En la era cultural del cálculo algorítmico, los 107 Faunos vuelven a apostar por la fantasía en su nuevo álbum El Ataque Suave. Una de las bandas más emblemáticas del indie argentino reflexiona sobre las formas en que escuchamos en tiempos de Spotify, la influencia de las artes plásticas en sus canciones y el entrelazamiento entre estética y política.

Por Julián Delgado
Fotos de Sergio Albert

(Esta entrevista se publicó originalmente en la caja artística y literaria Mística. Club de Arte de La Plata del mes de noviembre de 2020. Mística es una iniciativa de la Galería Cariño y la librería Malisia para promover a las y los artistas platenses.)

En el año de la pandemia, los discos vinieron a rescatarnos. Los 107 Faunos tienen un nuevo álbum y varias buenas ideas para escaparle al encierro. El Ataque Suave (Primavera Labels, 2020) se puede escuchar de muchas formas. Es un clásico elepé de dos caras, con una faz A que se apaga dulcemente en los bajos y sintetizadores ochentosos de “Geometry Dash” y una faz B que invita de a poco a sumarse a “El Baile del Fantasma”. Es también, como el título de esta última canción delata, una segunda parte de Madura el Dulce Fruto (Discos Laptra, 2018), el disco previo del grupo: mismo espíritu cancionero, misma búsqueda de distintos climas, misma impecable producción y mucha intertextualidad por descubrir. Y es, para quien quiera, una cantera de ideas y propuestas sobre el estado actual de eso que algunos todavía se atreven a llamar rock.

AZ: ¿Por qué razón los 107 Faunos editan un nuevo álbum en esta nueva era de los temas sueltos y las playlist de Spotify? ¿Cuál es la potencia que (todavía) guarda el formato Long Play? ¿Qué cosas les permite decir?

Nuestros álbumes nunca son tan largos, siempre se resuelven en media hora, que de algún modo era el espacio convencional de los LP. Menos de 20´ por cara, eso era lo que entraba en un vinilo. Al margen de ese detalle, creemos en el formato álbum porque así es la música como la conocimos: una obra que describe el estado de un grupo o solista en un momento de su existencia, en el que prevalece algún criterio unitario sin llevarlo necesariamente al plano de disco conceptual. Todo eso requiere un desarrollo narrativo que excede la canción, es una suma de canciones.

Además, ¿no es algo mágico la escucha inmersiva? No debería parecer un esfuerzo concentrarte media hora: algunas cosas no pueden procesarse tan rápido… Hay que poner la discusión sobre cómo consumimos los productos culturales. La música nunca se trata solo de canciones, menos de canciones aisladas entre sí y enfrentadas por la concurrencia para ser escuchadas. Estamos en un contexto histórico de saturación de los sentidos, parecería que la música solo puede ocupar un segundo plano, ser algo que suena mientras nos deslizamos por la superficie de cristal del teléfono.

Hay algo perverso en este formato de los simples, convierte en obsoletas las tendencias casi instantáneamente, como si hiciera falta algo nuevo todos los días, algo que reemplace y actualice continuamente. Antes de las distribuidoras digitales, la edición de música era un proceso cultural en el que los diferentes estilos dialogaban y tenían tiempo para instalarse, y de esa manera la música era una fuerza motriz que empujaba las modas, las estéticas y las culturas juveniles, construía un presente concreto que identificaba a las generaciones a través de recortes etarios. 

Sin embargo, la lógica de la playlist convirtió a la música en una forma más de entretenimiento fácil de digerir, y rápidamente se convirtió en una pesadilla donde no hay un presente objetivo sobre el que dialogar. Spotify tiene una opción inquietante que produce un enlace (link) para cada artista y cada artista al compartir el enlace aparece primero en la playlist, aniquilando toda posibilidad de experiencia compartida y de un diálogo. Esta hiperindividualización, que se suma al trabajo del algoritmo, convierte a la música, que alguna vez fue espacio de la comunión con otros, en un instrumento del aislamiento, así como Instagram nos reúne en tanto separados, tal como anticipó Debord a mediados de los ’60.

AZ: Su música es desafiante porque está llena de tensiones. De hecho, el título mismo del nuevo disco, El ataque suave, es un posible oxímoron. Otra de esas tensiones es la que existe entre la grabación y producción de sus temas, que es cada vez más cuidada, ajustada y elaborada, y esa forma desafinada y ecléctica de cantar que sigue siendo uno de sus sellos de identidad. ¿Por qué eligen utilizar la voz de ese modo? ¿Qué idea de la música se pone en juego en esa decisión?

Es un lugar común de la “crítica” señalar nuestro modo de cantar (cada vez menos, afortunadamente). Nosotros nunca nos preguntamos cómo teníamos que cantar, nos preocupaba hacer buenas canciones, y ser libres para hacer lo queríamos hacer, y colocarnos, y pasar un buen rato. 

Pareciera que es difícil de pensar por fuera del verosímil de la voz. Pareciera que el “así se canta” está circunscrito a la habilidad técnica y que la voz afinada es la única que puede producir placer en la escucha. En una sociedad llena de presupuestos y convenciones tener un grupo significa crear un espacio para hacer lo que queríamos, ¿por qué someternos entonces a un montón de reglas respecto de cómo se supone que algo se hace?

