El martes tuvo lugar la primer fecha de Sué Mon Mont, el grupo que reúne a Rosario Bléfari con miembros de El Mató, Bosques y Los Reyes del Falsete. Aquí un relato encendido de algo de lo que allí pasó.

Por Claudio Kobelt

Fotos de Nadia Guzmán

Los bondis tajean la noche rompiendo su piel de agua, escurriéndose entre la cortina liquida que cuelga del cielo gris. Y claro que tenía que llover, no podía ser una noche más. Cuando tanta energía y magia se pone junta y en contacto, como esta noche sobre el escenario del Matienzo, todo se moviliza, incluido el firmamento.

Esta noche se desestima esa creencia poética-cursi que menciona a las gotas de lluvia como lagrimas del cielo ¿Por qué habría de llorar? ¿Acaso no tendría que estar más feliz que nunca, con la carita de la luna sonriente, mostrando orgullosa sus dientes selenitas? Adentro del reducto de la calle Pringles, la ansiedad y los nervios inundaban el aire, como afuera el agua lo hacía en las calles. La primera presentación en vivo de Sue Mon Mont no era poca cosa. Todo lo contrario. Era demasiada. Pero para eso falta, ahora arranca Atrás Hay Truenos.

Y la de afuera debería ponerse celosa, porque esta de adentro sí es una verdadera tormenta. El martilleo sonoro rítmico percute el aire en su camino a nuestro cuerpo, como un rayo por clavarse en la tierra. Las voces se entrelazan iluminando el espacio, mientras de fondo las proyecciones crean una selva de colores brillantes por donde los AHT trazan un camino sinuoso y áspero, en vórtice hacia el corazón del sonido, tan melancólico como violento, dulce y crudo como el rojo sangre pixelado de la imagen. Ahondando cada vez más en el espíritu de la canción, los hacedores de uno de los discos del año (el encantador Encanto) repasan temas de su discografía e incluso se dan el lujo de presentar dos temas nuevos, profundamente bellos de atmosfera y melodía. Sin perder su espíritu kraut/noise, son el ejemplo vivo de evolución y crecimiento, sin perder de vista sus raíces de experimentación, y con sus ramas tocando el cielo. Un grupo que en vivo da una nueva lectura a sus grabaciones, aportándole un valor inesperado y gigantesco a una obra de por sí enorme. Tras gritos y pedidos de bis, se despiden del escenario dejando el lugar al número principal de la noche, nuestro propio dream team emocional: Sue Mon Mont.

Con un tímido “Buenas Noches” y un vestido celeste cielo repleto de nubes, Rosario Bléfari se para frente al micrófono y sonríe como solo ella sabe hacerlo. Ver a su izquierda a Gustavo Monsalvo (más conocido por su alias de El Niño Elefante, guitarrista en El Mato a un policía Motorizado), a su derecha a Marcos Díaz (guitarrista de Bosques, aquí en el bajo) y a su espalda a Tifa Rex (baterista de Los Reyes del Falsete) es volver a repasar ese grupo soñado que imaginamos tantas veces con amigos en charlas trasnochadas, ese “pan y queso” rockero donde cada uno elige sus músicos ideales…y seguro que ellos estaban. Seguro. Nunca faltaban. Y de pronto todo comienza, como un río desbocado, sin cauce ni final, Sue Mon Mont parece tener una fuerza natural y salvaje imparable, con ese gusto a primer golpe, a show debut que le agrega un picante extra a la mezcla. Cuando suena “Besos”, uno de los pocos temas adelantados en el soundcloud del grupo, la multitud corea enfervorizada eso de “Por las calles de La Plata…”, y un poder claro y diáfano destella de ritmo y melancolía suave, bailable y dulce. El público baila y celebra temas nunca escuchados, corea los estribillos luego de haberlos oído solo una vez. Existe una comunión innegable entre los que están arriba y los de abajo del escenario, un vínculo de canciones, un enlace irrompible y misterioso. Eterno.

Rosario vuelve a hacer gala de su clásica presencia magnética y su fuerza arrolladora. Su manejo de la escena es el de un animal en pleno control de su territorio. Su voz profunda cambia de volumen e intensidad con una facilidad que sorprende, y sus gritos son balas certeras, munición gruesa de emoción. Si bien las melodías son bien Bléfarianas, con un espíritu a Misterio Relámpago en adelante, es innegable el aporte de cada uno de los músicos participantes. Lo de Tifa es casi heroico, agitando los parches con una vehemencia precisa y un talento descomunal, marca el ritmo y velocidad de esa máquina de sangre y fuego como solo él sabe hacerlo, y como tan bien lo demuestra. Monsalvo tiene la difícil tarea de ser un guitar hero pero sin lucirse, sin sus experimentos sonoros habituales, ya que aquí la verdadera estrella es la canción. Y esa tarea no es nada menor, pero él sabe hacerla de maravillas, sin perder su estilo y aportando su particular sonido al grupo. Y cuando ciertos punteos o clímax finales lo requieren, es entonces cuando desplega toda esa magia que se percibe en sus otros proyectos: El Niño Elefante ha llegado. Y lo de Marcos Díaz es quizás el caso más curioso. Es un reconocido y gran guitarrista,  pero que aquí se calza las cuatro cuerdas y no pasa para nada desapercibido. Sus dedos galopan el instrumento con suma velocidad y justeza, otorgando una espesura necesaria y vibrante al sonido.

Y la mirada siempre vuelve a ella, a Bléfari. Siempre Bléfari. Su voz encendida guía esa nave furiosa con rumbo al sol, pero no para destruirse, sino para reemplazarlo. Su luz enceguece y su fuerza derrite hasta a los más duros que bailan y gritan esos hits del futuro. Mantras catárticos que avivan el fuego dentro nuestro. Rosario salta, baila, se agacha, entiende cada canción como la última verdad por decir donde tiene que poner el cuerpo y todo de sí. Pero todo concluye al fin, todo termina, y así como llegaron se van. Rosario se despide y abraza uno por uno a todos sus compañeros de banda. Aullidos de Otra!, Mas!, y diversos pedidos de bises no los dejan ni bajar del escenario que ya están tocando una canción más, cerrando el círculo de esta catarsis emocional, primaria, y comenzando el romance con la nueva banda favorita de todos.

Al salir nos espera la lluvia, cayendo aún más fuerte que al llegar. Y claro que tenía que llover, y claro que más fuerte. Lo dicho, no iba a ser una noche más. La diferencia es que ahora no importa, ahora el corazón es impermeable, de tanto amor-canción.