En Wilder Mind, su tercer álbum de estudio, los Mumford & Sons prescindieron del sonido de banjos epilépticos y sacaron a la luz una faceta más eléctrica. A riesgos de insatisfacer a los folkies más ortodoxos eligieron suscribirse a nuevos métodos y recursos compositivos pero sin perder la chispa melancólica.

Por Walter Sebastián

Tras casi cuatro años de exilio discográfico los de Londres decidieron patear el tablero y enchufar todas sus guitarras. Con más sintetizadores a cuestas, Marcus Mumford, Ben Lovett, Winston Marshall y Ted Wane están de vuelta abriendo una nueva fase de su carrera.  ¿Britfolk o Muerte? Nada de eso. La revolución es una máscara de la frustración y otros aforismos aleatorios para post adolescentes biónicos que no saben crecer. Y en este marco de dudas y certezas es donde nace Wilder Mind. Lejos de las hiperquinéticas cuerdas de antaño y su devenida emotividad laica se acercan a un ambient propicio para Brian Eno y sus musas más invitantes.

La clave de los Mumford´s fue siempre mostrar una extraña sensibilidad en medio de rudezas también inciertas. Así lo demostraron desde la salida del genial Sigh No More (2009) y en Babel (2011) la veneración al heritage fue más enfática. Con su segundo álbum obtuvieron los aplausos y la admiración hasta de Bob Dylan y fueron comparados con los Fleet Foxes. Sin embargo, los british fueron siempre más desabridos y optaron por quedarse con el aspecto folk más goma del patrimonio cultural. Más nostálgico y sensible.

En la misma línea que los londinenses uno puede encontrar artistas como Laura Marling,Johnny Flynn, Emmy the Great y hasta Robert Plant. Con lo de “la misma línea” hacemos referencia a la “West London folk scene”, una definición que le sirve a los periodistas británicos para ahorrar caracteres y promocionar bares mientras se dan una vuelta en el Underground.

Ahora bien: los doce tracks del flamante álbum dibujan a una banda menos obsesionada con la herencia cultural. “Tompkins Square Park” inicia Wilder Mind y es quizás su punto más alto. Una canción corte indie pero con el incipiente coro de flatulencias electrónicas y teclados climáticos en conjunto con latentes reverberaciones de guitarra a lo far west. Es por eso que “But no flame burns forever” suena a advertencia. Ésta última en “Monster” y “Only Love” desaparece para darle lugar a la serenidad.

La canción que da nombre al disco trasmite calma también. “Snake Eyes” tiene complejidad y profundidad ATP, “Life & style music” tiró Thom Yorke alguna vez sobre algo parecido a esto. “Believe” – la primera que escuchamos en esta nueva faceta cuyo video ya supero las diez millones de visitas en YouTube-  pretende viajarte por las calles de Londres con un Marcus que canta sobre una frustración amorosa rematado con ese optimismo pseudo irónico percusionalque te dan ganas de reivindicar a los amoríos perdidos.

Con éste álbum los británicos perdieron pureza. Es cierto, no pecaron nunca de beefeaters, siempre les faltó flow y la actitud pseudo-ranchera para ser una banda de folk rock como las de este lado del océano, al norte de Río Grande, bandas como las que fueron en su momento Kings of Leon. Y el riesgo de perder personalidad para los Mumford es entrar en esa amalgama de banditas british onda Starsailor o Travis que te terminan gustando porque a tu novia le gusta pero sabés que estás tomando té con edulcorante. Por eso Wilder Mind es una bisagra en la historia de la banda. Marcus y compañía apostaron al cambio pero no por eso desecharon la manía de vender recetas de autoayuda. Se las traen de eléctricos, sí. Perdieron pureza folk, sí. Pero no por esto dejan de recurrir a la melancolía. A esa extraña sensibilidad.//z

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