El líder y el baterísta de Ararat recuerdan los origenes de la escena stoner actual y analizan su nueva búsqueda musical con Ararat.

Por Matías Roveta y Martín Barraco
Foto de Andrés Paredes

Sergio Ch. ya se colgó su bajo y está chequeando los detalles finales del seteado de su pedalera de efectos, atendiendo especialmente el wah-wah y la distorsión. Afina, conecta el instrumento a un equipo valvular de guitarra y lo mira fijo a los ojos a Alfredo, que espera estoico detrás de los parches de su batería. Hay un clima denso en la sala, como si alguna fuerza especial se hubiera apoderado del lugar. Sergio, detrás de su gorra de lana negra, lanza un “¿estamos?”. Alfredo asiente y así dan paso a lo que sigue: una demencial cabalgata de bajo y batería llamada “Caballos”, que supera los 16 minutos y forma parte de Ararat II, el segundo disco de la banda que ambos conforman junto a Tito Fargo desde el 2011. La épica, distorsionada y sombría atmósfera del track hace temblar las paredes dela sala de ensayo que Sergio tiene en su casona de San Isidro. Un lugar que hasta hace unos años recibía capas y capas de cuelgue distorsivo de Los Natas y hoy se sumerge en la experimentación psicooscura de Ararat.

Unos minutos antes, Sergio Chotsourian –alias Ch.- y Alfredo Felitte habían estado hablando con AZ. En el marco del especial stoner de este mes, dos de los principales referentes de esa escena nacional que agrupa desde hace casi dos décadas a todas las bandas que profesan la psicodelia pesada de los ’70 como bandera rockera, se dispusieron a viajar a los comienzos del género en el país a mediados de los ‘90, para leer desde allí el presente que los aboca hoy a Ararat. Los Natas en tiempos de Delmar, el mítico sello Man’s Ruin, la importancia de bandas como Taura y Dragonauta o el por qué decidieron encarar un proyecto que no cuenta con guitarras eléctricas son algunos de los temas tratados en esta primera parte de una extensa entrevista.

 AZ: ¿Cómo ven hoy la escena stoner casi dos décadas después?

Sergio: Creció un montón, todo lo que es el stoner rock, el doom y el sludge actual. Creo que el sueño que compartíamos con Alfred (Alfred es Alfredo Felitte, actual  baterista de Ararat, y está sentado a su lado) cuando empezamos con todo esto, él con Taura y yo con Los Natas, de poder hacer este tipo de música y compartirla con la gente, se cumplió. Al comienzo sólo había “fiestas stoner” y teníamos que buscar sucuchos para poder tocar. El objetivo que teníamos era que esta música se compartiera y se contagiara. Ese sueño se cumplió Y se cumplió para todos: para nosotros como músicos, para la gente como público y para ustedes como periodistas. Si hoy abrís Facebook tenés una banda de cada micro estilo de stoner para ir a ver.

AZ: Y una fiesta distinta cada fin de semana…

S: Sí. Tenés bandas de stoner clásico, otras más psicodélicas. La escena se regocija con buena cantidad y calidad de bandas. Y están todos a pleno, con los cuernos así [hace el gesto con las manos] y las cruces invertidas a full (risas).

Alfredo: En los comienzos, en realidad, ni siquiera era stoner, ni sludge, ni nada. Era tocar con quien se podía. Había cuatro bandas: Los Natas, Stonerwitch, Taura y Dragonauta, con una formación completamente distinta a la de ahora. Todo creció, y continúa creciendo. En eso tuvieron mucho que ver Los Natas, por supuesto.

S: Sí. Los Natas dejaron una discografía cerrada y fueron como un libro abierto para muchos chicos que arrancaban con sus bandas, que veían en nosotros una manera de plantarse en el escenario, una manera de arrancar. Una cosa para los pibes era decir “¿Cómo harán los de Fu Manchu o los Kyuss, para sacar ese sonido?” Y otra cosa era ir a un show de Los Natas y preguntar qué pedal usabas…

AZ: La importancia de Los Natas y Taura es que conectaron con la movida internacional tempranamente. Hacían stoner cuando todavía no existía esa etiqueta y el género llegó al país sin el “delay” con el que llegaron otros estilos como el punk o el metal.

S: Sí. El disco Delmar, que fue el primero que editamos con Los Natas, salió en el ’96 y lo sacó la misma compañía (Man’s Ruin Records, de Frank Kozik) que años después iba a editar los primeros discos de Queens of The Stone Age, Turbonegro y Fu Manchu ¡Nuestro disco salió antes que el de esas bandas! No me acuerdo el número de catálogo… [Saca una copia de Delmar y se fija]… ¡101! Frank Kozik arrancó del 50 me parece, no había arrancado de cero como me dijo ¡Fue el disco número 51 del sello! Después de eso, en el ’98 grabamos con Dale Crover, el batero de los Melvins, el segundo disco que es Ciudad de Brahman. Y acá tocábamos y venían cinco personas. Yo me cansé de repartir copias de Delmar, que después lo eligieron como uno de los diez mejores discos de la historia del stoner rock. Me cansé de tirar los discos en las radios, de llamar y pedir que lo pasen y que nadie te conteste.

