Shaman vuelve a unirse a Los Pilares de la Creación para Sueño Real, un disco que sorprende a cada paso, que no solo confirma el talento del cantautor y el de su grupo, sino que los reinventa y los posiciona como uno de los grupos y discos del año.

Por Claudio Kobelt

Un golpe grave, un ritmo que empuja, una cadencia seca,  y una voz imponente con el misterio negro de mil abismos que clama “Es esta sed que nunca podremos saciar”. Así arranca el tema que abre Sueño Real, el nuevo disco de Shaman y Los Pilares de la Creación. Mientras la canción avanza, el oyente lo hace a la par, movilizado por esa sensación de marcha lenta y forzada, como atravesar la espesura ciega de una tormenta de arena. La canción golpea, violenta, resiste ese vívido relato de un sueño interminable de desierto, de ciudad y muerte.

La voz de Shaman Herrera, más profunda y brillante que nunca, parece ser la voz de la noche, por esa oscuridad, magnitud, encanto y enigma que nuclea y despliega. Tan solo su canto ya tiene un peso que abruma, y si a esto le sumamos ese ensamble encendido conocido como Los Pilares de la creación, todo se potencia y engrandece. Es marcada la evolución y nueva búsqueda sonora que el grupo presenta respecto de su primera placa junto al cantautor patagónico, exhibiendo en  este actual registro una mayor presencia de los sintetizadores, la cual genera un clima avasallante y una densidad que sacude.

El trabajo como cantante de Herrera presenta múltiples matices y aristas, como la ternura confesional que logra en “Sueño Real”, otra narración alucinada, esta vez sobre un recorrido en un paisaje nevado y una cabaña en llamas.  Y la sentencia “otra narración alucinada” no es casual, ya que la mayoría de las canciones del álbum son relatos oníricos plenos de imágenes y momentos propios de dicho estado, y de instantes que viven y juegan en el límite entre lo terrenal y los dominios de Morfeo.

El track número tres, “Sonríe”, enérgica predica de optimismo y libertad, despierta una inevitable sonrisa al oír cantar a Santiago Barrionuevo, voz líder de El Mató a un policía motorizado, cuya dulzura y vuelo vocal cobra un protagonismo inesperado y bienvenido, con la voz de Herrera acompañando en un generoso segundo plano, y en una clara demostración de que lo que más importa es la canción y lo que ella necesite para poder volar mejor.

Hace poco que salí de la cárcel” dispara Shaman en un lamento hondo al comienzo de “En la noche”, quizás el punto más alto del disco, tanto por su melodía hipnótica, sus sonidos agudos y circundantes, su conmovedora lirica de liberación (“No basta con vivir feliz, hay que existir”)  y su cuidado clima, que comienza opresivo para luego volverse salvador. Le sigue “Caparazón”, belleza suave entre lúgubre y reflexiva, y “Urdampilleta”, canción que muta varias veces en su recorrido de ritmo, estilo y sonoridad, ampliando aún más el espectro y ganando musicalidad en el proceso. Por su parte, “Lobo” muestra un Shaman gigante, dramático, como un narrador vehemente de cuentos infantiles y siniestros, con unos coros sublimes a cargo de Marina Fages y Mene Savasta, y un final apoteósico con un atronador vendaval noise.

La rapera Sara Hebe parece una coplera del norte argentino en su participación en “El viejo (niño) en la vereda”, a la vez que Shaman Herrera vuelve a ponerse su traje de cantor de tierra adentro que tan bien le sienta,  para este tema que representa – y de una manera tan distinguida- el costado folclórico siempre presente en su obra, con el condimento de un cuidado toque sónico. Luego llega “Todo el tiempo”, otro los puntos altos de Sueño Real, por un comienzo a puro vozarrón  y mandolina, con otro aporte dorado de Fages y Savasta en los coros, y con Shaman en un deslumbrante trabajo vocal de exploración, que va desde el bramido de una fortaleza invencible a una fragilidad deslumbrante. Por momentos, Herrera canta y es el trueno, la nube y el cielo al mismo tiempo; y en otros es una frágil gota, siempre a punto de romperse, de estrellarse delicada y breve.

El cierre de la placa llega con “Gracias”, una despedida final que mezcla oscuridad con entusiasmo, plena de júbilo y agradecimiento.  Y así termina este disco, tras poco  más de media hora. Las canciones se encadenan, surgen y brotan una tras otra, breves, concisas, directas, fugaces como una estrella que deja estela.  Ronda durante todo el álbum la idea de una travesía y un tesoro al final del camino, y en esa pesquisa Shaman es el relator y el principal explorador, caminando con firmeza las tierras mágicas y deslumbrantes que solo un grupo único como Los Pilares de la Creación puede crear.  Por momentos -quizás por ese espíritu desértico, por un estilo sin etiquetas, y una atmósfera sin tiempo-  esa exploración parece tener lugar en un salvaje oeste telúrico,  y Herrera es una especie de Clint Eastwood inmenso y sombrío atravesando un paisaje árido de western hacia las puertas de la percepción.  Shaman y Los Pilares de la creación hacen entrega de uno de los mejores discos que se hayan editado, y que seguramente se vayan a editar, durante este año. Como cada vez que editan uno -que es el mejor de ese periodo-, como cada vez que tocan, o como cada vez que lo escuchas cantar y pensás que es un sueño, y no. Escuchar a Shaman Herrera cantar sigue siendo una de las mejores cosas de ser real.//∆z