Presentamos un fragmento del libro del escritor ruso Sergéi Dovlátov, editado por añosluz editora. Por primera vez en castellano y con traducción de Irina Bogdaschevski, La Reserva Nacional Pushkin se encuentra entre las obras más importantes de Dovlátov, y brinda una interpretación personal y conmovedora de la actitud rusa frente a la vida y el arte. Se incluyen, además, en el mismo volumen, los cuentos Ariel y La uva. Podés conseguirlo en preventa exclusiva hasta el 30 de noviembre haciendo click aquí

Me despertaron en la ciudad de Pskov. Las paredes nuevamente estucadas de su Kremlin causaban angustia. Por encima de la arcada central los diseñadores colocaron un feísimo emblema de hierro forjado, similar a los del Báltico. Ese Kremlin hacía recordar a una maqueta de tamaño gigante.

En una de sus alas se encontraba la agencia local de viajes. Aurora certificó allí unos documentos y nos llevaron al restaurante Guera, el más elegante de la ciudad.

Yo dudaba si agregar más bebida o no. Si agregara, al día siguiente estaría mucho peor… No tenía ganas de comer… Salí al bulevar. Pesados y bajos susurraban los tilos. Estaba convencido desde hacía tiempo: basta con quedar pensativo que en seguida surgen los recuerdos tristes. Por ejemplo, la última conversación con mi mujer…

—Hasta tu amor por las palabras, el demente, insano, patológico amor, es falso. Es solo un intento de justificar la vida que llevás. Bueno, llevás la vida de un famoso escritor, sin tener las condiciones para eso… Con tus vicios tendrías que ser, como mínimo, un Hemingway…

—¿Lo considerás un buen escritor, realmente? ¿Acaso Jack London también es un buen escritor?

—¡Dios mío! ¿Qué tiene que ver Jack London? Mis únicas botas están empeñadas… Puedo perdonarlo todo… Y la pobreza no me asusta… ¡Todo, menos la traición!

—¿De qué estás hablando?

—De tus eternas borracheras. La tuya… no quiero hablar… No se puede ser artista a costa de otra persona… ¡Es una infamia! ¡Hablás tanto de la nobleza! Y vos mismo sos un hombre frío, cruel, ladino…

 —No te olvides que hace veinte años que escribo cuentos.

—¿Vos querés escribir un gran libro? ¡Eso logra hacerlo solamente uno entre cien millones!

—¿Y qué? En un sentido espiritual, un intento fallido así equivale al libro más grande. Si querés, moralmente es más elevado aún. Porque excluye la recompensa…

—Son palabras. Eternas, bellas palabras… Me cansé… Tengo una hija, que es mi responsabilidad…

—Yo también tengo una hija.

 —A quien ignorás desde hace meses. Nosotras somos personas extrañas para vos… (En una conversación con una mujer hay un momento muy doloroso. Vos aportás datos, hechos, argumentos. Apelás a la lógica, al sentido común. Y de pronto descubrís que el solo sonido de tu voz le resulta repugnante…)

—Intencionalmente —le dije—, yo no hice ningún mal…

Me senté en un banco con el respaldo reclinado. Saqué la lapicera y la libreta de anotaciones. Un minuto después escribí:

Amada, en las Colinas de Pushkin me encuentro,

aquí sin ti — siento fastidio y desaliento…

Por la Reserva voy vagando como un perro,

y en mi alma torturada es miedo lo que siento…

Y seguí escribiendo…

Mis versos se adelantaban un poco a la realidad.

Hasta las Colinas de Pushkin faltaban unos cien kilómetros.

Entré a un almacén.

Compré un sobre con la imagen de Magallanes. Pregunté, no sé por qué:

—¿No sabe usted qué tiene que ver aquí Magallanes?

El vendedor me contestó pensativo:

—Habrá muerto… O le dieron un premio…

Pegué la estampilla, sellé la carta, la puse en el buzón…

A las seis llegamos al edificio de la base turística. Antes pasamos por las colinas, el río, el amplio horizonte con el borde irregular del bosque. En general, el paisaje ruso sin excesos. Esas señas ordinarias suyas que producen sensaciones amargas, incomprensibles.

Estas sensaciones siempre me parecieron sospechosas. En general, la pasión por los objetos inanimados me exaspera… (Mentalmente abrí mi libreta de anotaciones.) Hay algo decadente en los numismáticos, los filatelistas, los viajeros compulsivos, los amantes de los cactus y de los pececitos exóticos. Me es ajena la paciencia soñadora del pescador; el inmotivado coraje, sin resultados, del alpinista; la seguridad orgullosa del poseedor del perrito de aguas premiado…

Dicen que los judíos son indiferentes a la naturaleza. Así suena uno de los reproches dirigidos a la nación judía. Dicen que ellos no tienen paisajes naturales propios, y los ajenos les son indiferentes. Pues, quizás sea cierto… Evidentemente, habla en mí la mezcla de sangre judía…

