Cuatro escritores intentan trazar un mapa de la literatura en los años kirchneristas.

Por Alejo Vivacqua y Joel Vargas

A un año de la asunción de Mauricio Macri, y con el fin consumado de uno de los procesos sociopolíticos más complejos de las últimas décadas, surge la necesidad de preguntarse por la existencia una producción literaria que refleje los avatares de la época. Si bien todavía la discusión sobre cómo narrar los ’90 no está zanjada, en un diálogo en el que conviven otras ramas como el cine y la música, después de la Argentina del menemismo y su posterior descomposición entra en escena la etapa que va desde abril de 2003 a diciembre de 2015.

Entonces: ¿Existe la novela kirchnerista, una que refleje el espíritu de época? ¿Qué autores y obras reflejaron mejor que nadie el clima de este proceso social? ¿Qué temas tiene la literatura kirchnerista? ¿Se puede escribir sobre algo que está sucediendo en el momento o hace falta tomar distancia para contar la época? Entre obras de ficción y no ficción, narrativa y poesía, responden cuatro escritores.

Maximiliano Crespi (1976). Autor de La conspiración de las formas (UNIPE, 2011); Los infames (Momofuku, 2015); Viñas crítico (17grises, 2016), entre otros.

Vincular la experiencia literaria a la idea de reflejo es en principio discutible y sin duda refractaria a mi manera de trabajar. Pero decir que no se lo puede hacer hasta que pase equis cantidad de tiempo me parece igualmente erróneo: visto en cierto modo, no hay manera de evitar escribir sobre lo que está sucediendo puesto que siempre se lo hace sobre un estado de la lengua y un estado de la imaginación activo en esa misma lengua. En cierto sentido, siempre es más interesante leer de qué modo escribieron su época aquellos que creían o fingían no estar haciéndolo que aquellos que deliberadamente se propusieron esa tarea.

Diría que hay novelas o series de novelas que de algún modo se nutren de un imaginario de rasgos humanistas, progresistas y populistas con que se suele simplificar a esa complejísima experiencia histórica que llamamos kirchnerismo. Habría que decir, incluso, reconociendo que el kirchnerismo fue siempre muy lúcido en su manera de apropiarse de demandas sociales que lo preexistían, que algunos lo anticipan parcialmente y que una tarea pendiente es la de reconstruir sus campos de posibilidades y sus precursores velados. Pero, simplificando un poco las cosas, se puede decir que hay una literatura kirchnerista, una literatura del kirchnerismo y una literatura que examina al kirchnerismo en términos críticos. Libros como Villa Celina (2008), El campito (2009) o Rock barrial (2010) de Juan Incardona, editados por Interzona, donde se alimenta una edulcorada mitología peronista, un espeso sentimentalismo barrial y una suerte imaginación folklórica si no idílica de la experiencia social, permiten pensar sin duda ciertos aspectos propios de la época. Y libros como Los topos (2008) de Félix Bruzzone, Norep (2010) de Omar Genovese, El desmadre (2013) de Pablo Farrés y Cataratas (2015) de Hernán Vanoli, revelan sin duda otro muy distinto. Entre esas dos orillas se abre una zona franca un poco perversa, donde el diálogo con el imaginario abierto por el kirchnerismo se convierte en un negocio for export (Kohan, Olguín y Brizuela le sacaron muy bien el jugo a eso) y donde se instala y se naturaliza la idea de que un triste costumbrismo etnográfico tiende a justificar ideológicamente los textos literarios.

Pero, volviendo un poco a la pregunta original, tengo la impresión que la síntesis de una eventual novela kirchnerista debe ser leída en otros textos, donde la ambigüedad y la ironía por momentos se confunden y por momentos se mezclan. Yo tiendo a recomendar especialmente la relectura de dos textos que intervienen muy lúcidamente sobre ese espacio imaginario: Escolástica peronista ilustrada (2007), de Carlos Godoy y Ministerio de Desarrollo Social (2013), de Martín Rodríguez. La tecla de la verdad es siempre la tecla de al lado.

Juan Guinot (1969). Autor de 2022: La Guerra del Gallo (Talentura, 2012) ; Misión Kenobi (Exposición de la actual narrativa Rioplatense, 2014); Chacharramendi (Sigmar), entre otros.

No puedo identificar una novela kirchnerista. Entiendo que, con el paso del tiempo, van a aparecer. Tiendo a pensar que la instalación del juego dialéctico entre los polos épica triunfalista y gestión fatalista hizo que la mirada del ciclo histórico que nos tocó vivir entre en espejos de pecera. Eso, para la narrativa de ficción, y de mirada crítica, no ayuda.

