Iron Maiden repasó lo mejor de su repertorio ante 55 mil fanáticos que llenaron el estadio de River en su décima visita al país.

Por Matías Roveta

El arranque había sido inmejorable. Ya había sonado “Doctor Doctor”, de UFO, a un volumen criminal en los parlantes del estadio y, después de la voz de Bruce Dickinson anunciando que son “siete los pecados mortales”, sampleada desde el disco junto a las guitarras acústicas y el loop de sintetizadores que abren “Moonchild”, las guitarras de Adrian Smith y Dave Murray dispararon el riff de la canción y las 55 mil personas que llenaron River se dejaron vencer ante el poderoso sonido de violas gemelas de Iron Maiden. Pero algo no estaba bien: durante ese primer tema el vallado cedió y había peligro de avalancha asesina. Los músicos se dieron cuenta enseguida y apuraron una desordenada versión de ese temazo para frenar el show y darle todo el tiempo necesario al personal de seguridad para solucionar el problema. Fueron casi cuarenta minutos de tensa espera que incluyeron un solo de batería de Nicko McBrain, pasos de comedia de Dickinson, constantes pedidos hacia el público para que todos retrocedieron dos pasos y hasta una versión de la obertura de “Guillermo Tell” de Rossini ejecutada por el propio Dickinson únicamente con sus labios y su voz. Porque sí, aún en esos casos extremos, Dickinson demuestra que es uno de los mejores frontman de la historia.

El estribillo armonizado de “Can I Play With Madness” tranquilizó a las fieras y le devolvió a la noche su curso natural. A partir de allí, sobrevino una de las mejores presentaciones de Iron Maiden en este país. Buena parte de esto se debió al soberbio show que tenían para ofrecer: el Maiden England Tour 2013 rescata una gema histórica de la banda: la gira de presentación del disco Seventh Son of a Seventh Son (1988). Ese álbum cerró la etapa más brillante del grupo -que incluye la trilogía fundamental The Number of the Beast (1982), Piece of Mind (1983) y Powerslave (1984)- y el setlist está basado en casi todos los clásicos de esos años. Para esta reactualización 2013 la banda decidió sumar, incluso, canciones de Fear of the Dark (1992), tal vez el último álbum clásico de Maiden.

Las condiciones, entonces, eran las mejores y Iron Maiden es un grupo preparado para aprovechar ese tipo de situaciones con voracidad: desde el retorno de Dickinson en 1999 la banda prácticamente no ha parado de girar nunca, y es por eso que consiguieron un entrenamiento y un nivel de perfección en vivo que arrasa. Así, ese arsenal de clásicos que tienen para ofrecer suena con una justeza quirúrgica que conmueve. Sin embargo, lejos de vivir del pasado, Maiden es una banda que desde hace una década alterna giras de clásicos con giras de nuevos discos (la última vez vinieron con The Final Frontier, de 2010) y las recaudaciones nunca han disminuido. Eso les otorga un aura de actualidad que los distancia de varios de los números de estadio actuales: la Doncella de Hierro es ante todo un clásico vigente que, como reza la leyenda, cualquiera debiera ver en vivo alguna vez.

En el contexto de un setlist soñado, el show permitió identificar claramente las marcas indelebles del sonido de Iron Maiden: los riffs armonizados entre las dos guitarras líderes de Adrian Smith y Dave Murray -desde hace un par de décadas reforzados por Janick Gers-, en “The Tropper” y “Run to the Hills”, con la base letal del ritmo galope del bajo de Steve Harris; el componente épico en el heavy metal, en extensas baladas como “Afraid to Shoot Strangers” o “Fear of the Dark”; las tempranas influencias progresivas, con “Phantom of the Opera”, y la absorción de la rudeza punk latente en el contexto en el que surgió la banda a fines de los setenta, con “Running Free”; las constantes referencias a hechos históricos, mitológicos y esotéricos en toda la obra de la banda, presentes en “Aces High” (que incluyó el discurso de Winston Churchill a los pilotos de la RAF durante la Segunda Guerra Mundial), “The Prisoner” (tocada con imágenes de la serie original de Patrick McGoohan proyectadas en las pantallas) o “Seventh Son of a Seventh Son” (un momento memorable en la noche para un tema –y un disco- inspirado, en parte, en las lecturas del ocultista Aleister Crowley).

Clásicos como “2 Minutes to Midnight”, “The Clairvoyant”, “The Evil That Men Do”, “Iron Maiden” o “Wasted Years”, también fueron puntos fuertes de un show que quedará en la memoria. Y eso que nunca puede faltar: la salida al escenario de Eddie. Primero como el mismo Diablo en “The Number of the Beast”, luego como un General asesino del ejército inglés en “Run to the Hills” y finalmente como un esoterista desquiciado en “Seventh Son of a Seventh Son”. Con una importante cuota de cómic (esa criatura es, después de todo, la verdadera imagen visible de Iron Maiden), el espectáculo puede convertirse en algo ridículo o divertido, según quién lo mire. Lo cierto es que el acting de Eddie, parte fundamental de cualquier show de la banda inglesa, es una marca rockera de alto impacto simbólico: “Es uno de los mejores momentos del rock”, dijo el periodista inglés Mick Wall en el excelente documental de Classic Albums que registra la grabación de The Number of the Beast.

¿Destapar, entonces, un show de 1988 para llenar estadios en 2013? Retromanía pura, diría Simon Reynolds, quien visitó Argentina en la última semana. Siguiendo la línea de pensamiento del crítico inglés, vivimos en la plena era de las re-ediciones, re-lanzamientos y re-masterizaciones. ¿Es esta versión actual de Iron Maiden superior a la que tocó en vivo el disco a fines de los ’80? Es difícil aventurar una respuesta, pero bien puede decirse que la nostalgia musical no siempre es algo peyorativo. Los shows de Maiden los confirman: es una experiencia que aún vale la pena tener.

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