Beach House se presentó por primera vez en Argentina, eligiendo al teatro Vorterix como un pertinente punto de encuentro. Fue allí donde el dúo creó una constelación perfecta, la misma que trasmiten con sus melodías.

Por Estefanía Lestanquet

Foto por Patricio Colombo

A menudo, nuestros mejores sueños suelen quedarse en la soledad de la noche. El “soñar despierto” es una frase trillada y digna de un vendible optimismo capitalista. Desde hace siglos, el romanticismo sentenció a las almas vagabundas a lidiar con su propio inconformismo e inspiró, de una manera u otra, a nuestros mayores referentes. La inspiración que llevó, una década atrás, a Victoria Legrand y Alex Scally a formar Beach House puede relacionarse con todo lo anterior. Padres de un sonido propio, denominado Dream Pop, hijos de la oscuridad  y hacedores de melodías suaves con letras desgarradoras, crean a su paso una atmósfera difícil de explicar y tanto más de entender en su totalidad. Aunque en estas ocasiones cualquier tipo de racionalización sería en vano. El martes en el teatro Vorterix, los miles de kilómetros que nos separan de Baltimore habían desaparecido y era momento, simplemente, de sentir.

Cuando la luz principal del recinto deja de alumbrar a los invitados, es sinónimo que el foco se posará arriba del escenario. Al cumplirse la primera parte de dicho ritual, el público estaba a la espera del siguiente paso. Pero a pesar de las sabías leyes naturales, el sonido llegó antes que la mismísima e insuperable velocidad de la luz. Los primeros acordes de “Wild” erizaron la piel, con ellos, las figuras de Victoria y Scally en penumbras, escondidos tras sus instrumentos; Convirtiendo nuestra observación en el acto más hedonista del voyeurismo. Es que de esto trataba la obra: la intimidad y lo más personal de esta pareja melómana, tan misteriosa como fascinante, estuvieron a disposición de los aplausos de la platea en todo momento.

Luego del inicio (y aún sin saludar) la lista siguió con “Walk in The Park” y “Other People”, la primera de Teen Dream y la segunda de Bloom, los dos discos más significativos en la vida musical de Beach House, su pasado más reciente. Victoria es una esfinge extraña: su voz, pose y campera de cuero la plantan en escena como la copia más fidedigna del feminismo protestante, sus acordes y su canto al amor desesperado la dejan con el alma descubierta. Alex, por el contrario, se mantiene estoico, pululando en su propia órbita, haciendo de su guitarra la parte más atractiva del vivo de Beach House; le deja a su compañera ser esa estrella, que él y la batería, comandada por Daniel Franz, siguen sin temor de poner su hombría en tela de juicio. El trío es una inmensidad flotando en el aire y las canciones recién están comenzando a sonar.

“Hola Buenos Aires, está canción es para las mujeres”, es lo primero que dirá  Legrand, cuando sus manos le dan vida a las increíbles versiones de “Lazuli” o “Used to Be”, antecedidas por “New Year” y precedidas por “Silver Soul”. La banda deja también vestigios de sus primeros trabajos con “Turtle Island” y “Master of None”. La oscuridad ya acostumbra las retinas, en las caras la sensación de incertidumbre al pensar si es real lo que entre sueños estamos viviendo. Beach House no suena como en sus discos, lo hace mucho mejor y esto es muchísimo decir.

Por último, llegó el momento de los bises, los que siempre estarán presentes por más vanguardistas que seamos. Antes de entonar la bellísima y extensa versión de “Irene”, sentencia final, los músicos interpretaron un amigable “Argentina you are so cool”, acompañado por los instrumentos al ritmo del famoso “ole, ole”. Roles invertidos si se los quiere llamar de algún modo, rozando la ternura y demostrando que hasta la pose más desinteresada y rea se hace agua ante el calor de los países del sur.

Las cuerdas de Scally pedirán respiro luego de semejante actuación, así como los teclados de Victoria que eran golpeados con furia en los momentos más elocuentes de la noche. En un entorno alimentado por la parafernalia y la publicidad es difícil entender como este humilde dúo, un martes por la noche, lejos de los efectos especiales y las muestras de demagogias, sean hasta hoy el mejor show de nuestro 2013. Sabemos que considerando que recién estamos en el mes de septiembre esta afirmación podría estar volando en la nada misma y está lejos de respetar las reglas del utópico objetivismo. De lo que no quedan dudas es que lo vivido en carne propia estas dos horas con Beach House será inmune a cualquier acto soberbio del olvido.

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