Un repaso por algunas películas que nos gustaron de la edición virtual de uno de los eventos cinéfilos por excelencia de América Latina. La pandemia trajo, más que nunca, el cine a casa y aquí presentamos algunos comentarios sobre ficciones, documentales y cortos nacionales e internacionales; ganadoras de premios y, también, algunas rarezas. 

Por Ignacio Barragán y Pablo Díaz Marenghi

Fotos: prensa del 35° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata

El balance al fin y al cabo resulta favorable. Si bien este año no hubo playa a la salida de las películas, al menos se logró que el Festival de Cine de Mar del Plata llegase a todo el país. Este dato no es menor y debe subrayarse. El hecho de que la ultima edición del festival haya sido gratuito y federal es importante por el alcance e inclusión que puede lograrse. Mas allá de la pandemia y las diversas dificultades de acceso a la tecnología en la población —problemas no menores—, el haber tomado la decisión de realizar el evento en formato online es destacable.

Como suele suceder, la programación estuvo a la altura de las circunstancias. Aunque el numero de películas disminuyó por cuestiones de tiempo, la selección fue fina y diversa. En la Competencia Internacional se destacó El año del descubrimiento de Luis López Carrasco con el premio a Mejor Largometraje. También, Matías Piñeiro recibió dos galardones gracias a Isabella: Mejor Dirección y Mejor interpretación por María Villar. Otra película que tuvo bastante revuelo y por eso se llevo el premio al Mejor Guion fue Adiós a la memoria de Nicolás Prividera, un hibrido entre el ensayo político y la memoria del padre. 

En la Competencia Latinoamericana hay que señalar a Los Conductos de Camilo Restrepo y de la Competencia Argentina a El tiempo perdido de María Álvarez. Ambas películas, diferentes entre si, pusieron en escena nuevos elementos cinematográficos. Las historias gozan de simpleza pero sus estéticas son complejas. Se las puede describir como un entramado de posibilidades.

Si algo demostró esta edición del Festival es que el cine no esta muerto. Por más que las salas estén aun cerradas, la cinefilia resiste, inclusive, de forma digital.

Adiós a la memoria, de Nicolás Prividera

Con este filme, ganador al premio “Mejor Guión”, el director y crítico finaliza una suerte de “trilogía involuntaria” alla Levrero que comenzó con M (2007) —sobre su madre desaparecida durante la última Dictadura Militar— prosiguió con Tierra de los padres (2011) —documental ambientado en el Cementerio de la Recoleta que problematiza la historia de la violencia política argentina— y termina con esta pieza que podría catalogarse como una suerte de ensayo audiovisual o cine ensayístico autobiográfica. En la misma sintonía que diversos autores que problematizaron la memoria desde un costado de hijo de desaparecido irreverente (Félix Bruzzone, Lola Arias, Albertina Carri) Prividera cruza los 70s con la cuestión biológica de la pérdida de la memoria de su padre. Su deterioro cognitivo se entrecruza con el pasado nacional reciente mediante imágenes suyas actuales capturadas por su hijo y registros en super8 que él filmaba con una cámara casera. La memoria y el olvido son presentadas como las dos caras de una misma moneda que posibilita el pensar al país y al realizador mismo. En el medio se cuelan citas a Antonio Gramsci, Gilles Deleuze & Félix Guattari y al conde de Montecristo mientras el hilo conductor de un relato (por momentos confuso, denso o caótico como las notas que tomaban a mano padre e hijo) se va construyendo a lo largo del visionado. Una búsqueda personal que puede leerse como universal al mismo tiempo. Histórica y filial, artística y política.  Pablo Díaz Marenghi. 

El tiempo perdido, de María Álvarez

Hay obras literarias que ayudan a vivir, o al menos eso es lo que parece sugerir María Álvarez en su ultima película. El argumento de la película es delicado pero abarca grandes áreas. Un grupo de jubilados y señoras se juntan en un café de Lavalle y Libertad todas las semanas entre las cuatro y las seis a leer En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Pasan gran parte del año leyendo sus siete tomos y, una vez que los terminan, vuelven a empezar. Este rito ya lleva mas de dieciocho años.

Este largometraje es igual de impresionante y humano que su anterior película: Las cinephilas. La realizadora es una especie de Vivian Maier que retrata la vida de los otros; pone el ojo en el centro neurálgico de la sensibilidad humana. Las personas mayores de Álvarez son seres llenos de historia y cicatrices que deambulan por la ciudad en busca de una pasión, un destino. Este mismo puede ser el del cine o la literatura.