Nos gusta un tipo de voz que no tiene nada que ver con un desafío físico y lírico, con ese énfasis en la exteriorización gimnástica de los sentimientos, tan propio de los programas de concurso, ese don excluyente que tiene alguien y los demás no. Ese entrenamiento profesional de la voz fruto del trabajo repetitivo es completamente ajeno a la experiencia creativa de los Faunos y de las artes por lo menos desde el modernismo, que fue la primera vez que se interpeló al realismo y al ideal de representación verosímil.

En ese sentido, no nos parece que haya una gran tensión entre una grabación de mayor definición y el modo en que usamos la voz. De hecho, en cada disco se percibe una mayor confianza y determinación de cantar así, de ser uno mismo, de aceptarnos como somos. A medida que pudimos disponer de mejores condiciones para grabar -aunque en nuestro caso ser independientes se tradujo siempre en que el principal capital es el humano- se abrieron perspectivas de trabajar más en profundidad sobre la instrumentación, los timbres y los planos sonoros, algo que tal vez en los primeros discos estaba en potencia pero en una atmósfera lo-fi. Nos gusta haber ido probando formatos de grabación, aunque todavía amamos el lo-fi, que es un soporte y un contexto sonoro que mantiene la calidez y la intimidad que muchas veces tienen nuestras canciones.

AZ: Esta es una pregunta para todo el grupo pero en particular para Gato, autor de la pintura que está en la portada del nuevo disco. En las tapas de sus álbumes y en las letras y en las texturas de sus canciones se construyen imágenes y colores que remiten a las artes visuales. ¿Cuáles son las y los artistas plásticos que inspiraron El ataque suave?

Más allá de las referencias visuales a las que pueda connotar la música, se me hace posible disociarla de las portadas de los discos. Esas pinturas son la expresión de cómo comprendo plásticamente este momento de la banda. Hace un par de años asumí la tarea de hacer la tapa de Madura el dulce fruto. No fue mi primera incursión en la plástica, pero hacía mucho que no me dedicaba a eso. En principio planteé una salida a la estética de dibujo de línea o calcado indie, primero porque buscaba un cambio, una diferencia, luego, porque jamás podría hacerlo. Estaba buscando algo distinto, algo más experimental, pero no en el sentido pomposo y solemne de lo experimental, sino algo más bien lúdico, algo con lo que identifico más nuestra esencia. Pienso que la estética que asumimos desde 2018 funciona como una especie de partitura de nuestro sonido, como esas formas visuales que asumía la denominada poesía concreta o los futuristas. Queríamos algo que tenga más que ver con el concepto de oxido sonoro, no tanto con lo figurativo que explotamos hasta el cansancio.

Hay dos influencias muy marcadas en El ataque suave. Una es la forma de componer visualmente de Christopher Wool, un método más impulsivo, más caótico, más random. Por más que el resultado del proceso sea consciente, nos interesa el gesto de la primera pincelada violenta. Un viaje caótico a un destino conocido. Tachones, siluetas chorreadas, trazos aleatorios sobre palabras incompletas. En ese gesto, el de la primera pincelada cargada de negro sobre el lienzo blanco (o como esté), se manifiesta nuestra manera de componer: tirar tres acordes y ver qué frase les cae en el momento… es una buena analogía. La otra influencia es la de Hetty Douglas, con su estética pop de paisaje abstracto que va entre lo naif y lo gótico, que son dos extremos entre los que solemos perdernos y a la vez nos sentimos cómodos.

AZ: Toda canción es política. ¿De qué modos son políticas sus canciones?

En un modo que no puede reducirse a la fría correlación de fuerzas de la política parlamentaria, los partidos tradicionales y la militancia. No sentimos que nuestro lugar sea el del panfletarismo o la formación política a través de las letras. Tampoco nos gusta la solemnidad ni el tono condescendiente de lxs “artistas comprometidxs”.

Nos gusta pensar que al proponer orgullosamente desde nuestras condiciones estamos invitando a la acción, a hacer algo más allá de las reglas de todo tipo que tienden a reprimir el entusiasmo por hacer algo creativo… de alguna manera sería lindo pensar que nuestras canciones sirven para ampliar el campo de lo posible.

AZ: “La genealogía es gris; es meticulosa y pacientemente documentalista. Trabaja sobre sendas embrolladas, garabateadas, muchas veces reescritas”. Esta frase es de Michel Foucault. ¿En qué genealogía(s) del rock argentino se inscriben los 107 Faunos?

Nuestros ancestros en el rock local son en buena medida platenses: los poetas Francisco López Merino, Federico Moura o Francisco Bochatón. También somos herederos de la independencia de grupos pioneros como Suarez, Adrián Paoletti, etc. Grupos con posiciones estéticas y poéticas sólidas, con propuestas interesantes y diversas, que se interrogan sobre el estado actual del contexto que los rodea.

AZ: El disco cierra con un interrogante: “¿quién tendrá un plan para cuando la fantasía se acabe?”. ¿La fantasía está por acabarse? ¿Qué o quién la amenaza? ¿Los Faunos tienen un plan para ese apocalipsis?

La fantasía está por acabarse todo el tiempo. La amenaza su propia naturaleza evanescente, volátil, imaginaria, incorpórea. Los Faunos tratan de cuidar esa fantasía, primero creándola y luego habitando en ella. Siempre tenemos un plan para cuando la esencia oscura de la realidad se abalance sobre la fantasía. Sólo que algunas veces tenemos temor de qué se nos acaben las ideas. Supongo que es normal, ¿no?//∆z