Presentamos un cuento de Los hologramas no hacen compañía, de Gonzalo Gossweiler publicado por China Editora. 

El eco de un golpe atraviesa el sueño de Aoi. Sus brazos se deslizan por las sábanas tibias hasta llegar a una zona fría de la cama. Se despierta. Ahí no hay nadie. Mira a su alrededor y desconoce ese lugar a oscuras. Los objetos perfilan formas tenebrosas. No escucha nada. La ansiedad le estalla como si estuviera ante una amenaza mortal.

Se sienta y en su soledad, llora.

La luz de la habitación se enciende de inmediato.

Aoi se refriega los ojos con la manga de su remera. Mueve la cabeza a los lados y se agitan sus rulos. Sus pupilas barnizadas de lágrimas ven a Mamá.

Mamá le da los buenos días desde la puerta. Aoi sonríe mostrando sus dientes de leche, luego duda unos segundos. Al final una mueca de desilusión frunce su boca al distinguir el brillo de la figura. Se resigna, como todos los días, al descubrir que en realidad esa es la otra mamá.
La otra mamá habla con ternura. Le dice que se levante a desayunar. Aoi salta al suelo con desgano. Al ponerse de pie nota el peso del pañal húmedo e inflado. Primero debe ir al baño. No tiene pantalón y en sus pies lleva unas medias con dibujos de dinosaurios que cambian de colores.

En un rincón del baño titilan unas luces verdes. Aoi apoya el pañal ahí y queda pegado con un chasquido. Primero siente bajo el pañal el agua un poco fría, después las burbujas de jabón, de nuevo agua y por último sopla aire caliente. El pañal vuelve a estar seco y cómodo. La otra mamá vigila a unos pasos, con una sonrisa que no se acalambra.

Aoi corre a la cocina balbuceando una palabra que significa comida. Está alegre y por un momento se olvida de su preocupación.

Trepa a la silla y se cierran unos apoyabrazos acolchonados. Sobre la mesa hay un recipiente que Aoi toca y se desarma para revelar un puré grumoso del que sale vapor. La otra mamá, sentada a su lado, le recuerda que debe usar cuchara. Puede hacerlo. Mamá siempre le hace el avioncito; la otra mamá, nunca. Trata de imitar el sonido y salpica saliva para todos lados.
Logra comer todo, menos lo que cayó fuera del plato. Con las mangas se limpia la cara, y los cachetes rosados vuelven a aparecer. Aoi escucha ruido en alguna parte de la casa y presta atención. Se baja de la silla y va a investigar.

La pantalla de la sala está encendida en una sola pared y muestra una serie animada de dinosaurios. Aoi toca la pantalla y dice algo indistinguible mientras se ríe. Después se sienta en el piso muy cerca de la imagen. Tiene que levantar la cabeza y moverla para seguir la acción. Se aparta los rulos de la cara con fastidio. La otra mamá observa inmóvil sentada en un sillón.
Las horas pasan y Aoi se aburre. Recorre los cuartos.

Revisa bajo la cama. Mamá, llama.

Se fija en la ducha. Mamá, insiste.

Busca entre la ropa sucia en el lavadero. Mamá, lloriquea.

Parece acordarse de algo y vuelve a la sala. Corre por el pasillo. Se resbala. Cae de espaldas y la cabeza golpea el piso. El golpe sordo retumba en toda la casa.

Aoi mira al techo. Se queda sin moverse ni respirar por un segundo. La otra mamá aparece a su lado y se adelanta con un consuelo de palabras suaves y sonrisas despreocupadas. Aoi se sienta, toma aire, abre mucho los ojos y larga un llanto desmedido. Llora con toda la fuerza de sus pulmones. Las lágrimas rebalsan y brillan en sus cachetes ahora de un colorado furioso.

Aoi disminuye el volumen del llanto por el hipo. Se pone de pie e intenta abrazar a la otra mamá, pero se le desvanece entre las manos y la atraviesa. Aoi se gira y ve a la otra mamá ahí, quieta, hablándole. La deja atrás.

En puntas de pie, Aoi se asoma por la ventana y mira hacia la calle. Pasan autos, pasa gente, pero no regresa Mamá. La llama muchas veces con un lamento agudo que parece entre una plegaria y un hechizo. El aliento empaña el vidrio.

A su espalda se encienden las cuatro paredes de pantalla y un programa de dibujos suena con el volumen alto. La otra mamá está en el centro de la sala. Aoi la ve y la ignora. Recupera la respiración normal y las lágrimas se secan. Tiene los ojos enrojecidos. Va hasta la puerta. Tira y golpea, pero no abre. Se echa a un costado con la cara sobre el suelo y se duerme con un dedo en la boca.

En sus sueños Aoi es un dinosaurio gigante y Mamá también. Están en un campo enorme. Pero en el medio hay muchos otros dinosaurios que les impiden tocarse. Aoi murmura en sueños.
Ruidos. La puerta se abre. Alguien entra.

Aoi escucha que dicen su nombre, pero desoye a esa voz. Luego siente una mano que le acaricia el pelo. Abre los ojos de golpe.

Es Mamá.

Aoi recupera el llanto, pero ahora es un quejido suave, casi un reproche. Mamá alza a Aoi, le da besos en la cabeza, le habla. Aoi esconde la cara en el cuello de Mamá. Respira ese aroma que le da paz absoluta.

De a poco se calma.

Mamá y la otra mamá están de pie una junto a la otra, idénticas excepto la ropa. Mamá hace un gesto con una mano en el aire. La pantalla se apaga y la otra mamá se desvanece.

Aoi ve esa figura que se esfuma y abraza con más fuerza a Mamá.//∆z

Gonzalo Gossweiler (Lomas de Zamora, 1984) es licenciado en Ciencias de la Comunicación y trabaja como periodista y editor en la web de Ambito Financiero. Su primer libro, Antártida (2015), fue publicado dentro de la colección Leer es futuro del entonces Ministerio de Cultura de la Nación.