Esa maqueta ayuda a clarificar un montón de cosas en cuanto a lo que va a ser el sonido o los recursos que se van a usar para concretar la canción. Esa maqueta, para mí como productor, es fundamental porque es como un paso hacia adelante para llegar a esa canción que tiene uno en la cabeza. Lo veo como un paso que no se puede saltear.

AZ: ¿La famosa preproducción de un disco?

LG: Claro, exactamente: preproducción o maqueta. Para mí era una condición necesaria para este álbum. Es un paso fundamental, porque ahí se dan un montón de preguntas, cosas que creías que iban a funcionar y después no funcionan, y te terminás dando cuenta de que tenés que ir por otro lugar. En cuanto a esto que tiene que ver con el trabajo del sonido, todas las bandas que escuchás inconscientemente te están atravesando y después las volcás en las canciones. Todas estas bandas que nombramos hoy están ahí: son guiños que uno no hace de manera consciente, sino que uno se va empapando de eso y, después, es lo que le sale de manera más natural. Ese trabajo más pulido del sonido tiene que ver justamente con eso: con trabajo. El trabajo que implicó hacer las maquetas y con reconocer cosas que había que trabajar para que, luego en el estudio, ocurrieran dando buenos resultados. Para mi la grabación tiene mucho de romántico: no queríamos autoengañarnos en este disco y decir, por ejemplo, “cuando le metas la guitarra, esto se va a disimular”. Acá la idea era que no se disimulara nada. Que estuviera todo el cimiento bien hecho para que después se pudiera construir tranquilo arriba.

AZ: ¿Trabajaste con ellos en la producción y ahora te sumaste como cuarto integrante, no?

LG: Claro. Yo los conozco a ellos hace un montón, somos amigos y hemos tocado juntos antes en otra banda (Miro y su fabulosa orquesta de juguete). Y ya he tenido algunas participaciones en algún que otro tema y en los últimos recitales. Se dio naturalmente, no fue algo muy planeado.

M: En el disco anterior nos permitimos algunas cuestiones más espontáneas, porque creíamos que sumaban artísticamente, y eso también se llevaba después al vivo. Puede ser ahora que, si el disco se produjo bajo algunas cuestiones más meticulosas, entonces luego en el vivo se necesitara un refuerzo que le diera más fidelidad a todo, más allá de que la idea del vivo tampoco es que sea igual al disco. La banda puede sostener los temas en trío, esa fue siempre la premisa: que vos puedas ir a vernos y que, más allá de que pueden haber otras cosas del disco que van a faltar, que no sean esenciales. Pero creemos que algunas cuestiones de sonido, algunos juegos de guitarras, sí se volvieron esenciales en algunas canciones. Entonces se pensó en que estuvieran las dos guitarras. El solo de “El hit del momento”, por ejemplo, está pensado para que lo toque una sola persona, pero cuando lo hacen las dos guitarras es una fiesta.

AZ: El disco cierra con la frase “mañana es mujer”, repetida al final de “El futuro es una mujer negra”. ¿Qué valor tiene para ustedes esa línea de la letra?

M: Primero y principal: todo lo que digamos, lo estamos diciendo desde un lugar de privilegio. Somos blancos y varones, y nosotros no vamos a explicarle a nadie qué significa el feminismo. Hay un narrador en esa canción, que está en un viaje de liberación filosófico/religioso. Pareciera que se está escapando de algo y se ve que, en un momento, entiende que esa liberación tiene que trascenderlo y apareció esa imagen. No sabemos si el narrador la celebra, la cuestiona o la acompaña. Sí sabemos que para el narrador y para nosotros es una imagen innegable. Porque si eso no ocurre, no hay mañana, y vamos a estar atascados en la historia como en El día de la marmota. Después, más no podemos decir, porque no somos la voz autorizada para hablar de eso.

AZ: Este ejemplo habla de su filosofía en relación a cómo se construye una canción, donde entienden que hay una situación de enunciación y existe un narrador. ¿Piensan en eso, en cómo va a llegar ese mensaje al que escucha?

M: No hay mensaje en la música, pero sí hay historias. La idea de la composición es bastante compleja. Para mí, una canción no se compone hasta que ocurre en una sala, lo que hago yo en mi casa no es una canción. Respecto a la letra y la melodía, esa cuestión primaria, todo lo que hay en el material de Las Armas Bs. As.se ha hecho caminando en diez minutos, más allá de que está claro que después hay correcciones. Pero eso es oficio puro, no hay debate, no hay disertación. Hay gente que sí lo hace y por algo son los mejores: (Leonard) Cohen capaz se tardaba ocho años en escribir una canción. En el caso de Las Armas, lo hacemos en diez minutos. Hablo de esa parte de la canción, la cosa primaria de letra y melodía, porque después el resto se puede hacer durante un año o dos. Para mí no es una canción de rock and roll hasta que no es sonido. Porque nosotros trabajamos con sonido, no somos escritores, poetas o guionistas. Trabajamos con sonido, con música: las palabras son una esfera más del sonido. Esto no significa quitarles valor: cuando elegís, elegís las mejores palabras que puedas usar. Como elegirías el mejor pedal si pudieras comprarlo. La diferencia es que, por suerte, las palabras todavía son gratis. //∆z