Filosofía, cine, ficción, perfiles y ensayo: algunas novedades editoriales (y no tanto) para descubrir.

Por Pablo Díaz Marenghi

La caja de botones de Gwendy, de Stephen King y Richard Chizmar (Suma de Letras, Random House)

Esta novela breve (breve para la extensión habitual de King, ya que tiene la considerable cantidad de 192 páginas) no forma parte de lo más destacado de su obra. Es más, podría considerarse una pieza menor. Sin embargo, aporta un matiz que contribuye a ampliar un poco más aquellas producciones del escritor de Maine que supo convertirse en el maestro del género terror que podrían encasillarse como relecturas de influencias. En este caso el homenaje, el eco que resuena al oído mientras uno lee, es a uno de los mejores cuentos de horror de todos los tiempos: “La pata de mono”, de W.W. Jacobs. Escrito por una pluma que venía, más bien, de la sátira, al estilo Jonathan Swift, su trama interesa porque plantea un dilema: ¿qué pasaría si por medio de un artilugio mágico y misterioso uno pudiera torcer las fuerzas del destino? ¿Y qué pasaría si, al torcerlas, las consecuencias fueran desastrosas? Tal es la premisa de La caja de botones…, escrita a cuatro manos con el guionista y editor Richard Chizmar, quien ayudó a King a cerrar la idea.

La protagonista es Gwendy, una niña que se encuentra con un extraño vestido todo de negro (una suerte de Mefistófeles, enviado de Satán, un Lito Cruz en la serie El Garante) que le ofrece una caja mágica que, le garantiza, la llevará al éxito en lo que desee. Dicha caja la ayuda mucho y uno, como lector, acompaña su crecimiento, su tránsito por la adolescencia y el inicio de la adultez. Sin embargo, al transcurrir el relato la cosa se pone bastante oscura. Sin destellos deslumbrantes, y con algunos lugares comunes, la dupla King/Chizmar va a lo seguro. Los amantes del susto disfrutarán de una novela de lectura ligera que le hace justicia a la prosa seca de King y cuyo acento se sitúa en torno a los dilemas éticos, del mismo modo que lo hiciera Jacobs en su relato de 1902, y en sintonía con lo hecho por el propio King en Cementerio de animales (1983).

La verdadera vida, de Alain Badiou (Interzona)

El presente ensayo comienza, como cualquier trabajo filosófico digno de serlo, con una pregunta: “¿por qué diablos me ocupo de hablar de la juventud?” El francés, de ochenta y dos años, se propone reflexionar en torno a la juventud, concepto problemático si los hay, así como en otros tiempos se ha centrado en el amor, el arte o la política. El libro, editado por Interzona en un elegante y práctico formato de bolsillo y tapa dura, está dividido en tres apartados y se basa en una serie de conferencias que el autor dictó en diversas instituciones europeas. En la primera parte analiza qué entiende él por ser joven y cuál es su diagnóstico actual. Afirma que, hoy en día, es posible ver a “una juventud que no está sometida a una severa iniciación” y, a la vez, una valorización de la vejez infinitamente menor al tiempo pasado. Además, sostiene: “el culto a la juventud, como ideología, como tema de la publicidad mercantil, impregna la sociedad, que toma por modelo a los jóvenes”.

De este modo analiza la propensión por una juventud imperecedera, un apogeo de políticas represivas en contra de las futuras generaciones y distingue una “dificultad de la juventud de situarse en el nuevo mundo”, mientras instituciones milenarias se desmoronan. Tal es, según el filósofo, la mayor crisis de la actualidad. Mientras intercala pasajes del Manifiesto Comunista, referencias al presente europeo y árabe con citas de Mao, evidencia una formación en la filosofía platoniana e interpela, de manera directa, a varones y mujeres en el segundo y tercer capítulo del libro. Este último, donde problematiza cuestiones en torno a proclamas feministas, es el de mayor urgencia por la coyuntura actual. Allí, mientras plantea preguntas en relación al derecho válido de elegir no ser madre, Badiou afirma: “en el fondo, toda la rebelión feminista (…) equivale a un solo punto: una mujer puede y debe existir sin depender del hombre”.

Los viernes, Tomo cuatro, de Juan Forn (Emecé, Planeta)

Desde hace once años que Juan Forn (1959) ha seguido al pie de la letra la máxima de la cronista Leila Guerriero: la realidad ofrece toda la materia prima necesaria para contar historias. Luego de publicar novelas, cuentos y poesía, el autor de Nadar de noche (1991) se volcó definitivamente a un estilo peculiar de columna, híbrido entre el ensayo, la crónica, la semblanza y el perfil, que fue perfeccionando hasta darle un toque único. Las contratapas de los viernes  de Forn se han vuelto un género literario y periodístico en sí mismo. Se convirtió en un rastreador de historias. Un cazador furtivo, agazapado desde la aparente tranquilidad de su domicilio en Villa Gessell, alejado del caos de la urbe desde hace tiempo, cuando se asustó a partir de un episodio de salud que lo tuvo casi al borde de la muerte.

