En la segunda fecha del Quilmes Rock, la banda liderada por Dave Grohl cerró su debut en Argentina con un show inolvidable que incluyó todos los grandes éxitos.

Por Matías Roveta

“Hello, I’ve waited here for you, everlong…”, soltó casi a modo de confesión Dave Grohl, sobre la marcha sigilosa de su guitarra, al comienzo de “Everlong”, el temazo con el que los Foo Fighters cerraron su primera visita a Argentina en 17 años de carrera. Las 40 mil personas que llenaron River en la segunda fecha del Quilmes Rock respondieron con una ovación y el momento no pudo ser más perfecto. Pocas bandas internacionales se hicieron desear tanto para el público local, y esa primera línea de la canción resume el sentimiento compartido que sobrevoló el estadio en esta segunda noche mágica: el de la espera que llega a su fin.

Y hubo magia, pero también epicidad. La tormenta demencial que castigó a la gente durante casi 2 horas seguidas en la previa del show –espera atenuada, en parte, gracias a una actuación soberbia de los Artic Monkeys- le agregó a la noche un condimento extra: la lluvia, eso que convierte a cualquier recital de rock, incluso antes de que suene la primera nota, en inolvidable. Más allá de toda expectativa, de todo anhelo sobre tal o cual canción, los fanáticos que aguantaron estoicos bajo el agua ya sabían que, indepedientemente de lo que pasara arriba del escenario, iban a ser testigos de una jornada memorable. Pero claro, como si hiciera falta, se trataba de los Foo Fighters. Ni más, ni menos.

Los primeros golpes de emoción llegaron rápidamente. Con las luces del estadio completamente encendidas, Grohl disparó como con un lanzallamas ese riff asesino de “All my life”; enseguida, sin mediar palabra, otra bomba: “Times Like These” y su estribillo a prueba de todo. La tríada inicial se completó con “Rope”, el track que mejor resume la escencia de Wasting Light, el flamante último disco de los Foo Fighters, meritorio de varios Gramys: guitarras con distorsión pesada que entrecortan sus punteos, redobles infinitos, sonido crudo y humano. Una primera conclusión: Foo Fighters, la mejor banda de hard rock actual, son 5 tipos de carne y hueso que rockean furiosamente, sin artificios. Están decididos a seguir ocupando el primer lugar, y en su cruzada reivindican a quienes alguna vez estuvieron allí: en una sola canción –“Stacked Actors”- citaron a Creedence, Deep Purple, Iron Maiden y Queens of the Stone Age.

Hacia la mitad del show, los roles en la banda ya habían sido expuestos claramente: Grohl lidera todo desde el centro, con su Gibson 335 celeste para hacer la rítmica y su gola inhumana para las melodías gancheras; a su derecha, Chris Shiflett reluce con su refinado pulso melódico para la guitarra solista, y a su izquierda está el bastión histórico de los Foo: Nate Mandel al bajo y Pat Smear –que recibió una merecida ovación por su pasado en Nirvana- con la furia encarnisada de la tercer guitarra, mezcla de suciedad grunge y rabia punk. Al fondo, Taylor Hawkins. Entre el rubio baterista de California y Dave Grohl está el corazón de la banda: algo que se evidenció en la versión de “Cold Day in The Sun”, con Grohl en bata y Hawkins en voz. El resto es pura combustión rockera, esa química que solo logran los grandes, que regala momentos únicos: el bombo en la intro de “My Hero”, la frescura de “This is a Call”, las sorpresas con “Hey, Johnny Park!” y “Generator”, el riff de “Learn to Fly”, el espíritu nirvanesco de “Big Me” y el arpegio de “These Days”, canción preferida de Grohl, en la que pidió disculpas por haber tardado tanto en visitarnos (“Nineteen years”, dijo en referencia al show de Nirvana en Vélez, en 1992)

La otra conclusión que permitió el show gira en torno a la figura de Grohl ¿Qué clase de transformación experimentó? De aquel baterista talentoso y reservado a este rockstar que arenga continuamente y corre sin parar con su guitarra colgada. Una cosa es clara: el ex Nirvana maneja como pocos el escenario y su actitud escénica –aún con algo de histrionismo- es compensada con la sinceridad del mensaje rockero de la banda que comanda.

Además, nadie puede dudar del compromiso con que Grohl afronta sus múltiples proyectos. Su aporte a la música hubiera bastado con el inolvidable corte de batería que tanto cautivó al productor Butch Vig en “Smell Like Teen Spirit, de Nevermind (1991), pero no quiso quedarse con eso y en su lugar tuvo la segunda vida más expectacular en la historia del rock. Desde el escenario de River, al frente de Foo Fighters, dejó en claro que es alguien coherente con su mensaje: parece haberse tomado demasiado en serio, para sí mismo, eso que pregunta en “Best of you”: “¿Hay alguien que esté recibiendo lo mejor de vos?” En el caso de Grohl, se trata del público mismo de Foo Fighters: esos miles que llenan estadios por todo el mundo reciben, sin dudas, lo mejor que cada noche Grohl y los suyos tienen para dar. Cualquiera de los muchos que salieron empapados y con su rostro extasiado del Estadio de River puede dar fe.