La droga, los negocios, la guerrilla y la muerte marcaron a Colombia para siempre y dejaron profundas marcas en su sociedad. Ganadora del Premio Alfaguara 2011, la novela retrata perfectamente las contradicciones de una generación con una prosa dinámica y atrapante.

Por Nathalie Jarast

Un hipopótamo se escapa del antiguo zoológico del narcotraficante colombiano Pablo Escobar. Este simple hecho, y hasta incluso ridículo, es el detonante de la trama de la última novela de Juan Gabriel Vásquez. Una noticia ínfima e irrisoria resuena en la cabeza de Antonio Yammara y abre la caja de pandora de sus recuerdos: su amigo Ricardo Laverde, un accidente, el matrimonio frustrado y el deseo de sembrar para que los hijos cosechen.

Con una mirada lúcida, certera y reflexiva, Vásquez narra, tal vez por primera vez, un pasado demasiado reciente que afectó a todos los colombianos. La imagen vívida de esas cicatrices se muestra en la figura de Yammara. Él recibe un disparo dirigido a otro, que había hecho “un último trabajo”, y a quien él solamente acompañaba. Su vida cambiará para siempre y le será imposible no involucrarse en la historia del muerto, que es la de su país. El abandono de su mujer e hija son la consecuencias de esas heridas aún no cerradas, las heridas de toda una generación que convivió con la muerte a la vuelta de la esquina.

La pluma de Vásquez traza con maestría la vida de un piloto retirado (Laverde), en la que se cuelan pinceladas de la historia de Colombia de los últimos cuarenta años.  Su infancia, el casamiento con una “gringa” y el amor por su hija llegan al lector fragmentariamente a través de Yammara, el relato de esa niña ahora mujer y las cartas entre el propio Laverde y su esposa. Así como también llegan imágenes parciales de un país colmado de corrupción y sufrimiento. Las avionetas cargadas de cocaína sobrevuelan las montañas de Bogotá, los aviones de pasajeros son estrellados contra esas mismas montañas para eliminar a los políticos que osaron combatir al narcotráfico, el crecimiento de las economías rurales con la plantación de coca, son sólo algunas de las postales que exhibe la novela.

El ruido de las cosas al caer, no solamente representa el problema, sino también muestra cómo se gestó ese proceso: cómo los capitales extranjeros, principalmente norteamericanos, apoyaron las plantaciones de esta especie, así como luego buscaron perseguirlas y exterminarlas. En la novela Yammara y Laverne son sólo una excusa. Podrían haber sido tantos otros que recorrieron el mismo camino. Aquí, las pequeñas historias son tan importantes como el relato nacional. A través del recuerdo de un hombre, el autor retrata excelentemente a los jóvenes que convivieron con el apogeo de los cárteles, la corrupción, la guerrilla, el miedo y la posibilidad de encontrarse con la muerte en cada esquina.//z