Paradise Valley es el nuevo trabajo de John Mayer: entre la misericordia de la música negra y el activismo obsceno del pop.

Por Pablo Mendez

John Mayer es uno de los solistas que ha conseguido mayor repercusión en los últimos 15 años. Y desde el título de su último disco, consecuentemente trillado en base a los géneros que aborda, se aprecia la sintonía que ha imperado en toda su carrera. Habría que rastrear cuántos artistas de blues, soul o música country han utilizado las palabras “paradise” y “valley” para nombrar discos o canciones.  Claro, imposible que una canción con un tinte folclórico yanqui no mencione “home”, “gun” o “love” entre los conceptos necesarios del american way of life. Pero también está la música, que en esta placa acude al pop como condimento imprescindible, y es un aditivo con el que convivió a lo largo de toda su discografía en mayor o menor medida. En Paradise Valley lo usa con sentido no tanto compositivo sino más en el contexto de la producción. Arreglos que rodean de algodones las inflexiones de la voz de Mayer, y la guitarra como presencia absoluta en la creación.

Se sabe de las influencias de Clapton y B.B. King en el oído de Mayer, blues que camufla sin evitarlo. Y por supuesto la parte más encadenada a la preocupación femenina, la balada soul que vira hacia el pop de añoranza popular. Implacable en la obtención de los primeros puestos de los rankings, fórmula que utiliza sin sonrojarse,  y al estilo de Jack Johnson, la aritmética del éxito lo transformará hasta volverlo predecible. Pero Paradise Valley se encuentra lejos de agotarse en la decadencia de lo repetitivo. Y esto sucede porque ha compuesto un puñado de buenas canciones. Su blues cool, su blues incidental de pub con happy hour funciona, sin pretensiones, sin riesgo.

“Wildfire”, “Waitin’ on the Day”, “Call Me the Breeze” y “On the Way Home” representan lo antes expuesto, canciones que se apegan a la memoria pasajera, que entonan una frecuencia de amenidad.

“You’re No One ‘Til Someone Lets You Down” y “I Will Be Found (Lost at Sea)” son las composiciones que tienen un sello indiscutible que las convertirá en las favoritas del disco. Acordonadas en el género canción, más asequibles a la escucha de quienes no potrean en el género.

A un paso de convertirse en una figura amordazada por el aburrimiento, como Jason Mraz, la clarividencia de bolsillo debería encaminarlo hacia otros rumbos, más propicios a explotar la raíz de su música, por ahora al borde la inclemencia.//z

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