La tercera temporada de la creación de Charlie Brooker cuenta con actores de renombre y un mayor presupuesto. Sus seis episodios invitan a la reflexión acerca del impacto tecnológico a través de la parodia, la ciencia ficción y el terror. 

Por Pablo Díaz Marenghi

La parodia, decía Oscar Wilde, sirve para dejar a la realidad en la cuerda floja. Tal es el efecto que genera Black Mirror, serie británica creada por el periodista y escritor satírico Charlie Brooker en su primera temporada. Sus tres primeros episodios planteaban historias fantásticas, con escenarios distópicos y un futuro que daba miedo. La tecnología había avanzado, como en las historias de Philip K. Dick o Isaac Asimov, pero el punto no era ese. La serie no asustaba por lo apabullante de sus propuestas sino por lo cercano de su imaginario. Esos hombres y mujeres que se veían atormentados por publicidades que les aparecían mientras se lavaban los dientes, no son muy distintos a los hombres y mujeres del siglo XXI que se desesperan cuando una publicidad interfiere su reproducción en YouTube o Spotify. Tal es el efecto de esta serie: hasta la realidad que aparenta ser más lejana termina calando hondo en el presente. Estos relatos inician en el espectador una serie de cuestionamientos en torno a su relación con las nuevas tecnologías: ¿Es posible establecer una frontera clara entre el mundo analógico y el mundo digital? ¿Qué es lo real y qué es lo virtual? ¿Hasta que punto el desarrollo tecnológico es beneficioso para la humanidad? ¿Qué efectos rebote podrían generarse? De la mano del tanque Netflix, que produjo nuevos episodios para la serie después de dos temporadas y un especial navideño, las seis nuevas entregas de esta Twilight Zone tecnofóbica plantean nuevos interrogantes que se tocan con las historias anteriores y abren nuevas discusiones. Porque Black Mirror no es solo una serie para contemplar. Es una propuesta para sacarse los anteojos de espectador, dejarlos en la mesa de luz, y ver más allá de lo narrado. O dicho a través de un mantra de la cultura popular argentina, “el futuro llegó, hace rato”.

El hombre operable

El título del E01S03 no deja mucho lugar a la suspicacia. “Nosedive”, en español “Caída en picada”, adelanta un desenlace desalentador. De entrada se presenta un mundo muy similar al actual con algunas notables diferencias: una red social muy parecida a Instagram rige casi todos los ámbitos de la vida. Cada usuario tiene su perfil y cada perfil tiene un puntaje de una a cinco estrellas. Los más cercanos a cinco pertenecen a un status social más alto, mientras que los más alejados son los paria. En el medio, aparece la protagonista del episodio, Bryce Dallas Howard, que quizás muchos la tengan de La Aldea (2004), de M. Night Shyamalan. Pasaron algunos años, Howard ya es una mujer madura que en este episodio la vemos desesperada por ascender algunas posiciones en la escala de popularidad de esta sociedad instagramera. La vemos sacándole fotos a prolijos platos de desayuno, mascotas o a juguetes viejos de su infancia, acompañados de comentarios empalagosos. Cualquier similitud con la realidad, no es coincidencia. Brooker, autor de todos los guiones, juega con nuestras miserias más profundas: las cotidianas, las que naturalizamos, las que pasamos de largo. Nos las extirpa y las expone en un mueble barnizado con ciencia ficción. Con el agregado de un factor recurrente de la serie: hacer carne a la tecnología. Las personas llevan una especie de sensor en los ojos que les hace ver -sin pantallas mediante- el perfil y la calificación de cada individuo, para luego chequearla desde sus celulares. Esta idea de Internet o lo maquínico hecho cuerpo aparece en más de un episodio (se explota con magnificencia en el E03 de la S01, “The Entire History of You”) y se relaciona con corrientes de pensamiento como la de Peter Sloterdijk, en su texto “El hombre operable” o Donna Haraway y su “Manifiesto Cyborg”. Son teorías filosóficas que auguran un ser humano no solo dispuesto a modificar su estética, sino a fundirse con cualquier posibilidad técnica que implique una mejora corporal o cognitiva. Hablan, directamente, de la muerte del humanismo.

black mirror e01s03

En el E05, “Men Against Fire”, esta posibilidad se vuelve un dispositivo de control por parte del gobierno, un arma de guerra, un aparato de control/distorsión mental y (sí, aún hay más) un modo de eliminación de las capas sociales más bajas. La tecnología puede, en este capítulo, hacer ver lo que alguien quiere que veas. ¿Es esto muy distinto a la realidad virtual o a la manipulación mediática? El E02, “Playtest”, explota este recurso a través de la prueba de un videojuego que aparenta ser lo más realista que se haya creado hasta el momento. Desde lo narrativo o desde lo semántico, quizás sea el episodio más flojo, pero también sirve para reflexionar acerca de los límites en torno a la industria del entretenimiento. Y, desde lo visual, es una más que aceptable historia de terror clásico aunque con un final algo obvio. Aquí también la tecnología se mete en el cuerpo. Ya no hay aparatos, cables, pantallas o espejos negros. Son los ojos y los sentidos los que perciben algo que, aparentemente, no es real. Aunque la realidad y la falsedad se funden una y otra vez en cada episodio.

