Gastón Massenzio logra en su sexto disco, La Presencia, un álbum melancólico, mágico y misterioso. Canciones delicadas, oscuras de un mundo por descubrir.

Por Claudio Kobelt

Escuchar La Presencia (Fuego Amigo Discos, 2015), el nuevo disco de Gastón Massenzio, es como caer tras Alicia por el agujero del conejo. Un mundo fantástico y multicolor se pinta ante nosotros, pero de colores extraños, corroídos, quemados por el paso del tiempo y el fuego de las batallas diarias. Una atmósfera oscura todo lo impregna. Misterio, sombras y luna, como el clima enrarecido de una película que mezcla fantasía y cine negro.

El álbum empieza con “Humo”, que crece y muta luego de un remolino de cuerdas que cambia el espíritu de la canción y del ambiente, como un rayo que parte en dos la calma, iniciando de este modo una tormenta suave, constante y voraz. Así entramos en esta enigmática dimensión. Inmediatamente después, como una continuación de lo recién iniciado, suena “Puente del sol”, y aunque se envuelva en otro clima –con una cadencia más dura y una psicodélica pesadez- se engancha a la perfección con la melodía anterior, como adentrándose en el ojo de la tormenta antes desatada.

Todo el álbum está habitado por un aura misteriosa, lúgubre, como de cuento de hadas en penumbras, como en la preciosa “Landnámabók”, que en su grácil y etéreo cuerpo sonoro y figura melódica pareciera ser una nube de luciérnagas que nos envuelve, nos besa y se eleva. “Cristales en el mar” sigue el tema del agua también ahondado en las dos canciones anteriores, aunque en esta oportunidad sale de las imágenes de espejo, ahogo, soledad y magnitud para representar con toques folclóricos un paseo de la mano por la arena húmeda y su más romántica extensión.

“Máscaras”, por su parte, vuelve a cambiar la atmósfera con una reflexión sobre la lluvia que cae y el peso de la existencia. La tormenta pasó, y esta canción es la observación de su destrucción. El trabajo de guitarras, texturas y coros convierten a este tema en un arma filosa de melancolía y belleza oscura, y en uno de los puntos más altos del disco.

Otro de las canciones más logradas de La Presencia es sin dudas “Paisaje Imaginario”. De poesía dulce, triste, con un piano clave, con la voz de Massenzio en su mejor momento, todo al servicio de una canción que conmueve sin más.  “Realismo Mágico” es por su parte el tema que más remite a los anteriores trabajos del cantante: un remanso del espíritu, de la travesía, del relato construido; mientras que “Cima” es el viento soplando en la cara, encegueciendo, es avanzar dejando atrás la destrucción. Si hasta se puede oír el cuerpo atravesando la noche, llegando a la luz.

El último track del disco, “Spleen”, más que un cierre es un nuevo camino, el anhelo, una búsqueda más esperanzada y renovadora. Como cada registro que Gastón Massenzio edita. Siempre con una propuesta, instrumentación y concepto diferente a lo anterior. Aquí su voz alcanza un registro inesperado, que otorga a las canciones una mayor sensibilidad y carga emotiva.

Los arreglos de cuerdas, coros, piano pintan a la perfección ese mundo fantástico y secreto. Las canciones construyen una tras otra un cuento delicado y lóbrego que avanza delicado pero imparable, irresistible, desconocido y seductor, que nos hipnotiza y arrastra. ¿Somos escuchas o somos habitantes? ¿Somos testigos o parte? ¿Solo turistas o acaso esta tierra de nostalgia, anhelo y fuego es nuestra patria? Es imposible saberlo, solo queda dejarse llevar, darle play a La Presencia, y seguir al conejo por dónde va.//z