La editorial Ampersand continúa con su Colección Lectores, en la que destacados escritores y pensadores dan cuenta de su pasión por la lectura.

Por Juan Alberto Crasci

Decir que hay tantas formas de leer como lectores es una obviedad. Y que hay tantas formas de transmitir la pasión por la lectura como transmisores, también lo es. Lo mismo sucede con el modo en que cada uno puede contar su vida, su historia, su pasión por la lectura. En los libros de Sylvia Iparraguirre y de Alan Pauls encontramos dos formas bien disímiles de encarar el proyecto de reconstrucción de la memoria, de contar la historia de su pasión.

Alan Pauls, en Trance, pone en marcha los engranajes de la literatura ―puro artificio, pura forma― para contar su historia. A través de un glosario, de un abecedario caprichoso y de una tercera persona que impone demasiada distancia y frialdad, describe su adicción a la lectura. Más que claro está el guiño a la teoría francesa de los años ‘60 y ‘70, escuela a la que adscribía Gilles Deleuze, que con mejores resultados ―más apasionados y alejados del sentido común― llevó adelante un abecedario propio a fines de los ‘80 en la TV francesa.

Desde el título se pone de manifiesto la intención: leer como “trance”, como alejamiento del mundo. Leer de modo ahistórico ―apolítico―, ensimismado, casi sin importar lo que se lee, solo satisfaciendo el hambre de leer. La lectura es un acto solitario ―ya lo sabemos― pero más en palabras de Pauls, que arrima nombres de grandes escritores y críticos sin que con ellos se manifieste una relación amistosa, que traspase el rol de la escritura y la lectura. Ricardo Piglia, Jorge Panesi ―su formador, al que le demuestra mayor reverencia y cariño―, Fogwill, Roland Barthes, Gustave Flaubert, Jorge Luis Borges, Roberto Arlt, figuras enormes del mundo literario, entran y salen de las páginas mientras adornan y validan la figura del lector Alan Pauls. La lectura es, también, una historia de la amistad, y un modo de leer, y esto no parece hacer mella en la fría tercera persona que Pauls elige para narrar.

Distinto es el caso de Sylvia Iparraguire en La vida invisible. Si bien la lectura le abre la posibilidad de vivir otras vidas, de descubrir otros mundos, eso no la distancia de su vida, de sus afectos, de sus amores. Es otro modo de acceder a diversos mundos, alejado del trance de Pauls, que simula un acto sagrado, ritual, adictivo ―la droga que te aleja de todo.

La escritora, de forma pasional, narra cronológicamente su vida junto a la literatura y recuerda con inmenso cariño a las personas que le abrieron nuevos mundos: su abuela, poseedora de una gran biblioteca; su vida junto a Abelardo Castillo ―quien fue su esposo―; Jorge Luis Borges y sus clases en la Facultad de Filosofía y Letras. El plano intelectual está completamente atravesado por el emocional, porque toda lectura es una lectura compartida, una charla apasionada, una discusión, una puesta en común de formas e ideas. La literatura y la escritura es la historia de la literatura; toma la forma de un diálogo eterno.

No por ello se desentiende de la forma: el libro está atravesado por distintos capítulos que cortan el recuerdo. El apartado “Álbum”, en el que reproduce poemas que marcaron su vida y el “Diario de libros”, en el que anota y comenta impresiones de lectura y gustos personales, hacen de la obra un libro vivo, disfrutable. La escritora, también maestra de escritores, explica y remarca lo que le atrajo de sus lecturas. Por ejemplo, de Thomas Bernhard dice: “es la ejemplificación de lo que llamamos estilo: cerrado como un huevo”. Cierto afán didáctico recorre las páginas del libro, acercan al lector y le transfieren la pasión por la lectura, por descubrir nuevos mundos, nuevas formas y por comprender la ética puesta en juego en la escritura. //∆z

                    

Trance, de Alan Pauls                                La vida invisible, de Sylvia Iparraguirre

Ediciones Ampersand, 2018                     Ediciones Ampersand, 2018

132 páginas.                                                138 páginas.