Lo que parece un simple club de lectura se vuelve un diván. Los lectores se adentran en el libro de Proust para volverlo suyo. Una constante de la película es ver como cada uno de los participantes analizan su vida en relación con la obra literaria. La mayor parte de ellos encuentran algo de sus vidas en este clásico francés. La manera en la que se sintieron en algún momento, los olores, los traumas o , inclusive, una sonrisa son detalles personales que reaparecen con la lectura de los diversos tomos.

Hay un puente de contacto entre Las cinephilas y El tiempo perdido y es Norma. Aquella jubilada que se queja y se apasiona en partes iguales. De alguna manera ella es, en principio, el núcleo del grupo de lectura pero, a la vez, su personaje logra difuminarse entre otras figuras. No resulta raro que esta obra haya ganado el premio a Mejor Largometraje de la Competencia Argentina. La mirada de María Álvarez no disecciona sino que amplia el mundo interior de sus personas. Ignacio Barragán. 

 

Las siamesas, de Paula Hernández

Al igual que tantas películas a lo largo de la historia universal del cine, la relación entre una madre y una hija ha sido un tópico abordado hasta el hartazgo. Hete aquí un caso más, en este caso local, que plantea un universo que rosa lo suburbano, la clase media/baja, lo popular y, por qué no, lo patético. Aquí se ve a una notable Rita Cortese componiendo a Clota, una madre camino a la ancianidad, matriarca, llena de quejas y miedos que roza, por momentos, la parodia folklórica pero se mantiene, en gran medida, verosímil. Lo nuevo de Paula Hernández —cuyo filme anterior, Los sonámbulos, fue elegido para representar a la Argentina en los Oscars— se trata de un viaje que nunca termina hasta que termina. Ganadora del premio Flow, es una suerte de road movie por las rutas atlánticas bonaerenses pero en donde el paisaje está compuesto por aquellos elementos tan conocidos por cierto extracto social popular: micros de doble piso larga distancia y estaciones de servicio ubicadas en zonas inhóspitas para el ojo híper porteñizado. En aquella geografía desolada y polvorienta, esta madre,  expone las miserias más profundas de una familia de a poco, retratando, mediante diálogos y silencios, la relación con su hija Estela (Valeria Lois) que explica el título del filme. Por medio de pinceladas que remiten desde lo visual a la trilogía de la carretera de David Lynch, la realizadora se arriesga un poco más que en su película anterior aunque con ciertas lagunas en el guión que empantanan un poco el ritmo del relato. Pese a esto, el final deja la puerta abierta para que el espectador se emocione y concluya un viaje que parece, por momentos, no tener final. Pablo Díaz Marenghi. 

Isabella, de Matías Piñeiro

La referencia a Le rayon vert de Éric Rohmer al comienzo de Isabella resulta tentadora. El color púrpura del director argentino es el verde del francés. Ambos colocan el destino de sus personajes en el horizonte, el momento donde el sol se empieza a esconder en el mar y aparecen los colores mas raros que siempre terminan atrapados en stories de Instagram. 

En la obra de Piñeiro siempre está el teatro y Shakespeare. Lo interesante radica en las vertientes que generan estas dos áreas. En este caso, lo que antes era contenido, ahora es forma. Esta es una de las obras mas estilizadas del director. La trama, en realidad, subyace toda una serie de formatos y colores que poco a poco desplazan la narración. El espectador se va a encontrar con una película circular pero que gira hacia adentro y hacia afuera en forma de cuadrados, un poco como las pinturas de Joseph Albers.

Hay una relación entre el director y la actriz principal que es fundamental para el filme: Piñeiro y María Villar no solo experimentan con la narración sino con el cuerpo mismo del relato. Mas allá de los diálogos del dramaturgo inglés que se cuelan en la historia, la conversación de los actores también es de corte teatral. Hay cierto barroquismo lirico que resulta encantador en las películas de Piñeiro. No es hacer teatro en el cine, es teatralizar el cine.

Se pueden plantear decenas de teorías en torno a esta obra. Podría leerse tanto como una película de diseño o como un filme experimental. La realidad es que lo que la hace bella es lo mas simple: su argumento. Isabella es la historia de dos actrices que quieren el mismo papel, una lo consigue y la otra no. Esto y el verde de las sierras de Córdoba hacen al todo. Ignacio Barragán. 

