El Patrón: radiografía de un crimen, promisorio debut en la ficción del hasta ahora documentalista Sebastián Schindel, cuenta con un irreconocible y sorprendente  protagónico de Joaquín Furriel.

Por Martín Escribano

La temporada de Oscars ya terminó pero el papel de Joaquín Furriel en El Patrón: radiografía de un crimen remite a esas actuaciones que resultan atractivas a la academia hollywoodense. Su personaje requiere un elaborado trabajo de maquillaje y prótesis que sirve de complemento a una gestualidad precisa, a un lenguaje corporal pulido y a un color de voz definido. Ocurre que el porteño Furriel interpreta a Hermógenes Saldivar, un oriundo de la provincia de Santiago del Estero, pobre, analfabeto y rengo de una pierna.

Con miras a conseguir un trabajo mejor que el que realizaba en su Santiago natal, Hermógenes y su esposa van a parar a una cadena de carnicerías regenteadas por Latuada (Luis Ziembrowski, convincente como siempre). El jefe se aprovecha de la humildad de su empleado-víctima (que devendrá victimario) mostrándose afable y prometiendo posibilidades de ascenso y hasta una vivienda digna. La otra cara de Latuada, que poco le interesa ocultar, lo define como un tipo violento y misógino al que no le tiembla el pulso a la hora de tratar a sus empleados de “negros de mierda” y todavía menos cuando se trata de vender carne en mal estado con tal de no perder dinero. Su secuaz, Don Armando (un Germán Da silva impecable, al que vimos hace poco haciendo de jardinero en uno de los cortos de Relatos salvajes) introducirá a Hermógenes en aquello que denomina “la picardía del carnicero”: ganarse a las clientas a base de labia y “defender los cortes” de mal aspecto para que la clientela desprevenida se los lleve sin darse cuenta. Y aquí vale todo, desde el hipoclorito de sodio (lavandina, digamos) hasta los sulfitos, la pimienta y el vinagre.

Las condiciones insalubres con las que tiene que lidiar Hermógenes diariamente son tales que uno sale del cine con el estómago revuelto y convencido de convertirse al veganismo. La carne está podrida, el jefe es tóxico y las esperanzas caen al piso como los gusanos que parasitan los cadáveres de vaca. Sin nadie que lo defienda, Hermógenes no tendrá demasiados recursos a la hora de enfrentarse con lo que le toca y llegado el momento en su rostro se verá reflejada con prodigiosa claridad aquella frase del “destino a cumplir”.

El excelente trabajo de maquillaje de Karina Camporino, la estupenda performance del actor de Un paraíso para los malditos y la dirección de Schindel (documentalista de amplio recorrido conocido principalmente por Mundo Alas) hacen de El patrón… el primer estreno nacional de peso en este 2015. Sin embargo, como ocurría en Fury, película que funcionaba de maravillas dentro de ese microcosmos que era el tanque comandado por Brad Pitt, lo mejor de El patrón…, acontece en los distintos espacios de la carnicería: el mostrador, la piecita y esa cámara frigorífica que parece salida de uno de los círculos del infierno. Todo lo que transcurre en el ámbito judicial es correcto pero simplemente no está a la altura.

A pesar de sus excesos y gracias a su crudeza, El Patrón: radiografía de un crimen es un corte agradable al paladar. Se nota que el cine de Schindel es un lugar donde se come bien.//z

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