En resumidas cuentas, no me gustan los observadores exaltados. Y no confío mucho en sus entusiasmos. Creo que el amor hacia los abedules triunfa sobre el amor hacia el ser humano. Y evoluciona como un sustituto del patriotismo…

Reconozco que a una madre paralizada, enferma, se la quiere más agudamente, se le tiene más piedad. Sin embargo, deleitarse con sus sufrimientos, expresarlos estéticamente, es una bajeza…

Bueno…

Llegamos a la base turística. Debe haber sido un idiota el que la construyó, a cuatro kilómetros del primer estanque. Alrededor hay arroyos, lagos y está el famoso riachuelo, y el edificio de la base turística se yergue a pleno sol. Es cierto que hay habitaciones con duchas incluidas… De vez en cuando, agua caliente…

Fuimos hasta la oficina de excursiones. Había allí una señora que era el sueño de un pensionado. Aurora le presentó la nómina de los viajeros, firmó los papeles, y recibió los bonos de comida para todo el grupo. Le susurró algo a esta rubia exuberante, quien en seguida me miró a mí. La mirada contenía el pertinaz interés superficial, la preocupación relacionada con el trabajo y una ligera alarma. Hasta se puso más derecha, crujieron con más ruido los papeles en sus manos.

—¿Ustedes no se conocen? —preguntó Aurora.

Yo me acerqué más.

—Quisiera trabajar una temporada en la reserva.

—Gente se necesita… —dijo la rubia.

Al final de esta réplica se percibieron los puntos suspensivos. Quiso decir que se necesitaban especialistas buenos y calificados. Trabajadores ocasionales no eran necesarios…

—¿Conoce los lugares del recorrido? —preguntó la rubia, y de pronto se presentó—. Soy Galina Alexándrovna…

—Estuve aquí como tres veces.

—Eso es poco.

—Tiene razón, por eso vine de nuevo…

—Debe prepararse debidamente. Tendrá que estudiar bien el folleto-guía. En la vida de Pushkin hay mucho que aún no ha sido investigado… Algunas cosas han cambiado desde el año pasado…

—¿En la vida de Pushkin? —me sorprendí yo.

—Disculpen —nos interrumpió Aurora—, me esperan los turistas. Le deseo suerte… Y desapareció — joven, vivaracha, auténtica. Mañana escucharé en una de las habitaciones del museo su voz pura, juvenil:

“¡Piensen, camaradas: Yo la amé tan sincera, tan tiernamente… A un mundo de relaciones de prepotencia y esclavitud Alexandr Serguéievich se enfrentó con este inspirado himno de amor desinteresado…”

—No en la vida de Pushkin —dijo irritada la rubia—, sino en la exposición del museo. Por ejemplo, han sacado el retrato de Gannibal.

—¿Por qué?

—Alguien afirmó que no era Gannibal. Parece que las condecoraciones no se corresponden con las verdaderas. Sería el general Zakomelski.

—¿Pero quién es realmente?

—Realmente, es Zakomelski.

—¿Por qué es tan negro?

—Había luchado contra los asiáticos, en el sur. Allí hace mucho calor, se habrá asoleado mucho. Además, los colores del cuadro se oscurecen con el tiempo.

—Entonces, ¿quiere decir que está bien que lo hayan quitado?

—Pero, ¿qué diferencia hay? Gannibal, Zakomelski… Los turistas querían ver a Gannibal. Pagan por eso… ¿Para qué corno necesitan a Zakomelski? Por eso nuestro director colgó el retrato de Gannibal… más bien a Zakomelski como si fuera Gannibal… Y a alguien no le gustó… ¿Disculpe, usted está casado?

Galina Alexandrovna pronunció esta frase de repente, yo diría que con timidez.

—Estoy divorciado —dije—, ¿por qué?

—Nuestras muchachas están interesadas.

—¿Qué muchachas?

—No están aquí ahora. Son la contadora, la instructora y la guía de excursiones.

—¿Y por qué se interesan por mí?

—No es por usted. Se interesan por todos. Aquí tenemos muchas jóvenes solitarias. Los hombres se han ido… ¿A quiénes ven nuestras muchachas? ¿A los turistas? ¿Y quiénes son los turistas? En el mejor de los casos tienen ocho días de excursión. De Leningrado vienen a veces por un solo día. O por tres días… ¿Usted piensa quedarse mucho tiempo?

—Hasta el otoño. Si todo va bien…

—¿Dónde está parando usted? ¿Quiere que telefonee a un hotel…? Tenemos dos hoteles aquí: uno bueno, y otro malo. ¿Cuál prefiere?

—Eso habría que pensarlo —dije.

—El bueno es más caro —me explicó Galina.

—Está bien —dije—, de todos modos no tengo dinero.

De pronto, llamó a alguna parte. Estuvo un rato largo tratando de convencer a alguien. Finalmente, el asunto quedó resuelto. En algún lugar anotaron mi apellido.

—Yo lo acompañaré.

Hacía mucho que no me sentía objeto de un cuidado femenino tan intenso. En adelante se tornaría más insistente aún. Y hasta se convertiría en una presión tenaz.

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