1982, de Lucas Gallo

Un posible resumen de este documental: el “Estamos ganando” explicado de forma audiovisual. Con material de archivo de los programas 60 minutos y del especial Las 24 horas de las Malvinas conducido por Pinky y Cacho Fontana, Lucas Gallo reconstruye la manipulación mediática que justificó una guerra absurda y kamikaze envalentonada por un militar borracho que usurpó el Estado en pos de una bocanada de aire fresco. Soberanía nacional y nacionalismo recalcitrante, servilismo mediático y servicios informativos: todo convive en este documental que, por momentos, parece un mockumentary. La emoción se vuelve inevitable ante el dolor de la muerte y los testimonios de los colimbas enviados a la primera línea de batalla. Ciertos planos de noticieros muestran nubes de humo negro que se convierten en una suerte de Apocalypse Now patagónico. Algo que también impresiona es la calidad retórica y discursiva de los noticieros de aquella época, algo poco usual en la tv contemporánea en donde abunda el discurso chabacano, vacío y en un tono “copado/buena onda” antes que preocupado por los signos de puntuación, ortografía y sintaxis a la hora de expresarse verbalmente. Nutrido de imágenes de un valor histórico notable, Gallo forja un discurso que permite hacerse preguntas sobre la memoria, la indiferencia de un pueblo y el significado verdadero de la patria que oscila entre la solidaridad, la complicidad con el terror, el miedo, el amor, la fraternidad, la valentía y la obstinación. Pablo Díaz Marenghi. 

El año del descubrimiento, de Luis López Carrasco

En un contexto donde ciertos vicios del neoliberalismo aun persisten y donde el cine político mengua hace años, la aparición de este documental es algo para festejar. Es una bocanada de aire fresco entre tanto snobismo cinematográfico y producciones prefabricadas. Narra las protestas que se dieron en la ciudad de Cartagena (España) a raíz de una crisis industrial de la región que culminó con la quema misma del parlamento de la ciudad. Durante las mas de tres horas de duración es difícil despegarse de la pantalla.

El filme es una cadena de testimonios registrados en un bar de la ciudad. Aparecen personas que relatan sus malos días con la crisis con un particular modo de hablar y contar anécdotas. Todo se trata de contar historias y que mejor hacerlo que con amigos y frente a un vaso de sidra. La cámara se camufla entre los entrevistados. Está dividida y, a la vez, escondida. Los relatos sobre los pesares del trabajador en la España de los noventa son escalofriantes, algunos dignos de un cuento de terror.

Es un filme de denuncia. Las bajezas que soportaba la clase trabajadora del 92’ no está muy lejos de las que soporta hoy. La valioso de El año del descubrimiento es como pone en relieve las contradicciones del sistema capitalista interpelando el pasado; cómo el ayer habla de lo que pasa hoy. Ignacio Barragán. 

Historia de lo oculto, de Cristian Ponce

Esta es, sin dudas, una de las películas nacionales más innovadoras de los últimos tiempos y, por tal motivo, una de las más complejas de analizar y descifrar. El plot se basa en un entramado que entrecruza conspiración, un programa periodístico televisivo de los 80s, política, satanismo y magia negra en el primer largometraje de Cristian Ponce (La frecuencia Kirlian, Breve historia en el planeta). Dentro de un registro de blanco y negro con guiños al noir, comienza a contarse una historia que narra a cuentagotas e, incluso, corre riesgos de confundir o engañar. Se juega con el tiempo real del programa al unísono con el tiempo del espectador y se juega con un registro documental. Desde lo visual, hay escenas muy lyncheanas (la irrupción de tonos de rojo que oscilan entre el bermellón y el magenta, escenas en la calle, delirios místicos que incluyen drogas duras) mientras se intenta exponer públicamente una conspiración que, por momentos es siniestra y ridícula en partes iguales. Párrafo aparte para la soberbia actuación de Germán Baudino (quien resultó ganador del premio Mejor Actor) al componer a una suerte de brujo ocultista símil López Rega que despliega lo más ominoso de su poder en vivo y en directo a través de las cámaras de televisión, lo cual genera una fascinación magnética imposible de ignorar. Pablo Díaz Marenghi. 