Lo que se ve no es real

“Shut up and dance” es el único de los seis episodios que no plantea grandes desarrollos tecnológicos que aún no hemos conocido. Aquí no hay una realidad virtual que transforma a los pobres en zombies, videojuegos hiper realistas o redes sociales que trascienden las pantallas. Aquí hay un problema sencillo (y a la vez atroz) que podría pasarle a cualquier mortal mientras lee este artículo desde una PC de escritorio o un smartphone: el hackeo de datos. Un joven, encarnado por Alex Lawther, es filmado por un malware mientras se masturba impunemente frente al monitor de su computadora. A partir de allí, se desencadena una serie de eventos desafortunados en donde el jóven recibe instrucciones anónimas (en una especie de The Game, de David Fincher) de lo que debe hacer si no quiere que ese video “se viralice”. Acompañado de Bronn de Game Of Thrones, Jerome Flynn, se animará a hacer cosas que nunca imaginó que podría hacer con tal de que ese video no se difunda. Sobre el final, en un desenlace algo abrupto pero angustiante, el espectador entenderá cuál era el verdadero motivo que escondía el protagonista respecto a ese video. Una vez más, las miserias más profundas que estallan por los aires.

Los mejores episodios de la tercera temporada son, sin ninguna duda, “San Junipero” y “Hated in the Nation”. Desde lo visual, “San Junipero”, es una maravilla. Comienza ambientado en los ochentas, más precisamente en 1987, y uno no entiende bien por qué. ¿Qué truco nos está jugando Black Mirror, que tan bien lo ha hecho antes y, al parecer lo seguirá haciendo? Aquí la tecnología más avanzada que se ve son las luces fluorecentes, los peinados batidos, las ropas estrambóticas y las enormes máquinas de arcade. Allí se ve el amor a primera vista entre Yorkie y Kelly ( Gugu Mbatha-Raw y Mackenzie Davis), la timidez de la primera, el desparpajo de la segunda. San Junipero parece una discoteca que nunca cierra. Y sin embargo, uno más adelante comprende. Encuentra la tecnología, el romance, la desolación, reflexiona sobre la muerte digna, el concepto de vida y termina con una sonrisa con uno de los pocos (quizás el único) final feliz de toda la serie.

“Hated in the Nation” es un thriller policial que empieza, como todo policial, con un asesinato y una dupla de detectives que siguen las pistas para intentar descubrir quién mató a. En este caso, a una periodista denostada en las redes sociales (aquí el centro de atención es Twitter) en donde lo más blando que le deseaban los twitteros eran castigos dignos de la inquisición. Atención a la dupla detectivesca: Kelly Macdonald -la adolescente que enamora a Ewan Mcgregore en Trainspotting– y Faye Marsay -la odiosa The Waif que no se cansa de perseguir a Arya Stark en Game of Thrones-. El episodio termina vinculando el “odio nacional” expresado en Twitter, en donde sin tapujos se le desea la muerte a cualquier persona de manera impune y acrítica, con una red de espionaje montada en una aparente campaña ecologista basada en abejas robóticas que reemplazan a las originales y un psicópata con delirios de John Doe de Se7en que pretende darle una lección moral a toda Inglaterra. Todo esto acompañado de un ritmo electrizante, de la mano de la dirección de James Hawes (Penny Dreadful, Dr. Who) para darle forma a uno de los mejores capítulos de toda la antología. Una hora y media que se pasa volando y que incita a la reflexión acerca de la aparente libertad sin filtro respecto a opiniones y comentarios en la web.

Desde un punto de vista estético, la serie da un salto de calidad. La inclusión de actores de renombre (en el E05 se luce Michael Kelly, de House of Cards) le aporta al dinamismo de las escenas. Los seis directores elegidos para llevar los hilos de las historias pergeñadas por Brooker le dan un toque distintivo a cada entrega (colores pasteles que van en sintonía con la instagramera “Nosedive”, una oscuridad casi neoyorquina en “Shut up and dance”, terror sin rodeos en “Playtest” o un tempo de película de la Guerra Fría en “Hated in the Nation”). Muchos dirán que las entregas anteriores fueron mejores, que la serie se volvió más estadounidense que nunca o que los guiones se repiten y los conflictos no salen del mismo nudo. Otros, tildarán a Brooker de tecnofóbico y clausurarán cualquier discusión. Si hay algo que puede decirse de esta serie es que, al igual que el desarrollo tecnológico, el hambre de la ciencia, la curiosidad del ser humano o la polisemia de la ciencia ficción, no tiene techo.//z