Recomendamos la película de terror que logró ponerle los pelos de punta al mismísimo Stephen King: La bruja, del debutante Robert Eggers.

Por Martín Escribano

La bruja comienza con una expulsión. Una pareja y sus cinco hijos deben dejar su comunidad tras un juicio en el que el padre es condenado por poseer ideas religiosas un tanto extremas. Llegan a una parcela que termina donde comienza el bosque. Se siembra el maíz, tienen un perro, un caballo, hay cabras… Viven con lo justo pero no importa. Dios ampara.

Thomasin (Anya Taylor-Joy), la mayor de los hijos, ya adolescente, juega con su hermano bebé. De un momento a otro el pequeño desaparece frente a sus ojos. Algo se lo ha llevado al bosque… pero ¿qué?

En el folclore, el bosque ha estado siempre asociado al secretismo, al rito iniciático, al lugar mágico, al territorio de lo sagrado y lo demoníaco. El debutante Robert Eggers logra darle un giro a la convención haciendo que La bruja se despegue de las típicas películas de horror para convertirse en un drama histórico con tintes terroríficos. Aquí el hogar da más miedo que la intemperie. La amenaza es el orden familiar y no el caos salvaje.

La depositaria de la “gran culpa” será Thomasin, por haber estado con el bebé cuando desapareció, sí, pero porque carga con el doble estigma de ser adolescente y mujer. Aunque el despertar sexual es siempre complejo, en estas condiciones se vuelve problemático y hasta perturbador.

Ubicada temporalmente sesenta años antes de los juicios de Salem, La bruja recrea la vida en las colonias con asombrosa verosimilitud. El microcosmos de la familia de William y Katherine pinta a una sociedad que no tiene con qué hacerle frente a esa tierra bárbara, y por lo tanto impura. Si la religión es el arma con el que combatir contra lo indómito del nuevo continente, el tiro sale por la culata. El supuesto mal expulsado es en realidad intrínseco y como tal imposible de extraer. Los mecanismos destinados a anularlo lo fortalecen y al volver, sus efectos son demoledores.

Se podría decir que La bruja forma parte de aquellas películas “inspiradas en hechos reales”, pues el propio director se basó en documentos históricos y actas judiciales del siglo XVII para armar sus brillantes diálogos y construir sus personajes, de ahí su subtítulo: A New England Folktale. Lo que es seguro es que sus atmósferas opresivas y hasta claustrofóbicas cuentan la historia un germen. Aquellas colonias puritanas de Nueva Inglaterra son los Estados Unidos antes de ser los Estados Unidos.

Resulta curioso (o no tanto) que el género que mejor se adecúe para narrar la simiente de lo que hoy es la potencia admirada, el país que marca la norma, sea el terror.