Homenaje a la obra de Philip Henry Gosse, de Pablo Martin Weber (Cortometraje)

Dos ejes se debaten: por un lado el experimento tanto audiovisual como científico; por el otro, el caos en el que vive la humanidad en esta era convulsionada de datos e información. Philip Henry Gosse fue un historiador natural y divulgador que poseía una visión bastante particular del mundo. En su filosofía no solo convivían el cientificismo sino, también, un cristianismo aggiornado. Pablo Weber, por medio de su homenaje, realiza un movimiento de traslación y coloca las inquietudes del naturalista en la vorágine de esta era digital.

El concepto de fósil se asemeja al de documento. Como si fuese un paleontólogo, Weber escarba en su archivo audiovisual y lo somete a una serie de preguntas. Son las dudas que emergen en el camino las que van trazando el objeto del corto. Lo que se pretende es simple pero, a la vez, no del todo visible. La tesis principal del relato sería someterlo todo al cuestionamiento: ya no se puede confiar en la verosimilitud de la información.

Lo destacable de esta obra (ganadora del premio al Mejor Cortometraje) es el hecho de enlazar naturaleza con realidad virtual. En el medio de estos mundos que de a momentos parecen disimiles, hay todo un conjunto de puntos de contacto que confluyen simultáneamente. De alguna manera, Weber propone quitarle las jerarquías a distintos objetos que aportan información y preguntarse por ellos hasta llegar a lo mas obvio: ¿Qué son?. Ignacio Barragán. 

Un crimen común, de Francisco Márquez

La más reciente película de Francisco Márquez (La larga noche de Francisco Sanctis, 2016) presenta, de un modo paulatino y con una fotografía estéticamente muy cuidada, la vida de Cecilia (una siempre correcta Elisa Carricajo) profesora universitaria, madre soltera, cuyo presente es, en apariencia apacible. Pero, al posarse la cámara con mayor detenimiento sobre su existencia comienza a observarse una inestabilidad emocional notable. Algo que será el combustible que encienda la chispa de la trama. Todo se pone patas arriba cuando el hijo de su empleada doméstica muere y provoca una cierre de colapsos internos en ella, quien no sólo protagoniza el filme sino que es el punto de vista que dirige la narración. Cecilia se verá involucrada en un caso policial de una manera que no vale la pena spoilear pero que podría adelantarse que expone las contradicciones y fantasmas propios de la clase media tal como en los cuentos de Tomás Downey, co-guionista del filme. Todo se presenta de a poco. Mediante el uso de planos largos, algo monótonos por momentos, se crea un clima sórdido y cotidiano a la vez. Lo cual convierte al filme en inquietante de lo tan cercano que se presenta. Una especie de mosca que zumba en la oreja del mediopelo argentino.  Pablo Díaz Marenghi. 

No existen treinta y seis maneras de mostrar como un hombre se sube a un caballo, de Nicolás Zukerfeld

Una cita de Edgardo Cozarinky dispara una duda o, mas bien, una película. De acuerdo al escritor, Raoul Walsh dijo alguna vez que “No existen treinta y seis manera de mostrar como un hombre se sube a un caballo” La línea contiene una mezcla de impacto visual y verdad revelada que se ajusta a la filosofía cinematográfica del director norteamericano. Existe solo un problema que siempre aquejó a investigadores y obsesivos: ¿De donde salió esta frase?

La obra de Nicolás Zukerfeld esta dividida en tres capítulos muy característicos. El primero de ellos es una sucesión de imágenes de películas de Raoul Walsh que responden a una serie de premisas fácilmente reconocibles a través de la repetición marcada. Es un montaje donde se explicita la búsqueda temática de la obra. El segundo capitulo es narrativo y contiene la travesía de un profesor en busca de la fuente de la frase. Una voz en off relata una serie de peripecias acontecidas entre archivos documentales digitalizados y viejas revistas argentinas de sótano. Este segmento del filme resulta revelador porque despliega toda una parafernalia de referencias en torno a la critica de cine que resultan indicadas: no solo aparecen las revistas Tiempo de Cine o Cahiers du Cinema sino, también, un corolario de críticos de cine argentinos que colabora con la búsqueda. El tercer capitulo es una conclusión que también sugiere una continuidad.

La última obra de Zukerfeld esta plagada de sus propios intereses: cine, historia e investigación. Es una película de a momentos hipnótica con la que el espectador se pone a recorrer los laberinticos recovecos de un misterio de archivo. Este filme podría ser, tranquilamente, una historia apasionante de detectives en busca de una cita apócrifa. Ignacio Barragán