INDIO SOLARI: Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado
Por Matías Roveta

En El ruiseñor, el amor y la muerte, su nuevo trabajo junto a Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado (que, lógicamente, a una semana de su salida, es éxito de ventas), Solari muestra una renovación en su repertorio solista y deja la sensación agridulce de un posible final.

Por Matías Roveta


“La muerte, esa tonta, me vino a buscar ayer / Vestida de negro se vino a llevar mi piel / Con una falda floreada quizá le hubiera aceptado / Dijo: ‘De a poquito comienzo’”, canta con elegancia y cercano al crooner el Indio Solari en “La moda no es vanguardia”, un soberbio rock mid tempo de guitarras sentidas. En “La oscuridad”, otra canción destacada, el cantante dice que los fantasmas lo acechan en forma de viejos recuerdos y conocidos ahora lejanos que se acercan para despedirse de él, tal vez consciente de que todo puede terminar. Solari mira al pasado con el peso de la amargura de viejas cuentas sin saldar (“Vos fuiste la derrota que mi alma no soportó”) y deja una pregunta de cara al final: “¿Habrá después?”, mientras una guitarra filosa corta el aire y un solo de trompeta carga con reminiscencias a Patricio Rey, en una canción que podría haber funcionado muy bien en Lobo suelto, cordero atado (1993). No es la primera vez que el Indio habla de la parca (en su debut solista de 2004 directamente nombró una canción con el título de “La muerte y yo”) pero, a la luz de que hizo público su estado de salud y de que bastante en El ruiseñor, el amor y la muerte (2018) —su mejor disco solista a la fecha— suena a despedida, todo cobra otro peso.

“Pedís que no mire hacia atrás”, sigue cantando el Indio en “La oscuridad”, pero ese es justamente el tipo de consejo que el cantante ignora en buena parte de su nuevo álbum. La portada —una hermosa fotografía en blanco y negro de sus padres, José y Chicha— es un homenaje como nostalgia dulce a las personas que lo formaron y colaboraron “a convertirlo en quién es”, entre las que también se encuentran (retratadas en el sobrio y bello booklet interno de la obra, esta vez sin los típicos dibujos que eran también cosecha de su autoría) Lennon, Dylan, Norman Mailer, Jack Kerouac, William Burroughs, Tom Petty, Artaud, Allen Ginsberg, Tarkovski, Frank Zappa, Marina Vlady, Robert Crumb y hasta Evita, entre muchos otros. En más de un momento del disco, Solari se para desde su presente para mirar el pasado en perspectiva: recuerdos de juventud y viejos amores, aventuras lejanas hilvanadas sobre memorias que pueden funcionar como construcciones ficcionales o perfiles autoreferenciales. Está el amor “fugaz y turístico” como fantasía de verano, que retrata en la maravillosa “Ostende Hotel”, una novedad absoluta en el catálogo de Solari: una intro de piano y voz para luego hablar de una chica pasajera en su vida con el marco de la costa atlántica argentina como escenario (la locación es Ostende, una zona que Solari conoce muy bien desde la época en la que hacía viajes esporádicos a Valeria del Mar, donde tenía una casa y en donde se filmó buena parte de Ciclo de cielo sobre viento, el largometraje que hizo junto al hermano de Skay —Guillermo Beilinson— y que funcionó como verdadera génesis de Los Redondos a fines de los ’70). Pero también está el amor real y duradero: “El dolor más puro es el de haber sido tan feliz”, canta en la gran balada que da nombre al disco, con un halo de vulnerabilidad pocas veces antes visto en él y con su esposa Virginia como potencial destinataria de la letra. Una canción frágil y con esa típica carga de drama que tiene la obra del Indio (el amor definido como una rosa oscura que “vive y florece en los pantanos”), ideal para poner al lado de “Y mientras tanto el sol se muere” de Porco Rex (2007).

Ese amor que atraviesa a la obra (después de todo el título del álbum lo incluye como tópico) reaparece en “La pequeña mamba”, un rock emotivo con ADN hitero y que respira sobre la base de guitarras cruzadas (Gaspar Benegas toca acordes rítmicos sucios alla Keith Richards y Baltasar Comotto dispara fraseos luminosos a discreción): “Cuando eras piba te conocí”, dice el Indio y resume, fiel a su estilo, “me propuse estropearlo todo, a eso me dedico yo, pero no pude, linda, todo se dio bien”, para dejar en claro que ese romance añejo continúa estable hasta hoy. Y mirar al pasado también implica otro tipo de homenajes, esta vez de modo explícito. “El tío Alberto en el Día de la Bicicleta” es casi un folk rock con giros de pop optimista y pone en primer plano las palmas (un recurso sonoro del disco) y parte de lo que el guitarrista Gaspar Benegas le había anticipado sobre El ruiseñor, el amor y la muerte a ArteZeta: las guitarras acústicas y el formato cancionero. El Indio retrata el momento en el que Albert Hoffman sintetizó la molécula de ácido lisérgico y dio rienda suelta a la psicodelia (“Yo soy de la psicodelia”, le dijo Solari a la revista Rolling Stone en junio de 2008), una de las escuelas que lo formaron a fuego desde los tiempos de contracultura platense en los míticos ’70.