AZ: Cuando empezaste a repartir Delmar en el exterior y de repente te llega la llamada de Kozik, ¿cuál fue tu primera reacción?

S: No lo podía creer. Al principio sacábamos todo en casette y yo mandé cuarenta a Estados Unidos y Europa, a las direcciones que encontraba en la contratapa de los discos y en las revistas. Un día le llegó una copia de Delmar a Frank Kozik, y me acuerdo que llegué a casa y tenía un mensaje de él en el contestador: “Hello, I’m Frank Kozik from Man’s Ruin. Quiero hacer negocio con tu disco, Natas Rules!” [Dice improvisando un español forzado]. Y yo me quedé helado. Fui a un locutorio, lo llamé y le mandé el máster en CD por carta, y él me mando los contratos por fax. A partir de ahí empezamos a hacer girar la bola: fuimos a Estados Unidos y empezaron a salir las ediciones en vinilo en Europa. Al tiempo cambiamos de compañía cuando Man’s Ruin cerró: editamos por Small Stone de Detroit El Hombre Montaña (2006) y El Nuevo Orden de la Libertad (2009). Después se creó la compañía MeteorCity, que era la primera distribuidora de stoner del mundo….

AZ: Los Natas como referentes mundiales. A partir de ahí, ¿cuál creés que el principal legado que dejaron?

S: Para la escena, Los Natas quedaron como la banda histórica de culto, que terminó en su mejor momento: abriendo para Rage Against The Machine y después de Queens Of The Stone Age en el Pepsi (en 2010 en Costanera Sur) y con un disco como Natas-Solodolor, que tiene de invitados a Boom Boom Kid, a Billy Anderson, al Topo Armetta y a Ricardo Iorio y Gustavo Rowek de V8.

AZ: ¿Y cómo nació Ararat?

S: Desde 2009 yo venía juntando muchos demos y grabaciones mías de joven con mi hermano (el director de orquesta Santiago Chotsourian), cosas que no entraban en Los Natas. Todo grabado con la criolla, un bombo legüero y algunas cosas más. De repente me di cuenta que había material para grabar un disco. Al mismo tiempo venía averiguando mucho de la historia de mis familiares armenios que sufrieron el genocidio de los turcos y se escaparon para acá. Un día me dije: “Todo este cacho de mi vida se llama Ararat”, que es una montaña de Armenia de donde vienen la mitad de mis antepados.

AZ: Y era además el nombre de tu abuelo, ¿no?

S: Sí, Ararat Nazaret Chotsourian, el inmigrante, único sobreviviente de 8 hermanos. Así fue cómo surgió el primer disco de Ararat, Música de la Resistencia, de 2009, que era más que nada yo solito con mi hermano y todo lo que venía del lado B de mi vida musical.

AZ: ¿Y cómo Ararat se convirtió en tu principal proyecto?

S: Durante el año pasado hice un gran cambio interior y de conciencia, más que nada porque todo ese estilo de vida, lo que a los pendejos hoy en día les parece divertido del stoner, que son las cruces invertidas y las calaveras, al final del camino te destroza. Estás todo el tiempo de gira, vivís arriba de un avión y te acostás a las 7 de la mañana todos los días. Los shows de Los Natas eran como un trance musical de dos horas muy intensas; nosotros convertidos en chamanes invocando una suerte de exorcismo para sacarte los males, a veces acompañados por mambos mentales medio oscuros. Está todo bien hacerlo en un momento de tu vida, pero dos décadas…A mí después de los shows me temblaba el cuerpo, no me podía dormir. Se terminó convirtiendo en algo muy caótico que fue importante detener a tiempo. Decidí entonces cerrar la banda. Al mismo tiempo, ya venía trabajando con Alfred, que se sumó al proyecto, en lo que iba a ser Ararat II (el segundo disco de la banda, que se editó al año pasado por Oui Oui Records).

A: Todo en paralelo a Los Natas y a Banda de la Muerte (la segunda banda de Alfredo, luego de Taura). Algo que nació de la amistad y de querer hacer algo diferente.

S: A partir de ahí surgió la idea de empezar a reciclar energía.

AZ: Ararat fue como una válvula de escape.

S: Ararat fue la gran válvula de escape que hicimos para terminar de hacer chorrear todos los males que teníamos.

AZ: ¿Cómo te sumaste vos Alfredo?

A: No había un plan. Un día me llamó Sergio y me dijo: “Che, ¿hacemos esto?”. Así fue.

