Molotov pone fin a casi una década de silencio con Agua maldita y si bien la oferta es un tanto escueta, el resultado final es positivo: están vivitos y coleando.

Por Santiago Farrell

Molotov, Café Tacuba y Maná. Esos son los tres primeros nombres que suelen venir a la mente al hablar del rock mexicano, y si el grupo luce variopinto es porque así de abiertos pueden llegar a ser los vecinos en la otra esquina de Latinoamérica. Pero de los primeros hacía rato que no sabíamos nada (largo rato: ¡siete años!). Este cuarteto de rockeros raperos amantes de los juegos de palabras, ostentadores de humor ácido socialmente crítico y el ocasional mestizaje musical con los blancos del Norte, se perdieron en un laberinto de problemas contractuales y diferencias creativas. Hasta hace poco, un nuevo lanzamiento parecía más ilusión que otra cosa.

Pero no hay mal que dure cien años, y finalmente apareció Agua maldita, octavo disco de estudio de Molotov y sucesor de Eternamiente (2007), un regreso “muchísimo más rock” y “el mejor álbum de Molotov hasta la fecha”, según el baterista y vocalista Randy Ebright. Se tienen fe los muchachos, y hay que admitir de entrada que para ser un compilado (hay temas recientes y otros compuestos hace años), el disco suena homogéneo y coherente, tomando el sonido ya clásico de la banda e infundiéndole una fuerza renovada. “Oleré y oleré y oleré el UHU” lo deja en claro con la escalerita del riff inicial y el flamenco paródico del estribillo, y de ahí en más el conciso Agua maldita permitirá pocos respiros, para bien en la mayoría de los casos.

El exilio fue largo, por eso hay un entendible ánimo autocelebratorio (en “La raza pura es la pura raza” anuncian desde el escenario: “¡Molotov está en la casa!”). Y esa tal vez sea la moraleja de disco, qué mejor para Molotov que seguir vivos haciendo lo que saben. En “Lagunas metales” hasta proceden a enumerar una larga lista de shows de otras bandas, que para un oyente ocasional de esta banda como este cronista trae la simpática sorpresa de incluir a unos cuantos argentinos. Y el sonido sigue ahí, casi intacto, con dejos del primerísimo primer Babasónicos, sus clásicas sátiras sociales de doble sentido y la inevitable mistura con EE.UU. (participa Run DMC en dos temas).

La continuidad bien podría ser causa de preocupación porque después de todo, el rap-rock o rap-metal en el que opera Molotov envejeció muy rápidamente, por lo menos en la escena internacional, y la clave de Agua maldita pasa más por reafirmar ese sonido que avanzar. En ese sentido, el Molotov de 2014 ya no muerde tanto como en aquel tornado de controversia que los puso en el mapa llamado ¿Dónde jugarán las niñas? (1997). Pero lo que siempre sostuvo a esta banda y la protegió de perder calidad es la ridícula flexibilidad de la sección de ritmo, y el disco la exhibe en plena vigencia, saltando de férreosgrooves a arrancones de destrucción como si nada. En el rap de mishiadura “La necesidad”, uno de varios ejemplos, Ebright y Micky Huidobro alternan entre un estribillo onda Killers y una estrofa puntillosa con precisión de misil teledirigido. Así, no mover alguna parte del cuerpo es un desafío, todo un punto a favor para Molotov.

Otro punto fuerte es la solidez que ostenta la banda en la estructuración de los temas, que siempre alternan ganchos o algo lo suficientemente retorcido como para aunque sea entretener, siempre con ímpetu de locomotora. “Oleré y oleré…” lo hace magistralmente, sobre todo en el riff del medio, una bobada cromática tan bien desplegada que contagia. “Llorari” desemboca en un estribillo de justeza aristotélica, con una melodía y un efecto en la guitarra para poner en un marco. Incluso en momentos menos logrados, como en el bajón que sufre el disco en “Again n’ Again” y “Gonner”, algo emerge para por lo menos distraer de lo que no sale bien o suena trillado.

Algo más de media hora tras siete años de ausencia sin duda sabrá a poquísimo para los fans de Molotov, y la sombra monolítica de ¿Dónde jugaran las niñas? siempre va a pesar en un grupo que hace rato encontró su nicho, sobre todo en cuanto a las letras, que sufren el envejecimiento mucho más que el sonido, problema típico de quien se ha hecho de polémicas. Pero en última instancia Agua maldita cumple con lo prometido y rockea, entretiene y muestra que este cuarteto de la otra esquina de Latinoamérica está bastante entero y todavía tiene con qué. Esperemos no esperar tanto para saber nuevamente de ellos.//z 

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