Influenciado por el metal y la improvisación noise, el baterista Augusto Urbini armó Resistencia Chaco, uno de los proyectos más aventureros que recorren nuestro under. Parado entre la sublimación y el desafío, un repaso por su atrapante disco debut, la dificultad de encontrar espacios y cómo ofrecer una resistencia organizada.

Por Gaby Feldman
Foto por Emilia Cappellini

Muchas veces pasa que hay bandas, especímenes en una fauna variopinta, que por necesidad los terminamos encasillando de cierta manera, aunque resulte imposible. Y quedan ahí. Tal vez para siempre. Metemos ejemplares en relucientes tubitos, los ordenamos según nuestro arbitrio en un estante, les sacamos la tierra cada tanto y los tenemos listos para su disección, inspección y exhibición.

Pero a veces este deporte se lo hace con antelación. Porque es más fácil apreciar objetos muertos que poder detectarle el brillo a algo en movimiento. Algo vivo. Si nos quedamos solamente en el gesto de la supresión, nuestra mirada va a ser desde el vamos, además de meramente descriptiva, inexacta. Tal vez nunca lleguemos a una visión completa de cualquier fenómeno, pero siempre es mejor asegurarse de que se tienen todas las herramientas antes que unas pocas.

Resistencia Chaco es un proyecto comandado por Augusto Urbini que, además de tocar la batería en el grupo, es el compositor de los temas. Empezó a finales del 2009 con la idea de reunir los dos tipos de música que habitaban su cabeza y su realidad: una era la improvisación noise -excursiones nórdicas giran alrededor del saxofonista sueco Mats Gustafsson o proyectos de la órbita del guitarrista Derek Bailey- y la otra el metal, con Messhugah (¡suecos!) como referentes. “Una especie de crimson meshugguiado”, como lo define sintéticamente mientras nos destapan una Heineken en un bar de Colegiales.

Personalmente no me cabe ninguna duda que Resistencia Chaco es metal, le digo. Es metal por donde lo mires. Pero ahí está la doxa del heavy, tan ortodoxa y tradicional –segmentaria–, junto a algunos prejuicios que siempre nos persiguen, y lo que es una banda de metal, experimental, si se quiere agregarle el adjetivo con los recaudos necesarios, la terminamos emparentando más al jazz (o free-jazz) –por lo instrumental, por las improvisaciones y porque en algún momento de sus vidas sus integrantes tocaron jazz– pero que se mece entre la oscuridad, el deseo y la frustración. Y eso, desde que Sabbath está en el mundo, es metal.

Una versión primigenia de la banda fue un cuarteto que completaba Franco Fontanarrosa en bajo, Pablo Puntoriero en saxo barítono y Ada Rave en saxo tenor. Músicos que han recorrido caminos en bandas de la talla de Pez, La mujer Barbuda, Panza, Wasabi, entre otras. Fueron unos pocos shows hasta que se terminó incorporando Nicolás “Mu” Sánchez en guitarra y consumaron el quinteto con el que grabaron Una puerta roja en algún lugar de la República Checa, su disco debut, editado por el sello Viajero Inmóvil y hoy también disponible para su descarga directa en Pan y Rosas Discos, una netlabel de Chicago que lo sumó a su catálogo virtual. Pero como sabemos, el disco es una unidad sincrética, que excede a lo estrictamente musical, fácil de comprimirse en un archivo.

[youtube]http://youtu.be/KvnBBGDi_rM[/youtube]

Primera digresión. Detrás de una reja verde hay una puerta roja.
Quizás ni era verde, da igual.
No siempre hubo una puerta ahí y tampoco siempre fue una entrada.
O salida.
No se puede estar seguro de que eso haya sido una puerta.
Aunque alguien te reciba y te haga pasar.
O acompañe al salir.
Podría ser una ventana.
No importa, da igual.
Lo único relevante es que para llegar de un punto A a un punto B
hay que recorrer una distancia X.
Ya sea reja, puerta, ventana, salón, vestíbulo o entrada:
Salida.