S: Cuando arranqué a hacer el Ararat nuevo, que sería Ararat II, tenía dos temas de veinte minutos, como dos largos solos de batería. Yo me imaginaba toda la música arriba, y empecé a rellenar arriba. Ahí lo llamé a Alfredo y le dije: “Necesito que me ayudes. Necesito tu nervio para tocar, tu alegría, que estoy en presencia de unos buenos temas”. Por eso es que no había un plan: en los primeros días de Ararat nos juntábamos a tomar Fernet, a charlar y a tocar. Y lo primero que se nos ocurrió al principio era con qué instrumento agarro yo, si con el teclado o la viola. Ararat venía como muy variado, y ahí  Alfredito me dijo: “Sergio, tocá el bajo”. Los primeros shows de Ararat eran Alfredo y yo sólos. Poníamos la batería y yo armaba un equipo de bajo en cada lado del escenario. Así grabamos el disco.

A: Él había grabado los demos con el bajo y me decía que quería tocar ese instrumento. Por eso le dije que tocara el bajo. Salimos con bajo y batería, que hoy sigue siendo la columna vertebral de Ararat.

AZ: ¿Y Tito Fargo?

S: Yo venía tocando con él. Tito se había convertido en mi profesor de guitarra, mi nuevo maestro de guitarra criolla. Durante un año y medio estuvimos tocando guitarras criollas. Y se me ocurrió decirle: “Tito, vos que ya conocés los temas de Ararat, ¿no querés venir a probar un día?”. Vino, ensayamos y a la semana ya estábamos tocando. Y si bien no grabó en Ararat II, él musicaliza todos los arreglos del álbum en los shows. Además, estamos colando algunos temas acústicos nuevos y él está produciendo el próximo disco.

AZ: Ahí se consolidaron como trío.

S: Se empezó a armar el sonido de Ararat actual. Yo pasando el bajo por equipos de guitarra, y haciéndolo sonar como una guitarra gigante, como un bajo de Motorhëad pero ácido, lento.

AZ: Al público le cuesta creer que eso que suena así es un bajo.

S: (Risas). Para nosotros era medio como un dogma. No queríamos meter guitarra eléctrica, está prohibido. Un poco la idea era plantarse con otra cosa. No es que ya perdimos la pasión por el stoner rock, pero le dimos tantas vueltas y vueltas a los mismos riffs y a los mismos pedales que ya la expresión tiene que venir desde otro lado.

A: No caímos en el stoner, no porque no sepamos o no queramos, sino porque no caemos. Ya directamente no nos sale más.

S: Con Ararat la idea no era decir: “Che, loco, hace veinte años que tenemos Los Natas y Taura, y ahora hay una escena stoner terrible. Vamos a salir a romperles el culo a todos”. Todo lo contrario. Nosotros dijimos: “Loco, vamos a juntarnos y a disfrutar como niños. Vamos a jugar con la música y, dentro de lo que es el estilo, tratemos de reinventarnos para encontrar otros lugares desde donde descargar la mierda”.

AZ: Quizá, también querían desmitificar un poco los típicos íconos stoner: “ruta-marihuana-desierto”.

A: Fue como mojarle un poco la oreja a la escena. Desenmascarar un poco un fanatismo excesivo de valores que hoy en día no enaltecemos. A un pibe de veinte años lo primero que le digo es “cuidado con la droga, cuidá a tu novia, tratá bien a tus amigos”. Veinte años atrás le hubiera dicho “tomate un ácido y andá al desierto”.

S: En su momento, también allá en Estados Unidos bandas como Kyuss y Fu Manchu decían: “¿Stoner? ¿Qué es eso muchachos? Yo sólo estoy tocando música”. Hay una estigmatización, entonces es necesario romper un poco los esquemas de todo lo que está preestablecido, con el dogma stoner: llegó un momento de mi vida en donde ví que todo me estaba tirando a ser punta de lanza de una historia que me estaba prendiendo fuego y dije: “Yo Zakk Wylde no quiero ser en mi puta vida”. Yo quiero ser un buen papá para mis hijos, un buen amigo para mis amigos, y pasarla bien con la música.

A: Pareciera como que estamos criticando al stoner. Para mí es hermoso que un pibe en vez de escuchar Technotronic, escuche Kyuss o Black Sabbath. De lo que estamos en contra es que se busque repetir patrones. A nosotros, por lo menos, eso nos cansa.

AZ: Eso genera un estancamiento del género, se repite a sí mismo.

A: Yo creo que eso realmente nunca es sano.

AZ: Ararat parece venir a reivindicar lo lúdico en la música. Romper con las reglas y con la presión que les exigía mantenerse en un mismo recorrido.

S: En algunos shows de Los Natas, cuando terminábamos de tocar, venían pibes del público y se enojaban porque decían que yo había usado no sé cuál pedal, y alguno me decía: “Yo lo escuché, no podés ser tan garca y no decirme. No me estás queriendo decir”.

AZ: Creían que les estabas ocultando “el gran truco del maestro”…

S: Ya era un mambo tan tarado, que en ese sentido Ararat para nosotros fue como una liberación.