Emecé comenzó a recopilar todas estas contratapas, textos breves, que cautivan por su belleza estética, minimalista, y, a la vez, funcionan como lecciones de cómo narrar. En este tomo, el cuarto, Forn conduce al lector de Tokio a Moscú, habla de escritores consagrados como Vladimir Nabokov u Honoré de Balzac y echa luz sobre figuras de culto, raros, desconocidos (sus favoritos) como Sergéi Dovlátov, Lucía Berlin o la premio Nobel Svetlana Aleksiévich. Forn se luce con frases potentes como: “Había una vez un país llamado Yugoslavia, que nunca aceptó del todo que era un país, porque creía que era más que un país”. Lo atraviesa la política, cuando se sitúa sobre Lenin, Stalin, Primo Levi y Marx, o el cine y la fotografía, al indagar sobre Henri Cartier-Bresson, Pier Paolo Pasolini, Audrey Hepburn o Martin Scorsese y Robert de Niro, al contar la antesala de Toro Salvaje (1980). Forn combina erudición y ternura en partes iguales, como cuando expone su relación intima con Abelardo Castillo, uno de sus grandes maestros, o narra la historia de su amigo el “guante” Cattaneo. Este cuarto tomo de sus contratapas ratifica, una vez más, el peso de su producción periodístico-literaria cuyo potencial reflexivo, narrativo y artístico conforma su principal legado.

Lynch por Lynch, de David Lynch (Editado por Chris Rodley) (El Cuenco de Plata)

La colección Cine de El cuenco de Plata echa luz sobre la obra de directores fundacionales, en su propia voz, a partir de entrevistas. Son ellos quienes, en primera persona, desmenuzan su vida y obra. Tal es el caso de David Lynch, quien, interrogado por el también cineasta Chris Rodley, explora su manera de concebir el quehacer cinematográfico y el arte en general, desde sus inicios en la pintura, sus primeros cortometrajes y (casi) todas sus películas –el racconto llega hasta Mulholland Drive, 2001–. Este libro resulta una gema por varios motivos: será de suma importancia para el lyncheano acérrimo ya que se enterará, por medio del mismo, de innumerables anécdotas de los rodajes (como cuando cuenta que trabajaba repartiendo periódicos mientras filmaba Eraserhead) y de los diversos procesos creativos del director, que se embeben de surrealismo, dadaísmo y psicoanálisis para explorar los rincones más perturbadores e inexplorados del ser humano.

“La oscuridad es la comprensión del mundo, la naturaleza humana y mi propia naturaleza”, dirá, muy suelto de cuerpo. Además, funciona para conocer un poco más la mente de uno de los directores más relevantes del siglo XX, que supo cosechar, casi en partes iguales, amantes y detractores (aquellos que, con cierta pereza intelectual, suelen acusar a sus filmes de “inentendibles”). Ante esta crítica liviana Lynch arrojará, en una de sus respuestas: “explicitar qué es la película implica privar a los espectadores de la alegría de analizar la película detenidamente y de sentirla detenidamente y de llegar a una conclusión por sus propios medios”.

Corazones estallados, la política del posthumanismo, de J.P. Zooey (Cía. Naviera Ilimitada Editores)

Hace rato que todo lo que J.G. Ballard o Philip K. Dick fantasearon en su literatura se viene cumpliendo. En tiempos en donde Black Mirror comienza a quedar como un viejo folletín, las distopías entretienen a los adolescentes y Byung-Chul Han es leído tanto por CEOs como por docentes de la facultad de Filosofía y Letras, un académico y escritor argentino, J. P. Zooey, publica Corazones Estallados, un ensayo que enciende aún más este debate en torno a una dicotomía que lo atraviesa todo: el humanismo y el posthumanismo. El autor, también docente de la UBA, viene publicando novelas con buena recepción. En todas suele sobrevolar el tema de la dependencia tecnológica y la supremacía de internet en la vida cotidiana. En este ensayo comienza retrotrayéndose al origen de la filosofía humanista para cuestionarla y pensar el posthumanismo actual. Afirma: “al posthumano la lectoescritura y la nación le significan tan poco como la escuela”.

Siguiendo el pensamiento de autores como Peter Sloterdijk, Bifo Berardi o Paul Virilo, analiza cómo el ser humano actual se encuentra moldeado, ensimismado y bombardeado por los medios de comunicación, la telecomunicación digital en red, el consumo de marcas y productos. Algo que lo impulsa a crear una humanidad otra, con otros códigos que ponen a la instituciones y a todo lo concebido por el proyecto de la modernidad en jaque. Algo que ya han explicado una infinidad de autores (Michel Foucault y Gilles Deleuze, por citar algunos) pero que bien vale la pena actualizar, incluso, con ejemplos locales. El autor arroja más dudas que certezas al preguntarse por la libertad,  la argumentación, la reacción, la excitación, la velocidad, la soledad, el deseo, la empatía, la igualdad, el individualismo y la política. Mientras intercala citas a escritores que, desde la ficción, también problematizan la cuestión posthumana, como Michel Houellebecq o Tao Lin. Pese a que, por momentos, sus giros retóricos se vuelven pesimistas y apocalípticos, Zooey sostiene que “aún en la derrota, habrá que seguir elaborando pensamiento crítico, confiándonos a los libros, descubriendo un párrafo, una frase, una última palabra emancipadora tallada en puño y letra en el tablado del cadalso”. //∆z