The Magnetic Fields, después de tres discos, vuelven a poner a los sintetizadores como protagonistas principales con Love at the Bottom of the Sea.

Por Emmanuel Patrone

Y finalmente, sucedió: Stephen Merritt un buen día decidió que era hora de volver a la bondad de los sintetizadores, que antaño le han proporcionado tantas y profundas satisfacciones. Por si no se enteraron: los últimos tres discos de The Magnetic Fields (i, Distortion y Realism), además de poseer cierto trasfondo temático (el genial y subvalorado Distortion, por ejemplo, es un disco en el que el ruido y –valga la redundancia- la distorsión son protagonistas), formaban parte de una trilogía en el que los sintetizadores se encontraban ausentes, dejando lugar a instrumentaciones acústicas y ocasionalmente eléctricas. El nuevo álbum de Magnetic Fields, Love at the Bottom of the Sea, entonces, es el primero en presentar sintetizadores desde el célebre álbum triple 69 Love Songs (1999), obra maestra insuperable del conjunto. En teoría, esto hace suponer que Love at the Bottom of the Sea se acercaría al sonido de los primeros discos de la banda, aquellos que van desde Distant Plastic Trees (1991) a Get Lost (1995), en los que la instrumentación electrónica barata servían como trasfondo de las contundentes melodías de pop agridulce destiladas por Merritt.

“Muchos de los sintetizadores que usamos para este disco no existían la última vez que usamos sintetizadores”, contó el líder de Magnetic Fields recientemente. Y eso se escucha en este décimo álbum de estudio. Las 15 canciones que componen al disco –todas con una duración menor a los 3 minutos- no llegan a pecar de sobreproducidas, aunque mantienen en casi todo momento un perfil más alto y una textura más rica de los que llegaban a tener la gran mayoría de los temas de los primeros trabajos de la banda. De todas formas, si uno conoce la obra de Stephin Merritt, sabe que la verdad de la milanesa se encuentra no tanto en qué instrumentos suenan en un disco de Magnetic Fields (si bien son una parte trascendente, por supuesto), sino en las melodías pop que el pequeño gran compositor de voz grave dibuja para cada una de sus obras.

Y en este plano, podríamos encontrar un pequeño problema: hay canciones en Love at the Bottom of the Sea que, sin ser malas u ofensivas, no llegan a causar una impresión perdurable. Ya Stephin Merritt dejó en claro que es un tipo que se rige por ciertas fórmulas a la hora de componer música pop (¿y quién puede culparlo, teniendo en cuenta que gracias a eso podemos disfrutar de “I Don’t Believe in the Sun” o “Strange Powers”?), pero en este nuevo álbum hay canciones que suenan a Merritt en un aburrido piloto automático. Algo así ya pasaba en el disco anterior, Realism, y aquí se puede escuchar en canciones que Stephin seguramente puede componer hasta dormido, como el single “Andrew in Drag”, “The Only Boy in Town” y “I Don’t Like Your Tone”. Afortunadamente, hasta en este estado puede dejar ganchos memorables y frases ingeniosas (de hecho, “Andrew in Drag” es indiscutiblemente divertida), a pesar de que posiblemente esas canciones no lleguen a trascender. Diferente es el destino de otras canciones de Love at the Bottom at the Sea: “Your Girlfriend’s Face” es otro tema plagado de sarcasmo, al igual que “God Wants Us to Wait”; y otros como “Goin’ Back to the Country”, “Quick!” y fundamentalmente “The Machine in Your Hand” se pegan a los canales auditivos instantáneamente.

Love at the Bottom of the Sea no se encuentra entre los trabajos más destacables de la discografía de The Magnetic Fields, aunque se encuentre un peldaño arriba del decepcionante Realism. Y sí, probablemente los sintetizadores merecían ser parte de una vuelta al mundo merrittiano más contundente. Sin embargo, hay en Love at the Bottom of the Sea varios números que harán que regresemos a él en numerosas oportunidades.//z

AZ recomienda: “God Wants Us to Wait”, “Your Girlfriend’s Face”, “The Machine in Your Hand”, “Quick!”.

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