Compartimos un adelanto de Tarda en apagarse, el primer libro de Silvina Giaganti, editado por Caleta Olivia

Foto de Florencia Alborcen

Como una cinta paralela que corre

por abajo de lo que son estos días

las vidas acumuladas, perdidas

nos mandan señales de algún lado.

Silvina y yo sentadas

en el living de la casa de sus padres,

piso 14, Catalinas Sur. Sonaba

Head Over Heels, me dice: Cocteau Twins es

para escuchar a las 3 de la tarde, tomando un té con sol

entrando por la ventana. Tenía todos sus discos

y la caja completa que le trajo el primo de Estados Unidos.

También tenía un novio que hasta que no lo dejó

no dejé de ser su amiga.

Silvina, volvíamos de bailar de Caniche, cruzábamos

Patricios, Almirante Brown, a las 6 de la mañana

atacábamos la heladera, en MTV el chico de Blur saltaba

en un parque de diversiones, Dolores O’ Riordan cantaba

en una calle de Irlanda. Le gustaban las chicas

flacas y rapadas. Estuvo con una así antes de estar conmigo.

Después de la primera vez que cogimos

me dejó de hablar por dos años.

En la película After Life te incrustan un recuerdo

que elegís para llevar después de muerta.

Yo, por ahora, el beso en el reservado de Bunker,

junio del 97, las bocas tratando de imponerse. Las lenguas,

duras como espadas. Habíamos bailado y tomado alcohol.

No prendimos la luz cuando llegamos

a Tucumán y Jean Jaurés, la primera casa sola

que había sido de su abuela. La Menorah y las copas

de cristal talladas, una arcada dividía

el living del comedor, la herencia familiar, la urgencia

por hacer el simulacro de reproducción de la especie

aunque fuéramos mujeres. Quiso poner Brian Ferry,

escuchar algo elegante, le dije, no hace falta ambientar nada

de lo que está pasando acá.

Después, el colchón de una plaza en el piso, la botella

de agua fría al costado, subíamos y bajábamos iluminadas

por las llamas naranjas de la estufa del pasillo, hueso

contra hueso y contra la parte blanda. Perdí la cabeza, la vara

del amor, del sexo, del deseo no la bajé más.//∆z

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