Presentándose por primera vez en el país en el marco del ciclo Music Is My Girlfriend, el cantautor texano atendió el puestito de merchandising antes de ofrecer algunas grandes canciones el pasado miércoles 5 en Boris Club de Palermo. Un show en solitario a puro talento sureño y espíritu rock ‘n pop.

Por Seba Rodríguez Mora

Fotos de Flor Videgain

 

Atendiendo el puestito improvisado al lado de la puerta de vidrio, sobre el que hay pegadas con cinta de papel un par de remeras y discos de Ben Kweller, hay un petiso con cara de bueno. La gente llega de a poco, la gente linda del universo Palermo, se acerca y mira los precios, mientras el pibe –que no habla para nada bien español- se pelea con una bolsita Ziploc en la que guarda el cambio en moneda argentina. Me acerco yo también, lo miro con un poco más de detenimiento: es Ben Kweller. Cuando después vamos a las fuentes, nos damos cuenta de que en su extensa carrera y con sólo 31 años, el tipo decidió que lo suyo era abrirse camino solo, sin contratos ni empresas discográficas, incluso sin muchos más asistentes ni músicos que lo rodeen. Nadie que venda por vos las remeras con la tapa de Go Fly A Kite, su último disco, una sucesión de canciones redondas y esperanzadas, un nuevo hijo de la independencia. Nadie más que él subirá al escenario de Boris Club (la cueva high class de Malosetti), después de que Manza y su Valle de Muñecas abrieran la noche con algunos temas para ir regando el clima de miércoles a la noche. Y le sobra talento para haber dejado en casa a la banda que lo acompaña en las versiones de estudio de su envidiable discografía, aquella que empezó ubicándolo como niño prodigio en el rock, pero que más temprano que tarde lo hundió por su propio peso, para volver a emerger en esta oportunidad ante nosotros con una mini gira por Sudamérica. “Ayer (por el martes) estuve en Sao Paulo, hoy aquí, mañana Río”, nos cuenta con cara de cansado, entre foto y foto de celular que se saca con sus fans. Ahí también nos enteramos de que no es la primera vez que está en Argentina, ya que su esposa es de ascendencia entrerriana. Durante el show hará la típica alusión al mate que todo extranjero debe soportar, aunque quizás en su caso tenga algo más de backup.

Guitarra acústica, pedales de distorsión, piano de cola. Una voz joven, esperanzada, limpia, con el inconfundible acento que su Texas natal le impuso. Hay algo, un gen o un espíritu entre los músicos de esa zona del mundo que los predispone a la canción, a la fabricación artesanal de canciones, con todo el trabajo de manos y mente que implica, y a los oídos del distraído o del que simplemente se sentó a escuchar parecieran ser fáciles de componer y aún más de tocar, quizás dependientes de cierta regla matemática combinatoria sencilla pero desconocida. Superando un comienzo folkrockero/grunge impecable, en el que los temas avanzan en intensidad hasta que el sonido acústico no es suficiente y llega el pisotón a la distorsión –“Rules”, muy destacado, mantuvo la energía del original a pesar de la falta de bajo y batería-, la primera cumbre de la noche encontró a Ben (es imposible no tutearlo con esa cara de buen tipo) sentado al hermoso piano de cola. Es sorprendente la capacidad que posee para intimizar –no existe esa palabra, porque intimar ya nos lleva para otro lado- el ambiente en el que hace sus canciones: la audiencia plagada de extranjeros jóvenes jugando a la nostalgia queda hipnotizada en su mayoría, porque este muchachito pela un sonido y especialmente un tono en su media voz que transporta a un lugar bastante más primigenio, como de sentarse en el sillón o en la cama con la guitarra y cantar para uno.

Decía en su mayoría, porque una morocha un poco rockeada, toda glitter y gesto inconforme, le dice a su novio Ken: “es muy meloso”. La chica tiene razón, en parte. No tanto desde sus letras, en las que habla de todo un poco y que haciendo el ejercicio absurdo de traducirlas al español se sostienen sin parecer de Radio Disney, pero más que nada sus cadencias de acordes, donde no pierde el norte ni el espíritu optimista. ¿Y quién dijo que todos queremos ser siempre optimistas? El hecho es que Ben Kweller blusea en el piano y también se deja llevar por los callejones pop de “Falling”, pidiendo la colaboración de la gente con los coros y sorprendiéndose por la timidez: “Buenos Aires, fuckin’ louder, please”.

Acercándose al final, “Sundress”, “Jealous Girl” (con su vídeo de amor retorcido en Youtube), “Mean To Me” y “Wasted & Ready” pusieron un poco de pimienta, siguiendo con la receta de acústica distorsionada y pasada la medianoche se cerró la visita sensible y satisfactoria del cantautor de la tierra de los tornados. Tal vez se parece un poco a eso, andando solo con sus instrumentos y su merchandising a cuestas, una especie de tornado indie y humilde que pasó dejando la huella en este diciembre porteño.