 

Entrada. Si uno agarra ese disco, revisa el listado de temas: desde “El mal” hasta “Clotilde”, pasando por “Infantodemonio”, “Un muchacho en problemas”,  “La miseria de cada día me está aniquilando”; y mientras escucha  el disco, con su avance progresivo y matices abstractos, inspecciona con cuidado el arte realizado por Santiago Schroeder, que nos sitúa en un espacio físico, revisando con curiosidad el arte interno que nos sugiere cierta acción: escritos en lengua extranjera que se cuelan en una casa abandonada y espacios invadidos por la destrucción; la escena de un crimen y las evidencias alrededor; un cuchillo como posible arma homicida; las moscas merodeando la putrefacción; y los músicos posando en fotos individuales como criminales, uno puede terminar asignándole a las canciones una carga narrativa y cronológica. Lindo entretenimiento.

¿Hay algo de relato escondido en esas nueve canciones?
Sí hay un concepto que está pensado desde la composición, desde las fotos -son lugares devastados, destruidos y paredes destrozadas-, desde el nombre del disco y no tiene que ver con lo narrativo. Al contrario, tiene que ver con una cuestión puntual de límites no establecidos, que puede llegar a tener que ver con un espacio físico, pero sobre todo tiene que ver con un espacio mental. Básicamente el disco narra el infierno de la mente.

 

Segunda digresión. Las caras de los bisabuelos que nos miran desde un retrato:
matrimonio anciano de cincuenta años
curtidos por la precariedad de su entorno
ganado escaso y escuálido
plantaciones pobres,
cuerpos encorvados
palidez como rasgo saludable,
ropas negras,
siempre negras, como mortajas.
Se concede el milagro de la procreación
la semilla non-santa
inmigración
el resto es historia.

 

A diferencia de otras bandas instrumentales que nos sumergen en un viaje galáctico o a una introspección más armónica, lo que Resistencia pone en juego es justamente la necesidad de ofrecer resistencia a realidades cotidianas apremiantes y opresoras. “Lo que pasa es que para nosotros esto es una sublimación. O sea, es esto o salir a matar gente y acumular cabezas adentro de un freezer. Prefiero hacer esto y tratar después de relacionarme cada vez más sanamente dentro de mis posibilidades. Es una sublimación absoluta”.

En sintonía con su propia naturaleza contra la certeza, Resistencia Chaco tiene la extraña particularidad de que la formación que terminó grabando los nueve temas que componen el disco, en mayo del 2011 (y editado físicamente a comienzos del siguiente), es distinta a la formación que lo presentó en abril del año pasado en el Ultra Bar. Hecho, cuanto menos, curioso. “Cuando yo terminé de grabar este disco ya estaba sintiendo que la banda tenía que cambiar de integrantes porque de ese 50% de noise y ese 50% de metal progresivo, por llamarlo de alguna manera, estaba empezando a sentir en mi cabeza que el 50% de metal progresivo se lo iba comiendo al otro”, explica. “Los tiempos de producción son muy diferentes a los tiempos de la evolución musical de la cabeza de uno y de alguna forma hay que adaptarlos”.

Un día Puntoriero no pudo hacer una fecha y fue un buen momento para hacer la prueba de reemplazar los saxos por dos guitarras con la inclusión de Sergio Álvarez. Fantasía -me dice- que lo perseguía desde los inicios del proyecto. “Cuando probé esa formación medio que ahí decidí grabar el disco y cambiar la formación. Incluso dudé acerca de grabar el disco. Se grabó más que nada para plasmar el laburo que habíamos hecho en esos últimos dos años, y lo invité a Álvarez a que tocara un solo en un tema (“Infantodemonio”) y que hiciera la producción de guitarras, básicamente”.

