Dicen que lo difícil no es llegar, sino mantenerse. La tercera temporada de House Of Cards arranca con un Frank Underwood ubicado en la posición de poder más alta del mundo. ¿Y ahora?

Por Ale Turdó

En el último tiempo los productos televisivos nos han puesto como nunca antes en una posición en la cual nos encontramos hinchando siempre a favor del malo, el menos malo, el malo más vivo o alguna variación similar dentro del espectro. Desde Los Soprano hasta Dexter y pasando obviamente por Breaking Bad y su propio spin-off Better Call Saul, se ha vuelto un ejercicio cada vez más común para los autores televisivos exponernos a personajes cuyos negros y grises superan por amplia mayoría a sus blancos.

En esta clave se maneja y manejó desde sus inicios House Of Cards, uno de los buques insignia de la cadena Netflix y punta de lanza de la compañía que no se cansa de recibir reconocimientos de la industria del entretenimiento a diestra y siniestra. En el inicio de esta nueva temporada Frank Underwood ha asumido la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica, convirtiéndose así en el hombre más poderoso dentro del plano geo-político. Los que han seguido las temporadas anteriores podrán atestiguar todo aquello de lo que Frank es capaz en pos de llegar a lo más alto, por ende no deberían sorprenderse de todo lo que será capaz de hacer ahora que debe consolidar una posición que le costó sangre, sudor, lágrimas, asesinatos, complots, alianzas sospechosas y muchas otras cuestiones turbias.

Sin duda Kevin Spacey es uno de los pilares sobre los cuales se apoya la serie, y aporta todo su histrionismo a un personaje ya de por sí muy bien construido desde el guión. Cada palabra de Frank Underwood es medida, estudiada y premeditada. Nada que salga de su boca es gratuito. Tal vez por eso se viva una sensación tan magnética cada vez que habla en un discurso, chicanea con sus pares de la Casa Blanca o se dirige a nosotros… sí, a nosotros que estamos del otro lado de la pantalla.

Esa cuarta pared que se interpone entre el universo de la serie y el nuestro tuvo sus orígenes conceptuales allá por el siglo XIX con la llegada del realismo teatral, pero se mantiene más vigente que nunca en la caja boba. Cada vez que el flamante Presidente de los EEUU se dirige a nosotros -los espectadores- y reclama nuestra atención, no hace otra cosa que volvernos cómplices de sus ardides maquiavélicos. Corre el velo y nos permite adentrarnos en sus pensamientos y reflexiones más sórdidas. Es muy difícil no engancharse con un personaje tan bien concebido, y que encima nos hace un lugar en la mesa para vivir la experiencia de primera mano.

Otra de las cuestiones que vuelve a House Of Cards un producto tan atractivo es su contemporaneidad: el modo en que la percepción del público respecto de diversos hechos es distorsionado por los medios y las redes sociales es algo muy real que nos sucede cada vez que prendemos la tele o vemos las noticias en algún portal web. Ya no importa quién tiene la verdad tanto como quién lo dijo primero, qué fue lo que dijo y a quién echó las culpas.

En esta nueva temporada Frank Underwood se verá ante el desafío de no ser un presidente puesto en la oficina oval sólo para calentar el asiento hasta las próximas elecciones, su objetivo será dejar un legado. ¿Qué arreglos tendrá que hacer y con quién? ¿Cuánto está dispuesto a ceder? ¿Su esposa Claire -interpretada por la también premiada Robin Wright- seguirá formando parte de ese tándem inamovible?

La tercera temporada completa se encuentra disponible en la plataforma Netflix desde fines de febrero, así que todos aquellos con ansias de binge watching estarán de parabienes. Y quienes que no tengan ni idea que significa binge watching, considérense afortunados de no encontrarse en esa etapa avanzada de seriefilia. Cuanto menos sepan mejor para sus ojos y aún mejor para su vida social.//z

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