Dinosaur Jr pisó fuerte en su primera visita a la Argentina y desplegó todo su volumen y potencia.

Por Matías Roveta

Fotos de Gonzalo Iglesias

La historia del rock pudo ser muy distinta. En julio de 1989 Kurt Cobain lo invitó al guitarrista J Mascis, uno de sus grandes héroes musicales, a formar parte de Nirvana, que por aquel entonces tenía recién editado su disco debut Bleach. El pelilargo y canoso Mascis venía de una fenomenal trilogía de discos –Dinosaur (1985), You’re Living All Over Me (1987) y Bug (1988)- con Dinosaur Jr, la banda con la que había revolucionado la escena del rock alternativo norteamericano de los ’80 con su particular sonido de guitarras. Pero su coequiper en el grupo, el bajista y compositor Lou Barlow, lo había abandonado para formar Sebadoh, su proyecto solista. La tentación era grande, pero por suerte Mascis dijo que no. Por suerte. Después de todo, Nevermind (1991) es una obra maestra así como está. Y J Mascis terminó construyendo una carrera prolífica y única en su especie.

La primera e histórica visita de Dinosaur Jr. a Argentina sirvió para confirmar, ya desde el mismo arranque con “Thumb”, algo que se sospechó durante décadas: J Mascis es el gran guitarrista virtuoso de la generación de alternativos. Si Cobain era la esencia del anti-solo (en vivo deformaba sus punteos al punto de volverlos irreconocibles) y si Thurston Moore redefinió el sonido del noise rock al crear desquiciadas texturas ruidosas y envolventes, Mascis es, en cambio, la arquitectura del solo de guitarra: comparte con sus contemporáneos el gusto por el ruido y la distorsión, pero le añade a su técnica el aura épico del punteo clásico de los ’70. Solos memorables e infinitos, diez dedos que se prenden fuego y desafinan las cuerdas de esa vieja Fender Jazzmaster marrón y lanzan ese sonido con un volumen bestial, que dejó sordos, literalmente, a los que llenaron el Teatro de Flores.

La noche tuvo sabor a triunfo, ese clima de revancha que también se vivió en el Luna Park con Pulp: la posibilidad de ver en vivo, con 24 horas de distancia, a dos bandas fundamentales por primera vez. Muchos de los presentes corearon línea por línea las letras de gemas como “Little Furry Things”, “Freak Scene” o “Forget The Swan”, canciones surgidas de esa trilogía inicial y fundamental. Ese período de la banda fue el más citado en el setlist, pero también hubo lugar para himnos de otras épocas: “The Wagon” (Green Mind, 1991), “Feel The Pain” (Whitout a Sound, 1994) y “Just Like Heaven”, la versión sobre el clásico de The Cure que grabaron en 1989.

Claro que la excusa era presentar el flamante I Bet on Sky, editado en septiembre, y así desfilaron canciones como “Rude”, “Don’t Pretend You Didn’t Know” o “Watch the Corners”. Junto a Beyond (2007) y Farm (2009), el mencionado I Bet… cierra una suerte de segunda trilogía dorada, definida a partir de la reincorporación de Barlow al grupo en 2005. Mucho más abierto y en calidad de anfitrión con el público, el bajista funciona como complemento necesario de la compleja personalidad de Mascis, quien solo se dedica a tocar su guitarra, hilvanar sus irresistibles melodías desganadas y apenas deja tiempo para soltar un tibio “Hola”, luego del segundo tema. El monumental trío lo completa el baterista Murph, quien despedaza sus parches y construye junto al bajo Rickenbacker de Barlow la base necesaria a partir de la cual Mascis vuela y aturde con su pared de Marshall.

Sobre el final, llegaron más golpes emotivos con la marcha casi metálica de “Sludgefeast”. A esa altura las cartas ya estaban jugadas sobre la mesa y el público ya se podía marchar contento, satisfecho, porque casi no faltó ningún clásico. Si la grilla de visitas de bandas internacionales de cada año fuera como un cartón de Bingo, en 2012 se tacharon varios números importantes. Dinosaur Jr. es sin dudas uno de ellos. Sino que le pregunten a cualquiera de los que desde ayer está con un zumbido interminable en sus oídos.