Gabo Ferro sacó su séptimo disco de estudio como solista y una vez más lo logró: con letras que son poesías y su voz clara e intacta interpela a los oyentes desde lo más genuino e íntimo, su música.

Por Gonzalo Penas

El camino que plantea Gabo Ferro en La primera noche del fantasma (Oui Oui Records, 2013) es similar al de siempre y tan claro como contundente: la noche, el olvido, el dolor, el volver pero sin que esto se transforme en algo oscuro y reiterativo.

Con la salida de La aguja tras la máscara (2011) algunos periodistas se equivocaron en encasillar a Gabo Ferro como “el cuervo negro de la canción argentina”. Basta recordar en la presentación de ese disco en La Trastienda, el enojo que tenía el cantautor por el mote de “cuervo negro” y los varios palos que tiró para esos periodistas que –sea por equivocación o por falta de información- erraron en percibir y delinear de forma correcta un límite que es ínfimo y peligroso: el de ser un cantautor con canciones tristes, de letras oscuras y melodías depresivas o un músico que con sus letras, encuentra la salida a la oscuridad, la despedida, la soledad o la pérdida. Y Gabo Ferro está entre estos últimos. Entre los primeros, hay varios solistas ingleses y australianos de más de 50 años que, si bien son muy buenos, siguen sacando discos tan iguales a los anteriores que dan calambres –más que ganas de morirse, que es lo que generan en sus fans- y Gabo, precisamente, le escapa a esos calambres y a esas ganas de morirse.

Este trabajo no va a quedar por fuera de la propuesta que se escuchaba en los discos anteriores. Y ya el arranque con “Siempres” deja una pregunta en el estribillo propia del universo Gabo Ferro: “¿Cuánto dolor serás capaz de provocar para saber cuánto amor serás capaz de dar?”. Tal vez, la diferencia en este comienzo se encuentra en los acordes de la guitarra, que son fuertes y claros a diferencia de otros primeros tracks como “Soltá” (de La aguja tras la máscara, 2011) o “Para traerte a casa” (Mañana no debería seguir siendo esto, 2007) en los cuales había suaves arpegios de fondo con la voz de Gabo más adelante pero igual de clara.

Como en la mayoría de los discos, las canciones se suceden como partes de una misma historia que en su totalidad forman el trabajo terminado. Así, el primer corte –con video incluido- “Un eco, un gesto, una señal” habla del olvido, no importa cuál; tampoco cómo hacerlo, pero lo que “protege es olvidar” aunque siempre el esfuerzo se haya puesto en recordar. “No te alcanza” y “Como un motivo” parecen pedazos de una relación donde el protagonista está “como un detalle” que cuanto más grandioso aparece menos lo es; es un mero motivo. En “Detenido y andando” y en “Pequeña luz con tanto ardor” se puede observar la prosa característica de Gabo, un poema y por qué no, un consejo a la persona en la que esté inspirada.

En “La cama” aparecen los juegos de palabras que nos acercan a un Gabo similar al de “Hay una guerra” o “A algún puerto del mar muerto” (ambas en Boca arriba, 2009). No sólo por la letra (“Hacemos la cama con la tragedia y la deshacemos con la comedia. Ya no actuemos mal, actuemos peor, apagá las luces, que baje el telón”) sino también por la melodía y los tiempos de la batería. Después de “Fin de fiesta” –otra hermosa canción a capela, al estilo “Dios me ha pedido un techo”- “El tabú del agua” es el fiel reflejo de su nivel como compositor. Una canción tan extraña como necesaria y bella, que se corta abruptamente a los dos minutos y medio para volver con otros ritmos, pero para terminar con el mensaje que viene dejando a lo largo de toda la letra: “vamos que viene la noche y que se va el sol”.

Si hay algo que se puede afirmar al escuchar la discografía de Gabo es su capacidad de interpelación y “Lo que no se puede decir” y “A quien” funcionan como interpelación permanente: “sabés bien que no existen secretos para el que puede mirar. Sabés bien que no hice lo que pude, yo hice más”. Y aquí la clave: Gabo no es solo interpelación –como si fuese una banda punk- porque es interpelación pero al mismo tiempo reconforta. Lejos de dejar estaqueados a los oyentes, los abraza. Por eso, en el cierre aparecen dos canciones como “El ojo del cazador” y “Volver a volver”: es ahí donde las cartas que se muestran, las banderas que se levantan son las de la salida. Porque lo más fácil para ahuyentar los fantasmas que dejan viejos amores (y los fantasmas psicológicos, tal vez los más difíciles de ahuyentar) es mostrar cartas turbias; hacer de lo trágico la bandera levantada. Gabo, lejos de eso –al igual que en el disco anterior-, mira hacia adelante: “vamos alegría que hoy soy sólo tuyo y vos sos sólo mía”. No hay juegos psicóticos y perversos –como muchos periodistas creen y se regocijan en (mal) entender- hay futuro después de la primera noche de ausencia, de la primera noche del fantasma. Y si hay futuro, es porque él mismo lo crea.//z

Gabo Ferro presenta La primera noche del fantasma mañana en ND/Teatro

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