El mundo entero muere, devedé que retrata aquél recital en Ultra Bar, es un buen testimonio de ese cambio. A excepción de una secuencia de acoples y una improvisación de bajo y batería, el costado más abstracto ya no existe como tal. Con el cuarteto de dos guitarras, la banda terminó de definir un acercamiento al sonido distinto, convirtiéndose en otra cosa. Que le podemos decir “metal” o no. Eso realmente no importa en lo esencial, pero se torna conflictivo a la hora de plantar bandera.

“Me parece que nosotros no entramos en lo que es el metal, habla de una carencia fuerte de lo que es el metal. Si vos pensás que una banda de metal es una banda que tupa tupa tupa y tiene un cantante que grita, cosa que a mí personalmente me encanta, y no, no somos una banda de metal. Para nada. Pero tampoco somos una banda de rock y una banda de jazz, menos – remarca – De todas formas es un poco la historia de mi vida y en cierta forma es la historia de vida, hasta donde yo sé, tanto de Franco como de Sergio. Esa cosa como de no encajar definitivamente desde ningún lugar, y en un lugar ser el rockero, y en otro lado ser el jazzero”.

¿Y cómo se resuelve eso?
En definitiva el mote termina preocupando mucho a los que están afuera y nos empieza a inquietar un poco a nosotros desde el momento en el cual nosotros no tenemos dónde tocar. Ese es el momento en el cual nos empieza a preocupar el mote.

¿Cómo se hace entonces?
Tenés que pagar para tocar; en lugares en donde se toca música a poco volumen no podes tocar; y además la banda está formada por músicos que tienen recorrido, músicos estudiosos, que hace que sean músicos que tienen exigencias, y que no les resulte buenísimo ir a tocar a un lugar donde todo suena muy mal, donde todos nos escuchamos muy mal y donde todos en definitiva, además de pagar, la pasamos mal. Eso hace que la cosa sea más difícil todavía. Ahí es donde se pone bravo y ahí es donde me parece que la escena local delata que no hay espacios y no hay infraestructura.

De todas formas en las últimas dos semanas empecé a forjar una idea de armar un sello propio. Creo que se lo conté a Julián [Iturrieta, guitarrista] de Pornobot y a otro amigo más, la idea es armar una especie de Ipecac [sello discográfico independiente fundado por Mike Patton y Greg Wreckman de Faith no More y Tomahawk], que aglutine bandas que tienen cosas en común y que más que como sello funcione como canal de difusión. . El otro día fui a ver a A Perfect Circle y a Tomahawk, y tenía la sensación que muchísima gente que estaba ahí debería conocer nuestras bandas y seguramente se coparían. El problema que tenemos es que no estamos logrando llegar a esa gente. Entonces, una propuesta para intentarlo es tratar de aglutinarse más. Ya que hay una unión estilística con algunas bandas, que haya un aglutinamiento más de facto, digamos. Cosa de poder ofrecer un proyecto más acabado. Ver si nos podemos unir para la difusión más allá de lo que es hacer una fecha compartida.

En los últimos recitales, además de tocar los temas de Una puerta roja… ya había algunas nuevas canciones.
Hay funcionando en vivo dos temas nuevos y un tercero que lo estamos laburando. La idea es quedarse con esta formación un tiempo. Y quiero empezar a hacer la pre-producción de un disco nuevo a fin de año.

¿También con la misma consigna del “negativismo” como punto de partida?
Ojo, que para mí es positivismo. Es llegar hasta el fondo de la miseria, raspar y salir a flote. La intensidad, la miseria, la furia, la rabia, las explosiones, la mierda del ser humano: la realidad misma. Y también las ganas de presentarle una resistencia fuerte a todo eso. Una resistencia fuerte y una resistencia que no sea punk. Que sea una resistencia organizada, estudiada, laburada, contundente, con gente que esté dispuesta a estar preparada y estar estudiada para ejecutar mejor su instrumento, pero no porque somos unos ñoños. Ejecutar mejor el instrumento para poder decir algo más concreto. Para decir algo fuerte.

Resistencia Chaco se presenta el domingo 2 de junio a las 20.30hs en Imaginario Bar, Bulnes 899.

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