Durante parte de la etapa de gestación de El ruiseñor, el amor y la muerte el Indio se encargó de dejar en claro cuánto lo había influenciado Blackstar (2016) de David Bowie: “Hubo un reportaje que leí de Bowie que me hizo pensar… A mí el último disco me parece una obra maestra: con el primer tema se me pianta un lagrimón, es de un atrevimiento estético total. En ese reportaje Bowie decía que él siempre había querido hacer eso, pero que siempre había sido David Bowie. La muerte es una oportunidad muy especial para liberarte de tus compromisos y hacer lo que quieras”, dice el Indio, visiblemente emocionado, en el documental Tsunami: un océano de gente (2016). Es necesario aclarar que acá no hay giros experimentales ni guiños al jazz de vanguardia, y que de hecho Solari en algunos momentos del disco apela a sus viejas obsesiones: el rock and roll casi de manual con solo de saxo bien al frente (Sergio Colombo, el encargado, en “A bailar que no hay infierno”), su eterna fijación por retratar personajes marginales casi de cómic y al borde de la ley (un viejo conocido, ‘Panasonic’, que reaparece en “Panasonic y el mundo a sus pies”), o la conocida fascinación por la música oriental, tal vez más clara en la obra solista de Skay pero que siempre figuró en el ADN sonoro de Los Redondos: “Canción para un terrorista bonito” es otro punto alto y brilla con sus percusiones como tablas hindúes junto a (de nuevo) más palmas, guitarras procesadas con efecto de sitar y un misterioso fade out con solo de clarinete, para una historia desoladora en la que Solari parece dispuesto a rechazar la idea de vivir condicionado por viejos dogmas (“Lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no nace”) y en lo que parece un feroz perfil de un terrorista (“Va a pasar al ataque una vez y esa va a ser su única vez”). La influencia de Bowie, en todo caso, es posible tal vez vislumbrarla en “El martillo de las brujas (Malleus Maleficarum)”, en donde el clima efusivo y el brillo resplandeciente de las guitarras eléctricas pueden sugerir a “Heroes” como modelo. Es una canción con potencial destino de clásico, en la que el Indio apela a su conocido rol paternal de viejo consejero (se puede trazar un puente, en espíritu y en sonido, con “Un ángel para tu soledad”) y llama a no vivir una vida atada a la imagen y a los consumos frívolos: “Con lo bueno, bueno, nunca te cruzás / Y en las vidrieras no lo vas a encontrar”.El ruiseñor, el amor y la muerte es un gran álbum, entre otras razones, por el encare de su producción (mérito del propio Indio y de Martín Carrizo). Durante años el Indio aplicó su concepto de “música de edición”, con uso de sampleos, arreglos meticulosamente orquestados y densas texturas musicales hilvanadas por capas de sonido con extrema obsesión. Esa metodología dio excelentes resultados en Momo Sampler (de 2000, todavía junto a Los Redondos) y ya como solista en El tesoro de los inocentes (2004), pero en algún punto la fórmula pareció agotarse. Porco Rex (2007), El perfume de la tempestad (2010) y Pajaritos, bravos muchachitos (2013) exhiben sus méritos por derecho propio, pero no tienen ni la cohesión ni la solidez que desnuda de punta a punta El ruiseñor… Acá se buscó un sonido directo, que en ningún momento suena sobrecargado ni saturado y que —fundamentalmente— pone la voz del Indio bien al frente de la mezcla para que se luzcan sus melodías (las mejores desde la época de Los Redondos). La banda suena orgánica como nunca antes y se respira a lo largo de algunos pasajes de la obra un clima propio del vivo en el estudio: tal vez como recursos para acentuar esta idea, el Indio dejó un diálogo sobre el final de “La pequeña mamba” que simula la idea de un ensayo descontracturado, y el coro “anarco-pontificio” en “El callejón de los milagros” (una suerte de “Gualicho” mezclada con fogón lisérgico) parece expresar la misma idea.

https://www.youtube.com/watch?v=lyFn3xmoG18

En otros aspectos, Solari no abandona sus viejos trucos del todo. En buena medida, sus discos suelen servir para decodificar el pulso imperante (sus miradas ácidas sobre personas perdidas en el “invierno de las pantallas” y el uso de las redes sociales, retratadas en Pajaritos, bravos muchachitos, pueden servir como ejemplo) y acá su análisis político se actualiza para disparar contra poderes foráneos recibidos con “honores de Virrey” y complicidad de funcionarios locales: parece un tiro por elevación al actual estado de las cosas en la política argentina, mientras de fondo suena el rock con filo industrial de “Strangerdanger”. Para redondear un disco excelente, el Indio también suena combativo (la figura de los fantasmas vuelve a aparecer en “Pinturas de guerra”, pero esta vez es el suyo propio, al que va a enviar a librarse de sus enemigos cuando ya no esté entre nosotros) y enérgico: pocas veces sonó con tanto groove como en “El que la seca la llena”, un poderoso disco-rock lleno de guitarras funkies y solos de trompeta. Es una canción que funcionaría muy bien en vivo pegada en la lista al “Charro Chino”, pero hoy esa es una posibilidad cada vez más lejana luego del final triste y fatal de Olavarria. ¿Habrá después?, por citar una de sus preguntas. ¿Habrá show vía streaming?, ¿será cierto que ya prepara un nuevo álbum? Por lo pronto, Solari editó su mejor disco y deja una frase con sabor a adiós: “Perdí lo que no tuve, gané lo que nunca merecí… y más”. //∆z