La primera película bélica de David Ayer abunda en estereotipos pero crece cuando pone el ojo dentro del tanque Sherman comandado por Brad Pitt.

Por Martín Escribano

Empecemos por lo peor: en Fury hay más estereotipos que nazis. Y eso que nazis sobran, aunque la última película del irregular David Ayer (End of Watch,  Street Kings) se sitúe apenas un mes antes de la rendición alemana que marcaría el final de la Segunda Guerra Mundial. Su historia es la de un puñado de soldados norteamericanos que debe hacerle frente a todo un regimiento alemán que los deja en desventaja tanto numérica como armamentística.

En su vasta paleta de clichés encontramos a Brad Pitt en el papel del líder curtido por la experiencia; a Logan Lerman como el novato que recibe las duras enseñanzas de papá Brad; a Michael Peña, el latino buena onda; a Shia LaBeouf, a quien la guerra le pegó por el lado religioso; y a Jon Bernthal haciendo de Pitufo Gruñón. No es que el quinteto actúe mal, es simplemente que sus personajes los limitan. La excepción quizás sea Shia LaBeouf, quien sabe entregar fragmentos de considerable intensidad sin decir una palabra (quien no lo crea capaz, haría bien en verlo junto a la enorme Maddie Ziegler en Elastic Heart, el último video de la australiana Sia).

Cuando la película busca filosofar sobre la crueldad de la guerra, falla. Cuando los diálogos giran en torno a esos hombres-máquina cuyo único fin es matar enemigos, falla. Cuando apunta al lirismo de la mano de un piano, falla.

¿Dónde está lo mejor de Fury, entonces? En el armatoste que le da su título original: el tanque Sherman que sirve de hogar a Brad Pitt y los suyos. Es la secuencia en la que cruzan fuego con el Tiger alemán la que hace que Fury brille de realismo dirty. Y es todavía mejor la interacción de sus cinco miembros dentro del tanque gracias al muy meritorio trabajo del director de fotografía Roman Vasyanov. Si podemos hacerle frente a un film al que ciertamente le sobran minutos es porque el ruso logra hacer de un tanque de guerra un refugio casi uterino que hermana a quienes lo habitan. Y cuando estamos ahí adentro, aunque parezca no haber espacio, respiramos… descansamos un poco de ese convencionalismo paternalista que David Ayer maneja tan bien.

Fury pasará a la historia como una película bélica más, pero hay un lugar común del que sabe servirse: ese que dice que lo que importa es lo de adentro.//z

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