Se me ocurre destacar algunos libros que se vinculan a temáticas que aparecieron estos años:

La recuperación de la memoria en los años de la Dictadura me trajeron momentos de lectura inolvidables los libros Una muchacha muy bella (2013), de Julián López, Piedra, papel o tijera (2009), de Inés Garland y 76, de Félix Bruzzone.

Sobre la trata de personas valoro la novela Le viste la cara a Dios (2012), de Gabriela Cabezón Cámara.

El entramado de corrupción política-policía queda terriblemente marcado en Virgencita de los muertos (2012), poemas de Nicolás Correa.

En cuanto a visualización del desastre ecológico de promover una la economía de producción primaria y extractiva sin conciencia social, destaco a Eugenia Segura (A Cielo Abierto, 2011) y Patricio Eleisegui (Envenenados, 2014).

No me quiero olvidar del uso de la represión tercerizada como práctica del poder para controlar los reclamos sociales: Diego Rojas escribió ¿Quién mató  a Mariano Ferreyra? (2011)

En cuanto a violencia de género, destaco el libro Chicas muertas (2014), de Selva Almada y, para terminar, en cuanto a diversidad sexual el libro Cuentos putos (2008), de Alejandro López.

Martín Kohan (1967). Autor de Ciencias morales (Anagrama, 2007); El país de la guerra (Eterna Cadencia, 2015); Fuera de lugar (Anagrama, 2016), entre otros.

Me es difícil discernir cuál sería la novela kirchnerista, en términos de un ‘reflejo de espíritu de época’ o a partir de ‘temas’, porque no pienso la literatura como reflejo (es decir, como si fuera siempre realista) ni tampoco a partir de sus temas (como si se definiera en el contenido). Entiendo que la literatura, al igual que otras representaciones sociales, a veces necesita cierta distancia para poder figurar y dar sentido; pero también entiendo que la literatura, mejor que otras representaciones sociales, a veces logra producir esa distancia, y así habilitar una figuración y un dar sentido que no estaban todavía establecidos. Yo mencionaría, entre tantas otras posibles, El director (2005) de Gustavo Ferreyra, por caso; o el Diario de una princesa montonera (2012) de Mariana Eva Pérez.

Martín Castagnet (1986). Autor de Los cuerpos del verano (Factotum, 2012).

No creo que exista “la novela kirchnerista” de la misma manera que no existe una novela alfonsinista o una novela menemista. Si existen (incluso si las leí), yo no las conozco como tales. Ante esta carencia, prefiero pensar novelas que únicamente pudieron haber sido escritas durante el kirchnerismo. Curiosamente, no se me ocurren demasiados ejemplos; se publicaron muchas obras excelentes, pero son muy pocas aquellas que sólo y solamente puedan haber sido escritas durante el kirchnerismo.

La primera es el tándem 76 y Los topos de Félix Bruzzone, que resignificó el tópico muchas veces pantanoso de los desaparecidos apelando a una cotidianidad de bajo perfil, nada grandilocuente, plagada de preguntas espinosas como qué hacer con la plata (¿sucia?) de las indemnizaciones estatales. La segunda es muy reciente: Cataratas, de Hernán Vanoli, no casualmente el editor de las dos ediciones de 76 de Bruzzone. Cataratas responde con su turismo académico al crecimiento de las ciencias sociales en el país pero también a la habitual burla que recibe: ¿para qué nos sirve esto? Como tuitió Juan Terranova durante la primera presidencia de Cristina: “Un cariño para todos los que este verano aspiran a usarle la parrilla, la reposera y la pelopincho al Conicet”. Ese anhelo masivo hoy luce anacrónico y se muestra más que nunca como signo de los tiempos, tras el recorte del presupuesto y los nuevos límites al ingreso a Carrera por parte de la nueva gestión. El vampiro argentino, del propio Terranova, tematizó los festejos del Bicentenario por medio de una ucronía, que por su naturaleza parece alejarse de la coyuntura pero que finalmente viene a representar lo que significaba ese aniversario: la pregunta por la patria. Por último, Las teorías salvajes (2008) de Pola Oloixarac, con su videojuego “Dirty War 1975”, representó las nuevas formas de tematizar (y parodiar) nuestro pasado reciente y sus grietas.

Memoria histórica, políticas universitarias, actos de celebración popular y polarización ideológica son los cuatro caballos del espíritu de la época, pero Bruzzone, Vanoli, Terranova y Oloixarac pueden montarlos sin caer al suelo porque lo hacen a contrapelo del Estado. Quizás no exista la novela kirchnerista desde lo temático, pero en el 2009 dio luz al mejor cruce entre literatura y estado con el excelente Programa Sur, que ya financió más de mil traducciones de obras argentinas a otros idiomas.

Con todos los libros en la mano, es evidente que durante esta última década lo más relevante para la literatura no fue el kirchnerismo sino la internet, la banda ancha como nuestra verdadera banda presidencial. //∆z